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CONTENIDO LITERAL
("Yuma, un superhéroe en la posguerra española", artículo de Armando Boix. Derechos de autor 1996, Armando Boix)
Desde su laboratorio secreto en la montaña vigila cuanto acontece en el mundo. Tiene a su disposición fantásticos aparatos, la labor de entregados científicos y fieles agentes que le informan e incluso darían su vida si fuera preciso para ayudarle en su lucha contra el crimen. Su nombre se musita con una mezcla de temor reverencial y admiración, pues aunque se conocen sus hazañas, nadie en la ciudad a sus pies sabe qué identidad se oculta tras su aspecto siniestro...
No, amigo lector, no me estoy refiriendo a Batman ni a ningún otro enmascarado de ultramar. La ciudad que menciono más arriba no es Gotham o Nueva York, sino Barcelona y el Tibidabo la montaña donde nuestro héroe tiene su laboratorio. El nombre de guerra de este misterioso justiciero es Yuma. Pocos lo recuerdan hoy, pero salvó al mundo en un buen número de ocasiones allá por los años cuarenta. Aunque esto ocurriera sólo dentro de la ficción literaria merece que le hagamos un homenaje.
Yuma fue una serie de novelas de aventuras fantásticas publicada por la Editorial Molino entre 1943 y 1946, contabilizando un total de catorce títulos. Estas obras, editadas en el formato típico de la novela popular española de la época (14,5 x 19,8 cm.), con 64 páginas de apretada letra a dos columnas, contaban con portada a color e ilustraciones interiores en blanco y negro del extraordinario dibujante Jesús Blasco, que desde 1935 venía dedicándose al cómic con su personaje Cuto. Las novelas de Yuma estaban firmadas por Rafael Molinero, seudónimo tras el que trabajaba Guillermo López Hipkiss.
Hipkiss empezó su labor literaria como traductor de novelas norteamericanas para la Editorial Molino argentina durante la guerra civil. Después continuó esta labor con plena dedicación, hasta que en los años cuarenta fue abandonándola progresivamente para dedicarse a escribir su propia ficción. Interesado preferentemente por la novela policiaca, colaboró al mismo tiempo con Molino y con su principal competidora, Clíper, editorial de Germán Plaza. En la colección «Misterio», de Clíper, publicó diversas obras de intriga, siempre con ambientación y personajes anglosajones, como El tañido fantasma (1944), La muerte se hace actriz (1945) y La cámara vacía (1946). Su mayor éxito lo conseguiría a partir de 1946 con una serie con personaje fijo para Ediciones Clíper: Milton Drake, más conocido como El Encapuchado, millonario de Baltimore dedicado en su tiempo libre a repartir justicia bajo el anonimato de una máscara.
El Encapuchado compitió en longevidad con El Coyote, serie que apareció simultáneamente en la misma editorial; como éste, se vio adaptado al cómic, y sólo le falto convertirse en serial radiofónico, género en el que José Mallorquí se consagró definitivamente cuando la novela popular de aventuras entró en decadencia en España, mientras Hipkiss volvía al trabajo de traductor del que había partido, encargándose de verter al español clásicos de la literatura de aventuras como Las cuatro plumas.
Sin conocer nada de su vida y con la única fuente de sus obras, mi impresión es que Guillermo López Hipkiss era un enamorado de su trabajo y no sólo un llenador de páginas a precio fijo. Contra la anónima labor de la mayoría de sus colegas, en algunas ocasiones Hipkiss incluía en sus novelas una sección en la que contestaba las cartas de sus entusiastas seguidores, e incluso a menudo tenía el gesto de dedicarlas a alguno de esos lectores en particular. De esa atención a su público puede servir de testimonio un comentario firmado por Hipkiss en noviembre de 1949, con motivo de una encuesta sobre El Encapuchado:
«Me quedan muchas (cartas) por contestar -algunas de ellas de hace muchos meses- y estoy seguro que muchos habrán creído que no tengo la menor intención de escribirles ya. A todos ellos les suplico que tengan un poco de paciencia. Pienso contestar todas las cartas; pero se harán cargo de que, si he de hacerlo personalmente como me piden, es humanamente imposible despacharlas en unos pocos días; aun suponiendo que pudiera permitirme el lujo de no hacer otra cosa que eso. Repito que a todos contestaré. Pero, ¡por favor!, denme tiempo».
Pero dejemos a El Encapuchado, una serie lo suficientemente importante como para merecer otro artículo, y volvamos con Yuma.
