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CONTENIDO LITERAL
("Ved qué mundo maravilloso" artículo de Alfredo Benítez Gutiérrez. Derechos de autor 1997, Alfredo Benítez Gutiérrez)
Si los buenos matan a
los malos, ¿quiénes quedan?
La presencia femenina en la ciencia ficción española, fuerza es reconocerlo, es muy pequeña, hasta el punto que sólo Elia Barceló ha publicado regularmente en los últimos años y sólo ella ha visto editados dos libros, la antología Sagrada y la novela Consecuencias naturales. De hecho, Elia es la única mujer cuya influencia en el género ha ido más allá de algún cuento esporádico. Se hace inmediatamente evidente el contraste con la ciencia ficción de los Estados Unidos, en la cual las mujeres empezaron a hacer sentir su presencia en los años sesenta, y desde entonces se han hecho con un espacio mayor que el que les depararía el simple número. Estas autoras, como no podía ser de otra manera, son el reflejo de la situación social de su país, en el que las personas de su sexo han llegado a ocupar un primer puesto en el panorama científico, intelectual y artístico después de desempeñarse admirablemente en el académico, económico y político. Si nosotros contamos sólo con Elia Barceló es porque las mujeres españolas están todavía mayoritariamente ocupadas en acceder y asentarse en el mundo laboral y comprometidas en la lucha política por la igualdad de sus derechos, quedándoles momentáneamente lejos esta intersección de las culturas científica y literaria, si es que esta distinción es lícita, que es la ciencia ficción.
Como quiera que, hagamos lo que hagamos, siempre construimos un reflejo de nosotros mismos, las mujeres aportaron a la literatura especulativa su particular experiencia, y la visión del futuro que en algunas de sus obras plasmaron no pudieron dejar de estar forjadas alrededor del conflicto presente entre los conceptos tradicionales de los roles sexuales y las reivindicaciones del feminismo militante.
Se ha querido ver en Consecuencias naturales de Elia Barceló una novela feminista, incluso por parte de su autora, y lo es en el sentido de que inicialmente presenta un futuro ideal para las mujeres, un mundo donde nada menos que la ley obliga a toda persona a mencionar a ambos sexos en toda declaración, en una exacerbación de las teorías de la corrección política, aunque esta es una idea que rápidamente se pierde en el empeño un tanto fútil de satirizar el más tópico machismo.
Novelas escritas por mujeres que afrontan las relaciones entre sexos desde un punto de vista político, de lucha por el poder, en definitiva, no han aparecido en los últimos tiempos. Lengua materna de Suzette Haden Elgin es notable por su tratamiento del lenguaje como instrumento tanto de dominio como de liberación, como arma en suma, concepto que en la obra de Elia Barceló se refleja pálidamente. En ella las mujeres han sido privadas de sus derechos humanos y han de revelarse contra el dominio masculino que empieza y se sustenta en su forma más básica en las discriminaciones implícitas en el idioma, estado de cosas que algunas lingüistas intentan subvertir con la creación de uno específicamente femenino. Lengua materna es pues una antiutopía, pero también refleja el inicio de la lucha por la utopía.
La puerta al país de las mujeres de Sheri S. Tepper puede encuadrarse el subgénero postcatastrófico, con una sociedad que a devenido en la segregación de los sexos, con las mujeres como detentadoras del conocimiento, y por ende del poder, encerradas en sus territorios amurallados, y los hombres del exterior entregados a una continua guerra ritual en la consumen sus instintos violentos y que, no sin intención por parte de sus amas, mantiene su número controlado.
La novela de Elia Barceló, Consecuencias naturales, tiene planteamientos más suaves en tanto que en el universo que refleja las mujeres no están dominadas ni ejercen un dominio más allá del formalismo verbal. Sin embargo, esa imposición no ha hecho que cambien las maneras de pensar, como vemos en la primera escena de la novela, que consiste en una conversación de bar entre los miembros de un grupo exclusivamente masculino, en la que estos exhiben un machismo de lo más tosco. Aunque la noción se pierda después en el lamentable caos argumental de la obra de Elia, subyace en su arranque la idea que creo se puede rastrear en otros y mejores ejemplos de ciencia ficción de tema feminista, a saber, que no importan qué, cuantos y de qué alcance sean los cambios sociales que se introduzcan, los hombres siempre son iguales.
Esta es una idea feminista, reverso del concepto machista de que todas las mujeres son iguales, pues el feminismo, como cualquier movimiento político, tiene un horizonte utópico y una facción radical. Cuando ambos coinciden, surgen obras que, curiosamente, tienen el precedente de otras de autores masculinos de premisa virtualmente idéntica, pero tono y conclusión contrapuestos. De los muchos ejemplos que pueden encontrarse desde la novela científica de la belle epoque, pasando por la narrativa pulp de entreguerras, hasta la más maduras obras de los años cincuenta, quizá el mejor a la par que el mas ecuánime sea Consider her ways de John Wyndham. El notable autor británico recurre al traslado de la mente de una científica contemporánea al cuerpo de una habitante del futuro post-extinción del hombre para hacer posible un franco intercambio de ideas sobre las ventajas de la convivencia con el sexo masculino y su ausencia entre esta voz de nuestro mundo y el personaje de una psicóloga de ese otro exclusivamente femenino para la cual el suyo es, naturalmente, el mejor.
