("Espada de Skelos [la]", comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1997, Armando Boix)
Escribir críticas de libros te coloca en ocasiones en un aprieto, al obligarte a pergeñar un comentario sobre algo que está dicho una y otra vez. ¿Qué se puede añadir de nuevo sobre Conan? Todas las novelas publicadas del personaje tras la muerte de su creador no son otra cosa que variaciones sobre unas pocas líneas argumentales: tiranos a los que decide derrocar, hechiceros sedientos de poder, demonios inhumanos, la búsqueda de algún objeto mágico... Son obras de escasa ambición, construidas únicamente para el entretenimiento de los incondicionales, pero que a menudo fracasan en su elemental objetivo y acaban aburriendo aun al más entregado de sus lectores. ¿La causa? A mi parecer el principal defecto de las novelas de Conan es, precisamente, el hecho de ser novelas. Como Robert E. Howard demostró muy bien, el carisma de su personaje apenas sobrevive a las extensiones largas; su medio ideal es el relato, donde unas pocas pinceladas exóticas, la evocación de poderes sobrenaturales y una generosa dosis de acción consiguen componer una obra redonda. Estirar la formula durante cientos de páginas, a fuerza de intercalar episodios como cuentas en un rosario, despoja al relato de todo su ritmo y deja que el lector tenga tiempo de considerar toda la endeblez del armazón. Howard consiguió una afortunada simbiosis de terror y aventura, sin embargo, como creador de mundos imaginarios era de escaso rigor y su Era Hiboria apenas resiste un análisis serio. |