Cuando la editorial Molino reanudó sus actividades en España tras la guerra civil, Yuma fue uno de los personajes que presentó en la colección «Nuevos Héroes». Antes del conflicto Molino se había convertido en la más importante editorial española especializada en literatura popular. Su «Biblioteca Oro» contuvo la mejor narrativa policiaca y de aventuras de la época, ofreciendo en nuestro país la obra de Agatha Christie, Earl Derr Biggers, Edgar Wallace, S. S. Van Dine, Erle Stanley Gardner y Sax Rohmer, entre otros, en un flujo constante de novelas de aparición semanal. A esta colección se sumó en 1936 «Hombres Audaces», donde se recogían las aventuras de cuatro exitosos héroes del pulp americano: Doc Savage, La Sombra, Pete Rice y Bill Barnes. La colección se vio truncada casi en su inicio por el estallido de la guerra. El editor, Pablo Molino, interrumpió sus actividades en España y se refugió en Argentina, donde continuó publicando en su delegación bonaerense.
Una vez terminada la contienda Molino decidió volver a España, pese al buen rumbo de su editorial en Argentina. Aquí se encontró con una complicada situación editorial de la que podía salir muy beneficiado. La guerra mundial que en breve iba a estallar y la dificultad para contratar los derechos de obras extranjeras y disponer de divisas para pagarlos dentro del régimen de autarquía de la España franquista, impedía a muchas editoriales ofrecer las obras anglosajonas a las que el paladar de sus lectores se había acostumbrado. Molino, en cambio, tenía a su disposición el fondo acumulado publicando en Argentina y esa misma delegación le facilitaba sus relaciones con el extranjero, mucho más que a sus competidores. Pudo así reanudar «Biblioteca Oro» y «Hombres Audaces» sin dificultades. De todos modos decidió curarse en salud y empezar a dar cancha a autores españoles. En su decisión también pudo intervenir el clima ideológico antiextranjero, que ocasionó, por poner un ejemplo llamativo en su absurdo, que muchos cines y teatros tuvieran que cambiar su nombre o que en la prensa se utilizara frecuentemente el adjetivo «inglés» como un insulto. Esta tendencia adquirió carácter de ley cuando en 1944 se prohibió la utilización de seudónimos extranjeros siempre que el escritor fuera español. Molino fue intercalando, pues, novelas de nuestros autores entre las de nombres famosos de la narrativa anglosajona. La primera dentro de la «Biblioteca Oro» fue El ídolo azteca, de Juan Montoro, seguida poco después por El valle del olvido, de Enrique Guzmán Prado (José Mallorquí), al tiempo que resucitaba alguna colección de la etapa argentina, como «La novela deportiva», del mismo Mallorquí. ¿Pero dónde obtener escritores españoles conocedores de la literatura de género que exigía el lector?
La editorial Molino, antes de la guerra, había contado con un cuadro de excelentes traductores que también hacían sus pinitos con relatos originales para contemplar algún número de la «Biblioteca Oro» cuya novela principal resultaba demasiado corta. Pablo Molino les brindó entonces una nueva oportunidad con obras de mayor ambición. No habían de defraudarle y algunos de esos traductores, ubicados en Barcelona como principal centro editor, se convertirían en pocos años en artífices de toda una nueva novela popular española de considerable éxito: José Mallorquí, Manuel Vallvé, H. C. Granch y G. L. Hipkiss.
Si las primeras obras de estos escritores aparecieron ahogadas entre las novelas de autores de mayor maestría, pronto recalaron en una colección creada en exclusiva para ellos y que había de servir como compañera de la citada «Hombres Audaces»: se tituló «Nuevos Héroes». «Nuevos Héroes» pretendía captar el espíritu del pulp americano pero trasplantado a personajes hispanos. El carácter imitativo resulta bastante evidente en cuanto echamos un vistazo al espectro temático de sus series y a la tipología de sus protagonistas.
Hércules, de Adolfo Martí, era una copia de Doc Savage, con aventuras por todos los rincones exóticos del orbe; Tres hombres buenos, de Amadeo Conde (seudónimo de José Mallorquí), representaba al western, como en la colección mayor lo hacía Pete Rice. Ciclón, de M. Avilés Balaguer, era copia de Bill Barnes, con las aventuras aeronáuticas de Fernando Aguirre «Ciclón» y sus audaces compañeros. Duke, de J. Figueroa Campos (también José Mallorquí), trataba el género policiaca en su vertiente más aventurera, al estilo del Jim Wallace, de Nick Carter. Por último estaba Yuma, al que podríamos asociar al justiciero siniestro tipo La Sombra, por más que la constante aparición de gadgets y su inclinación hacia los argumentos de ciencia ficción también nos permitiría conectarla con Doc Savage.
