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CONTENIDO LITERAL
("Estrellas, mi destino [las]", comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1995, Armando Boix)
Para algunos escritores un éxito puede ser más comprometedor que un fracaso. De pronto sienten todas las miradas fijas sobre ellos, crecen las expectativas y una nueva obra que, poco antes, habría pasado por aceptable, puede considerarse un soberano descalabro si no logran situarse a la altura esperada. Unos no consiguen superar este "pánico escénico", y abundan los autores de una primera y brillante obra, que en adelante solo producen pálidas imitaciones de sí mismos; otros, por el contrario, responden al reto con audacia y consiguen sorprender otra vez, cuando todos apostarían por la imposibilidad de rebasar el alto techo que ellos mismos han fijado. Alfred Bester pertenece a este último grupo.
Los inicios de su carrera literaria no se destacarían del de tantos escritores profesionales americanos. Su primer relato publicado fue "The broken axiom", ganador de un concurso para aficionados promovido por Thrilling wonder stories en 1939, que le abriría las puertas para seguir publicando relatos en las revistas pulp de la época. El campo no era, sin embargo, muy productivo y pronto buscó otros terrenos más rentables económicamente. Salvo esporádicas incursiones en el relato de ciencia ficción, su principal dedicación durante años fue la creación de guiones para cómics de superhéroes -como Superman o Batman-, seriales radiofónicos -The Shadow y Charlie Chan- y televisivos -Tom Corbett space cadet-.
En enero de 1952 la revista Galaxy, llegada recientemente al género pero contando ya en su haber con la publicación de obras importantes como Amos de títeres (The puppet masters), de Heinlein, o The fireman, de Bradbury, ofrecía la primera obra larga de Alfred Bester: El hombre demolido (The demolished man). Esta novela de acción policial y poderes paranormales en el siglo XXIV fue un éxito espectacular y consiguió el honor de ser galardonada con el primer premio Hugo de la historia. Aún hoy, se la considera una obra puntera dentro de la ciencia ficción y raramente queda fuera al confeccionarse listas con sus mejores obras. Cuando, en octubre de 1956, Galaxy inició la publicación de la segunda novela de Bester muchos debieron aguantar la respiración expectantes... Pero no pudieron sentirse defraudados.
Las estrellas, mi destino (The stars my Destination), publicada como libro ese mismo año en Inglaterra, con el título de Tiger! Tiger!, ha sido una novela que siempre ha andado pareja con El hombre demolido en reconocimiento crítico y popularidad entre los lectores. Es una novela rica estilísticamente, en la que combina lo clásico y lo barroco, y aún se permite algunos escarceos vanguardistas. Su anécdota era inicialmente simple: la historia de una venganza vagamente inspirada en El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Gulliver Foyle, cuyo nombre ya nos remite a otro famoso náufrago, flota con los restos de una nave averiada en medio del espacio. Gulliver es un hombre tosco, poco inteligente, sin iniciativa, un mecánico de tercera acomodado a su situación. Resiste durante meses, hasta que un día ve acercarse otra nave, el Vorga. Por más que Gulliver lanza bengalas de señales y es evidente que ha sido avistado por sus tripulantes, el Vorga lo ignora y lo abandona a su suerte. Al contemplar alejarse la nave, Gulliver Foyle se transforma. Su pasividad se vuelve un ciego deseo de sobrevivir, con el único objetivo de acabar con los que le abandonaron. Lanza un juramento cargado de cólera:
"- Pasas al lado. Me dejas para que me pudra como un perro. Me dejas para que muera, Vorga... Vorga-T:1339. No, saldré de aquí, saldré. Te seguiré, Vorga. Te encontraré, Vorga. Me las pagarás. Haré que te pudras. Te mataré, Vorga. Te mataré lentamente. Yo".
Es el inicio de una obsesión, una obsesión que nace para destruir; pero al final acaba por volverse transformadora.
Hasta aquí nada hay que haga de la obra algo memorable. Otras novelas de la ciencia ficción buscaron su inspiración en clásicos de la aventura: La legión del espacio, de Williamson, por ejemplo, se basa en Los tres mosqueteros, y Los reyes de las estrellas, de Edmond Hamilton, lo hace en El prisionero de Zenda. Tampoco el tema de la venganza resulta nada nuevo, tratándose de uno de los temas básicos al que han recurrido las letras desde tiempos de la tragedia griega. Lo que concede verdadera fuerza a la novela es el tratamiento de los personajes y el elaborado escenario creado para ellos por Bester.
