CONTENIDO LITERAL

("Morituri te salutant", editorial de Armando Boix. Derechos de autor 1997, Armando Boix)

Si tuviéramos por costumbre encabezar nuestras editoriales con un título, en esta ocasión el más adecuado sería, sin duda, Nosotros, anomalías, y no porque piense -Dios me libre- que gran parte de los aficionados a la ciencia ficción son una mutación inviable... Este título vendría a cuento como respuesta a algunas palabras pronunciadas en la pasada asamblea de la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción, durante la HispaCón de Burjassot. Entre otras cosas que pusieron a prueba mi capacidad de asombro, escuché en boca de una personalidad destacada de la ciencia ficción, como es Miquel Barceló, que el aficionado al género no perteneciente a dicha asociación debería ser considerado una "anomalía".
Como en uno de los seriales de José Mallorquí, muchos deberíamos musitar: "Cuando me hable así, sonría, para que yo sepa que no lo dice en serio".
Si la AEFCF anda de capa caída en los últimos años, no creo que las posiciones fundamentalistas sirvan a su relanzamiento, sino todo lo contrario. Sólo proveerían de argumentos para que aquellos aficionados menos dogmáticos se mantuvieran alejados.
Si me equivoco, corríjanme, por favor. Suponía que la AEFCF nació para potenciar el género en España, viniera de donde viniera, y no para emplear el carnet de sus afiliados con objetivos exclusivistas; pues la misma mente preclara que expresó tal opinión continuó proponiendo que en futuras ediciones de la antología Visiones, editada por la asociación, sólo se aceptaran relatos escritos por miembros de la AEFCF.
Si la propuesta no hubiera sido rechazada cabe preguntarse qué interés tendría para los lectores una antología cuyos criterios de selección no fueran la calidad literaria, sino el pago de una cuota anual.
Siendo la intención de la propuesta forzar a los autores españoles a afiliarse, sospecho que se habrían obtenido muy tristes frutos. Desde luego, el que escribe estas líneas -colaborador en las dos últimas ediciones- no tendría ningún interés en continuar ofreciendo sus textos a la consideración del antologista de turno si tuviera la más mínima impresión de que, si se le publica, es simplemente por haber pagado un dinero.
Por si no se deduce de lo anteriormente expuesto, reconoceré que yo, como otros muchos, no soy miembro de la AEFCF y por tanto una "anomalía". Y no permanezco fuera en la creencia de que la asociación no tiene una misión por cumplir. Simplemente lo estoy porque, cuando intenté unirme a ella y escribí a tal efecto a su secretario para pedir información, nunca se me contestó. Si me siento magnánimo prefiero pensar que nuestro servicio de correos nos jugó una mala pasada; otras veces -sobre todo cuando me dicen que no soy el único al que le ha sucedido esto- me da por considerar si los dirigentes de la AEFCF tienen muy escaso interés en aumentar sus dimensiones con la incorporación de "extraños", si aun a un nivel subconsciente siguen empeñados en que la ciencia ficción siga siendo una aldea pequeña, cálida, acogedora y manipulable... Y eso también me haría preguntar por qué, siendo los premios Ignotus elegidos por los miembros de la AEFCF y los inscritos a la HispaCón, muchos apuntados con meses de antelación jamás recibimos la papeleta para votar.
Casi se hace inevitable ponerse shakespeariano y recitar aquello de que "algo huele a podrido en el reino de Dinamarca".
Si nos paramos a pensar que algunas de las más brillantes plumas de la ciencia ficción española, como César Mallorquí, Rafael Marín, León Arsenal, Javier Negrete o Carlos F. Castrosín no son miembros de la AEFCF o, si lo fueron, la abandonaron tiempo atrás, ¿no sería más cabal considerar a la anomalía residente en la asociación y no en quienes trabajan ajenos a ella? Si, una vez tras otra, los inquilinos de un inmueble deciden abandonarlo para pasar la noche al raso, no creo razonable echarles la culpa; se supondrá, más bien, que algo debe andar bastante mal en el andamiaje del edificio.
No le deseo ningún mal a la asociación; incluso lo consideraría profundamente negativo si algún día llegara a desaparecer. Somos tan escasos en este país los aficionados activos -cualquier sociedad micológica o de coleccionistas de mariposas debe tener más miembros- como para que la dispersión de esfuerzos resulte empobrecedora y mezquina. Como críos en el patio de la escuela nos peleamos por la posesión de un balón deshinchado que invitaría a la sonrisa a cualquier observador ajeno al juego.
A la espera de sus primeras medidas, demos, pues, un voto de confianza a la nueva junta, y más teniendo en cuenta que no lo van a tener fácil. Después de muchos meses de parálisis costará poner en marcha las máquinas y emprender iniciativas con suficiente crédito por parte de los aficionados. El noble deseo de hacer cosas nuevas y potenciar la ciencia ficción en España deberá luchar con la desilusión ante el escaso reconocimiento por el trabajo hecho. No podemos exigir héroes y todos sabemos que regalar horas gratis de nuestro tiempo se hace con gusto al principio, pero luego llega el cansancio y la desidia. Pidamos sólo honestidad: no hay mejor publicidad para que todos decidamos integrarnos en la AEFCF y ésta llegue a ser, realmente, representativa del aficionado español.