COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN

(Comentario de Héctor Ramos publicado en el volumen Gigamesh 4, ediciones Alejo Cuervo, colección Gigamesh, número 4, edición de 1995. Derechos de autor 1995, Gigamesh)
Me consta que Juan José Aroz es un aficionado de los que enorgullecen al resto del fándom. Con Espiral, nueva colección de ficción española, fue una de las alegrías de la pasada HispaCón de Burjassot, y al hojear su trabajo se admira la elección de un formato que es de lo más viable hoy en día en nuestras fronteras.
Nina es un relato que nos deja el interrogante de si sus autores habrían sido capaces de proporcionarnos tan buenas perspectivas en una extensión mayor. El estilo fluido de sus párrafos y la distribución de temáticas en la narración hacen pensar que sí. No obstante, los altibajos de la tensión narrativa crean una sensación de fragmentariedad que sólo puede ocultarse en la corta extensión.
Los anhelos de una inteligencia artificial por participar de la vida humana es un tema que recuerda sobre todo a los robots de Asimov. Cobra-6, un avión inteligente de combate, mantiene una relación íntima con el piloto que le ha sido asignado, sin el conocimiento de sus superiores. Su curiosidad le lleva a aprender demasiadas cosas sobre los humanos, entre ellas sus sentimientos. Las circunstancias y su afán de desarrollo individual lo convertirán en un azote para un mundo que no comprende su inquietud.
Tal vez esa falta de comprensión avanza en la dirección de la gran ironía que supone el que la línea de conducta de Nina, el avión pensante, sean unos sentimientos que los humanos que la persiguen ya no comprenden. Desde el momento en que alguien se para a pensar que sus motivos pueden ser parecidos a los teóricamente humanos, el desenlace se desencadena con vertiginosa rapidez.
Hay en esta corta obra gran variedad de registros, sin aspirar a abarcar una totalidad que resultaría aburrida. Porque Nina resulta todo menos sosa, lo cual no es muy común en las publicaciones que se arriesgan con autores no consagrados.

(Comentario de Juan José Parera publicado en el volumen Bem 46, ediciones Interface, colección Bem, número 46, edición de 1995. Derechos de autor 1995, Juan José Parera)
En un ambiente dominado por el secreto castrense como corresponde a un proyecto ultrasecreto, se desarrollan y ponen a punto los bloques de silicio que albergan las nuevas inteligencias artificiales que van a incluirse en unos hipersofisticados cazas de combate. A su vez, esto no es más que una pequeña parte de un secreto aún mayor: la integración de un ser humano y un cerebro biocuántico en una aviónica avanzada.
¿Qué puede ocurrir cuando una inteligencia artificial se pone en contacto con los seres humanos? A tenor de lo que nos narran los autores, no existe más que una salida: el cerebro electrónico desarrolla algo indistinguible de los sentimientos y, a través del conocimiento de sí mismo que le proporciona la conciencia, se formula las mismas preguntas que la humanidad viene planteándose desde el comienzo de su historia.
Nina a pesar de su ropaje futurista, su envoltura militar y sus formas científicas, es una historia de sentimientos en sus estados más primarios: amor como pasión; odio como reacción; dolor como venganza.
Con una entrada en escena algo forzada, la narración se desliza poco a poco hacia arriba, mejorando según avanza y enganchando suavemente al lector en un "ya sabía yo que esto iba a suceder, pero voy a ver qué pasa". Algunos altibajos, como si el esquema general se hubiera perdido, deben reseñarse más para su constancia que por su incidencia y debe citarse el modo americano de introducir personajes contándonos brevemente los fragmentos históricos que les llevan a aparecer en cada momento determinado.
El conjunto te deja en la boca el gusto de haber paladeado algo sabroso y la desazón de comprobar que, habiendo pulido tres o cuatro cosas, el plato hubiese podido ser como el festín del personaje de Rabelais. Pero ese parece ser el destino inalcanzable de la esencia humana: cuando algo es bueno queremos que sea perfecto y, una vez conseguido, anhelamos que dure eternamente.