El verdadero nombre de Yuma es Ramón Trévelez, millonario español de origen americano. Al instalarse en Barcelona emplea su fortuna en levantar un ambicioso proyecto: el Instituto de Inventores e Investigaciones Científicas, fundación dedicada a patrocinar el trabajo de científicos sin recursos, pagando su manutención y facilitándoles laboratorios y todo el material necesario en las instalaciones que a tal fin Trévelez ha construido en el Tibidabo. El Instituto consta de un edificio central y seis naves con los laboratorios, además de un taller apartado en el bosque donde realizar sin problemas los experimentos más peligrosos. El edificio central tiene seis pisos de altura: la planta baja contiene una de las mejores bibliotecas científicas del mundo, en el primer piso está la residencia de Trévelez y en los restantes la de los científicos acogidos por la fundación.
Todo esto es bien conocido; lo que sabe menos gente es que Trévelez, él mismo un gran científico, tiene bajo estas instalaciones el laboratorio secreto desde donde dirige a los agentes de su alter ego, Yuma, y donde construye los ingeniosos artefactos que estos utilizarán en sus misiones.
Uno de los aspectos que más puede sorprender al lector actual, si tiene en cuenta la fecha en que estas narraciones se publicaron, es la enorme variedad de recursos tecnológicos a los que Yuma recurre en sus aventuras. Diez años antes de la creación de James Bond, Yuma contaba ya con una enorme variedad de gadgets que nada deberían envidiar a los del agente británico. Sus hombres, por ejemplo, llevan siempre consigo un reloj que con ligeras presiones en su muñeca les permite recibir mensajes en código de su jefe o unas minúsculas cámaras de televisión disimuladas en joyas y botones con las que es posible observar en una pantalla todo cuanto sucede ante ellos. El más prodigioso de los inventos de Yuma, sin embargo, sólo lo utiliza él mismo, y es una capa con capucha capaz de dotar de invisibilidad a quien la usa para cubrirse. Con este recurso puede seguir a los sospechosos sin ser visto, introducirse en sus cubiles o simplemente aterrorizar a los malvados. Yuma gusta de usar el miedo como principal arma en su lucha contra el crimen y por eso el aspecto que adopta en sus apariciones es fantasmagórico: un rostro de palidez cadavérica y mirada penetrante flotando en el aire sin un cuerpo que aparentemente le sirva de sustento.
De todos modos, sus enemigos no le andan a la zaga. Más que los pequeños rateros, los principales objetivos de Yuma son genios del mal con grandes recursos a su disposición. En esa línea es memorable el episodio titulado Una conspiración diabólica (1943), donde el malvado de turno chantajea al mundo entero tras hacer una demostración de su máquina desintegradora con la destrucción de un barco repleto de pasajeros en el puerto de Barcelona.
Pese a tales enemigos y a la apariencia siniestra de Yuma, Ramón Trévelez es en realidad un benefactor que en la medida de los posible procura no causar daño. Está convencido de que ningún hombre es malvado por voluntad propia y que son las circunstancias las que modelan su personalidad hasta conducirle al crimen. Por eso siempre usa pistolas anestesiantes para detener a los criminales y a continuación les inyecta una droga que borrará su memoria. En la selva del Yucatán tiene Yuma oculto un centro de reeducación donde, los que antes fueron temibles criminales, se transforman en personas honradas con amor al trabajo y se les consigue un empleo en consonancia con sus facultades. Incluso alguno de los que en el pasado fueron sus contrincantes acabarán convirtiéndose en eficaces agentes a su servicio... Apuesto a que G. L. Hipkiss imaginó sinceramente que éste era un sistema magnífico para hacer más humanitaria la cruzada de su personaje; pero yo no puedo dejar de preguntarme si realmente sería moral borrar los recuerdos de un individuo y aniquilar su personalidad, aunque está fuera la de un asesino.
Uno de sus mejores agente es el euroasiático K, antiguamente un genio del mal llamado Fegor y convertido al final en devoto servidor de Yuma. Otro, no procedente de la «reeducación» sino que le sigue por voluntad propia, es R (todos los agentes de Yuma tienen un nombre en clave en forma de una sola letra). R es una mujer, la brillante doctora Dolores Arana, subdirectora y socia de la clínica del doctor Prensa. Dolores, cómo no, se convertirá en el amor de Ramón Trévelez, pero no por ello dudará su jefe en encomendarle misiones peligrosas e, incluso, en alguna ocasión tomará las riendas de la organización cuando Yuma cae prisionero de sus enemigos. La doctora Arana es bella y sofisticada, aunque absolutamente capaz, muy al contrario que la mayoría de compañeras del héroe de la literatura popular. Esto da a las novelas de Hipkiss un sello distintivo, pues como también sucede en su serie sobre El Encapuchado, sus personajes femeninos suelen revelarse decididos y audaces, interviniendo a menudo en la acción de un modo más decisivo que los teóricos protagonistas varones.
