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CONTENIDO LITERAL
("Instinto depredador", comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1996, Armando Boix)
El mercado editorial norteamericano es suficientemente vasto y cuenta con un público tan heterogéneo como para que, en cuanto se produce algún éxito, empiecen a proliferar clones listos para recoger las migajas del pastel. Todas las dragonadas en las que ha degenerado la fabulosa obra de Tolkien o las muchas novelas de cyberpunk barato que surgieron a raíz de la premiada Neuromante son ejemplos que acudirán a la memoria de cualquier aficionado a la literatura fantástica.
El fenómeno se reproduce en el género del thriller, de moda en los últimos años, especialmente en su vertiente cinematográfica -¿recuerdan la cantidad de thrillers eróticos estrenados tras la polémica Instinto básico?-. Otro de los grandes éxitos de taquilla y venta de libros fue El silencio de los corderos, de Thomas Harris. A este modelo pretende imitar Robert W. Walker en la presente novela, de forma tan evidente que, de ser yo el autor, hasta me sonrojaría.
La novela sigue las pautas típicas del género de un modo rutinario, sin conseguir aportar giros insospechados que animen la trama. El autor inicia la novela creando expectativas sobre un motor fantástico en los crímenes, que luego se diluye sin mayor explicación, y con poca fortuna intenta plantear un enigma sobre el número real de asesinos -psiquiatras y policías dicen que es sólo uno; la forense protagonista sostiene que dos-; pero dudo que así logre sorprender a nadie: cualquier lector de novelas baratas sabe que la heroína, cuando se nos presenta tan lista y eficaz en su trabajo, no puede equivocarse.
De todos modos, más que la forense o los policías, el verdadero protagonista es el asesino y sus crímenes. Como intuyen muchos directores de cine de terror al filmar sus atrocidades en cámara subjetiva, forzando una identificación entre el espectador y el psicópata, este tipo de relatos persigue básicamente halagar nuestros bajos instintos, esa fascinación ante la muerte que hace detenerse a los automovilistas para contemplar los accidentes o atrae todas las miradas hacia un asesinato brutal repetido una y otra vez en los telediarios. Robert W. Walker complace a sus lectores recreándose en los detalles morbosos y, para una obra donde el argumento gira en torno a la necrofagia y la mutilación, escoge muy oportunamente como personaje central a una médico forense del FBI -tampoco es único en eso y a voz de pronto podemos citar en idéntico papel a la doctora Skarpetta, creada por la novelista Patricia C. Cornwell-.
Instinto depredador forma parte de una trilogía con idéntica protagonista, que se completa con Instinto sanguinario (Killer Instinct; 1992) e Instinto salvaje (Primal Instinct; 1993). En una muestra más del escaso rigor de nuestras editoriales esta novela, publicada en primer lugar, es en realidad la segunda de la serie, aunque las restantes pueden encontrarse también en la misma colección... Si a alguien le quedan ganas después de leer ésta.
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