Como Edmundo Dantés, Gulliver Foyle, víctima inocente de una conjura de la que no ha pedido formar parte, es enviado a su condenación y contra todo pronóstico consigue sobrevivir, transformado en un hombre nuevo. Hay algunas escenas de Las estrellas... en las que los paralelismos no se disimulan; más bien se demuestran sin ningún pudor, como el período en el que Gulliver es encerrado en una prisión subterránea bajo los Pirineos, de la que nadie ha escapado. Su equivalente en El Conde de Montecristo sería el castillo de If, donde el personaje de Dumas encuentra al abate Faria, un amigo que le educará, le ayudará a escapar y le facilitará una nueva identidad. En la novela de Bester ese papel lo asume Jisbella, una prisionera inteligente y cultivada con la que consigue comunicarse gracias a un curioso fenómeno acústico. Pese a la reconocible -y reconocida- influencia de Alejandro Dumas, Gulliver Foyle no asume el papel del héroe romántico enfrentado al destino adverso y triunfador finalmente. Es un personaje adusto, de limitado raciocinio e incluso de físico poco agraciado. No se detiene ante nada: mata, roba, viola... En su carácter, despertado del letargo por el abandono del Vorga, se esconde un ser antisocial, una bestia depredadora, más que un ser humano civilizado. Bester expresa esta característica simbólicamente a través del dibujo, como las rayas de un tigre y con la palabra "N_mad", que el Pueblo Científico le tatúa en el rostro. Aunque después se lo hará borrar mediante la cirugía, cada vez que Gulliver se deje llevar por la ira y su cara enrojezca, reaparecerán las marcas de la fiera.
De todos modos, por más negativos que nos presente sus rasgos, Gulliver se alimenta de su ira para levantar sobre tan pobres basamentos a un nuevo hombre. Vista desde esta perspectiva, casi se diría que la obra es una versión novelada de las teorías de Nietzche sobre el superhombre. Mientras Gulliver Foyle se conforma con vivir su existencia sin objetivos ni preocupaciones, es un ser vacío y paralizado; cuando le anima la venganza -la voluntad de poder- transciende su condición, se eleva, ignorando cualquier cortapisa moral de una humanidad a la que ya no pertenece. El filósofo alemán es inflexible: "El hombre debe ser superado. El superhombre es el sentido de la tierra... El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre, una cuerda sobre el abismo. Lo que hay de grande en el hombre es que él es un puente y no un término". De ahí las estrellas del título, un símbolo de superación, frente a la Tierra que supone lo acomodaticio y adocenado. De todos modos, en un final idealista que traiciona un tanto el espíritu de la novela, Bester acaba suavizando la dureza de Gulliver Foyle, que llegará a asumir un papel mesiánico y redentor, al abrir para toda la humanidad la puerta a las estrellas.
Y si Gulliver no es el héroe rubio e intachable que hasta entonces solía pasearse por las historias de ciencia ficción, los personajes femeninos de la novela nada tienen, tampoco, de la típica beldad cuyo papel se reduce a ser rescatadas del lujurioso alienígena de turno y dispensar sus favores al protagonista -suponemos- tras volver la última página de su aventura.
Dos son las mujeres con papeles relevantes en la novela: Jisbella y Lady Olivia de Presteign. Otras, como Robin Wednesbury, tienen una importancia menor en el desarrollo de la trama y son víctimas de los manejos de Gulliver. Las dos primeras, al revés, se muestran como personalidades fuertes que no se subordinan a ningún hombre.
Jisbella, su compañera de presidio y de posteriores correrías, en los capítulos en los que ayuda a Gulliver Foyle toma frecuentemente la iniciativa, con su superior inteligencia y recursos, al lado de Gulliver que sólo aporta la fuerza bruta. Es una rebelde que se resiste con violencia a la sumisión a la que se condena a la mujer. Su relación adquiere tintes amorosos, pero Bester no se acomoda de nuevo a los estándares de la novela popular y termina cualquier asomo de convencionalismo romántico haciendo a Gulliver traicionarla y abandonarla a su suerte, con tal de salvarse a sí mismo. Con este duro final a la primera parte de la novela, cualquier suposición de hallarnos ante una común narración de aventuras se demuestra equivocada.
La otra mujer, Olivia, es hija de un importante magnate propietario de la flota a la que pertenecía el Vorga. Aunque se nos presenta al principio como una torre inasediable que resiste a los galanteos de todos los hombres, por su aspecto delicado y el aislamiento en el que vive podría acercarse más al modelo de mujer pasiva de la ciencia ficción clásica; la apariencia no es más que un engañoso espejismo y Olivia demuestra, al final, más astucia y determinación que Jisbella, convirtiéndose en puntal básico de la trama novelesca.
Sin embargo, lo más recordado de Las estrellas, mi destino es la sociedad imaginada por Alfred Bester. Mientras la mayoría de mundos futuros que sus colegas escritores creaban nacían de una revolución tecnológica, en el suyo el cambio se origina en el descubrimiento de un poder mental oculto en el hombre: el jaunteo (jaunting, en su idioma original). Este fenómeno consiste en la facultad de teletransportarse en el espacio con el único ejercicio de la voluntad, y es descubierto accidentalmente por el científico Charles Ford Jaunte -¿homenaje al estudioso de fenómenos extraños Charles Ford, cuyas ideas influyeron en muchos autores de ciencia ficción?-. Jaunte, que con su nombre bautiza al fenómeno, propicia una transformación social, pero -volviendo al símil mesiánico- igual que Moisés no pudo entrar en la tierra prometida tras conducir hasta allí a su pueblo, él mismo pierde la habilidad de jauntear. No importa. La humanidad ha aprendido a liberar su facultad reprimida y eso supone todo un cambio de hábitos. El mismo Bester nos lo cuenta:
"Hubo luchas por la propiedad originadas cuando los pobres que jaunteaban se marcharon de sus barrios míseros para ir a las llanuras y los bosques, cazando el ganado y los animales salvajes. Hubo una revolución en los hogares y en la construcción de edificios: tuvieron que crearse laberintos y sistemas de enmascaramiento para impedir la entrada ilegal en ellos por jaunteo. Hubo hundimientos y pánico y huelgas y hambre cuando dejaron de existir ciertas industrias prejáunticas.