Hipkiss, después de Mallorquí, se trata probablemente del mejor artífice de novela popular de la posguerra. Sus historias suelen ser entretenidas y bastante bien escritas, teniendo en cuenta las limitaciones de su género y los apretados plazos de entrega. No obstante, presentan una versión engañosa o parcial de la realidad; por más que, de no ser así, difícilmente habrían superado el cedazo de la censura. En las novelas populares de aquel tiempo los personajes asisten a los restaurantes sin que nadie les pida la cartilla de racionamiento o suben a potentes automóviles sin preocuparse del gasógeno. Tampoco se reflejan los acontecimientos de la actualidad. Mientras en Norteamérica Superman combatía a Hitler, Tarzán luchaba en la jungla contra los japoneses e incluso Flash Gordon regresaba de Mongo para liberar a su país de una invasión extranjera, en las novelas españolas ni se menciona al Caudillo, no pasean camisas azules por las calles y nadie parece recordar la guerra que el mundo libra detrás de nuestras fronteras. Si encontramos algún reflejo de la situación real es leyendo entre líneas. Puesto por caso, en Ciclón podemos deducir la germanofilia de la España de entonces porque en el equipo de pilotos protagonista sólo hay uno no hispano y este es alemán, mientras la mayoría de malvados a los que se enfrentan tienen nombres anglosajones.
En la serie Yuma se nos retrata una Barcelona contemporánea y podemos reconocer las Ramblas, el muelle de España o el aeropuerto del Prat; pero, sustituyendo esos nombres por otros, la acción podría trascurrir sin mayores cambios en Nueva York o Londres. Sólo en alguno de los últimos títulos, con la guerra finalizada y el régimen travistiendo sus simpatías, se puede leer alguna referencia a la actualidad, como en la novela Átomos en acción (1946). En ella un científico inglés, miembro del Proyecto Manhattan, es secuestrado poco después de acabada la guerra por un villano que desea conseguir el secreto de la bomba atómica. Por más que el científico se niega a colaborar, le sirve de bien poco, pues la mente brillante de su secuestrador ha concebido una máquina aún más asombrosa que la misma bomba: un lector del pensamiento. Por supuesto las autoridades norteamericanas se ponen en manos de Yuma. Con una barrera basada en el aparato desintegrador antes comentado, detendrá los intentos de bombardeo atómico.
Aunque este título podía suponer una modernización de los argumentos, que hasta entonces se habían limitado a calcar los modelos pulp de los años treinta, la siguiente novela de la serie, Los siete discos, supuso también su final.
El carácter imitativo de la colección «Nuevos Héroes» tal vez resto entusiasmo a los lectores, que podían acudir tranquilamente a sus fuentes originales en las traducciones de la misma Editorial Molino. Ni Ciclón ni Hércules superaron el ecuador de la colección y en los números que van del 25 al 50 sólo se publicaron los títulos escritos por Hipkiss y Mallorquí. Al mismo tiempo, Germán Plaza empezó a captar a los autores españoles que hasta entonces tenían a la Editorial Molino como único mercado posible y sus dos primeras espadas fueron espaciando sus aportaciones para «Nuevos Héroes» a medida que se dedicaban cada vez más a las colecciones de Ediciones Clíper. Con series como El Encapuchado y El Coyote, a las que debían aportar una aventura nueva cada quince días, las expectativas de publicar de Hipkiss y Mallorquí estaban más que cumplidas. «Nuevos Héroes» murió de inanición en enero de 1947, tras una larga agonía -a lo largo de 1946 sólo había publicado siete novelas, frente a las veintidós que publicó en 1943, su mejor momento-. Hoy, bastante trasnochados sus argumentos y sin una reedición que los haga accesibles al gran público, sus personajes yacen en el olvido salvo para unos pocos coleccionistas, que ven con asombro cómo por algunos ejemplares de Molino publicados en Argentina llegan a pedirse hasta 3.000 pesetas en el barcelonés mercado de Sant Antoni... De cualquier forma creo que Yuma, como otros personajes de la época, merecen una revisión para convencer de su error a aquellos que piensan que la literatura pulp es un fenómeno únicamente americano o que la ciencia ficción española nació con La saga de los Aznar.
Bibliografía:
Entre paréntesis aparece la numeración general de la colección «Nuevos Héroes».
1 (6). El hombre luminoso. Febrero 1943.
2 (10). La espada del samurai. Abril 1943.
3 (12). La torre del dragón. Mayo 1943.
4 (16). La isla de los barcos perdidos. Agosto 1943.
5 (20). Una conspiración diabólica. Octubre 1943.
6 (25). El pirata fantasma. Diciembre 1943.
7 (28). El hombre del hongo gris. 1944.
8 (31). Crimen organizado. 1944.
9 (34). Flor de Loto. 1944.
10 (37). Las islas malditas. 1944-45?
11 (40). La casa del cráter. Junio, 1945.
12 (42). El prisionero del Teocali. Octubre, 1945
13 (45). Átomos en acción. Mayo, 1946.
14 (48). Los siete discos. 1946.
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