"Aparecieron plagas y epidemias cuando vagos jaunteantes llevaron las enfermedades y los parásitos a países indefensos. La malaria, la elefantiasis y las fiebres tropicales aparecieron tan al norte como Groenlandia; la hidrofobia regresó a Inglaterra tras una ausencia de trescientos años. Las plagas del campo locales se extendieron a los más remotos rincones del planeta y, desde un olvidado punto apestado de Borneo, reapareció la lepra, que hacía tiempo se suponía extinta.
"Oleadas de crímenes cubrieron los planetas y satélites cuando el bajo mundo comenzó a jauntear por las noches, y se produjeron escenas brutales cuando la policía luchó con los criminales, sin darles cuartel. Hubo un repugnante retorno al más oscurantista recato del victorianismo cuando la sociedad luchó con los peligros sexuales y morales del jaunteo a través del protocolo y los tabúes. Una cruel y horrible guerra estalló entre los Planetas Interiores: Venus, La Tierra y Marte, y los Satélites Exteriores... una guerra ocasionada por las presiones económicas y políticas de la teleportación".
Los poderes mentales como elemento argumental habían sido empleados profusamente por la ciencia ficción, y en la época en la que Bester escribió la novela eran especialmente populares, promovido el tema por John W. Campbell desde las páginas de Astounding SF. Uno de los pioneros fue Murray Leinster con The psionic mouse trap (1955), y el propio Bester había dado protagonismo a estos poderes en su anterior novela, The demolished Man. No obstante, con anterioridad a Mi destino, las estrellas, los poderes paranormales eran presentados como una rareza en posesión de una raza extraterrestre, un mutante o, como mucho, de una pequeño grupo apartado del resto de los mortales al ser considerados monstruos. Bester da la vuelta a la tortilla y hace de lo excepcional común. Imagina un mundo en el que cualquiera puede trasladarse de un sitio a otro sólo con desearlo y son los que no han desarrollado esta facultad los considerados raros y marginados, inútiles para desenvolverse en las nuevas circunstancias y condenados a ejercer trabajos denigrantes en unas condiciones cercanas a la esclavitud, como se nos muestra en el viaje que Gulliver Foyle hace a la Luna.
Tal vez el cuadro trazado no sea muy convincente, por extremo; pero al menos Alfred Bester no anda con timideces y desarrolla hasta sus últimas consecuencias las ideas. En ocasiones se equivoca, cuando nos enseña, por ejemplo, centralitas telefónicas atendidas aún por operadoras en pleno siglo XXV; eso es inevitable en una obra escrita en los años cincuenta y leída desde la perspectiva de finales de siglo. En comparación con otras novelas de su tiempo, está muy bien conservada; tal vez porque no es en la fugaz maravilla ante una tecnología sorprendente donde enfoca Bester su interés, sino en la reflexión social y la psicología de los personajes. No aparecen largas descripciones de naves y artefactos extraños, mientras sí es minuciosa la descripción del modo en que el jaunteo ha modificado el comportamiento cotidiano y la propia mentalidad de la gente. Las estrellas, mi destino no está exenta de una intención crítica, especialmente hacia las clases altas de la sociedad, que nos retrata como banales y frívolas, dominadas por un afán de distinguirse que les lleva a comportamientos ridículos y poco prácticos; pero creo que el interés de Bester se dirige más hacia el individuo que hacia las masas.
Por desgracia Las estrellas, mi destino puso fin a la breve primavera de su mejor producción, al menos en el terreno de la novela, pues los relatos de Alfred Bester, aunque extraordinarios, están olvidados injustamente por los aficionados al género. Dedicado a otras ocupaciones, no volvió a escribir otra novela, Computer connection, hasta 1975, seguida en 1980 por Golem100. Son obras muy arriesgadas; aunque quizá por eso mismo el público no las acogió tan favorablemente. La verdad es que su extravagancia dificulta un acercamiento del lector y parte de su experimentalismo estaba ya trasnochado en el mismo momento de su publicación, pues en 1980 nadie se acordaba de la New Wave. Sus dos primeras novelas, al menos, le han valido por sí solas un lugar preeminente en la historia de la ciencia ficción, del que difícilmente será relegado. Es preferible releer diez veces una buena novela que leer diez de malas por muy nuevas que éstas sean.
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