Esta contraposición de posturas es apenas abordada en las cumbres del utopismo feminista radical de lo años setenta que son Houston, Houston, ¿me recibe? de James Tiptree Jr. y El hombre hembra de Joanna Russ, como no sea para ser rápidamente liquidada, y nunca mejor dicho. Mientras Wyndham propone un final abierto, sin declarar una ganadora en la controversia y poblando su descripción del futuro sin hombres tanto de luces como de sombras, Alice Sheldon, alias Tiptree, y Russ exponen una clara conclusión que, por falta de intención o por falta de valor, misteriosamente todos sus críticos parecen decididos a obviar.
Consideremos, aunque sólo sea por un momento, los elementos argumentales que tienen en común las obras de Tiptree y Russ: ambas nos presentan, que no explican, sociedades utópicas exclusivamente pobladas por mujeres. Estas utopías no lo son a pesar de la ausencia de la mitad del género humano, sino precisamente porque están libres de esta presencia. Y de ellas transciende la idea de que los hombres, aun sin propósito de causar daño alguno, son fuente y motivo de todo mal social que pueda caer sobre las mujeres.
En la premiada novela corta Houston, Houston, ¿me recibe?, una enfermedad particularmente selectiva y virulenta exterminó a los hombres, dejando solas a las mujeres para que pudieran construir un mundo perfecto. Esta es la situación cuando a través de un pliegue espacio-temporal llegan tres astronautas norteamericanos del siglo XX. Ante la repentina aparición de este factor desestabilizador, ¿cuál es la acción lógica y humanitaria a tomar? Tiptree, seudónimo de Alice Sheldon, opta por el exterminio, indoloro e impersonal. El mundo de las mujeres es un mundo nuevo y mejor para morir.
El hombre hembra aparece en principio como una extensión del supuesto anterior, e inicialmente desprovisto de ese final desagradable. Se ha llegado a decir que la novela de Joanna Russ es una de las mejores del género. Estoy de acuerdo. Tiene no poco mérito escribir una prosa tan viva, dotar a la narración de un estilo tan absorbente, y, al mismo tiempo, conseguir mantener la atención del lector en una trama que salta de una realidad a otra sin caer en la confusión, lo que habla bien a las claras del talento de Russ. Pero este monumento al arte de narrar que es El hombre hembra no debería hacernos olvidar qué se cuenta en él.
Al igual que en el relato de Tiptree, el mundo del futuro rebautizado como Whileaway es el resultado de la muerte de todos los hombres, víctimas de una plaga mil años atrás. Como su propio nombre nos dice, es una sociedad fuertemente marcada por la noción del progreso y cuya cultura soporta una tradición análoga a la del pionero americano. En este futuro utópico, el exterminio del hombre no ha significado la paralela desaparición de los valores que se le atribuían en exclusiva, probablemente porque tal presunción no era cierta.
La protagonista creada por Joanna Russ, en realidad diferentes parapersonalidades del personaje, salta de un universo a otro y se encuentra con otras encarnaciones de sí misma, pobres víctimas de las sociedades predominantemente masculinas en las que viven, hasta que acaba conociendo a su yo verdugo: la mujer que prepara, en un planeta en el que, si bien separados, perviven ambos sexos, la muerte de sus enemigos en una guerra bacteriológica que el futuro, desmemoriado o culpable, recuerda como enfermedad natural. Houston, Houston...
¿Se justifica tal acto? Hombre, puestos a justificar, se puede justificar cualquier cosa. Lo interesante es el tono. El hemicidio, el asesinato de la mitad de la humanidad, no es objeto de especial énfasis: fue algo doloroso, pero necesario, y como tal ejecutado sin especial cargo de conciencia, sin que tampoco sea nada de lo que sentirse especialmente orgulloso. Situado el hecho en un pasado remoto y confuso, la sociedad del presente futuro no tiene que verse lastrado por él.
Más descarnada resulta la situación de Houston, Houston, ¿me recibe?, pero afortunadamente la caracterización de las víctimas contribuye a aliviarla, lo cual nos lleva a la interesante cuestión de cómo se modelan los personajes en este tipo de obras. En la de Tiptree los tres astronautas procedentes de un atávico pasado son descritos respectivamente como un fanático religioso, un maniaco sexual y un neurótico atormentado por los sentimientos de culpa. Por contra, las mujeres son fuertes, serenas, racionales y desapasionadas. Pueden matarte, y de hecho lo hacen, pero no con odio, por lo que no parece que se trate de un crimen.
Es evidente que el autor/autora no está siendo imparcial, pero tampoco pretendía serlo. Así, las mujeres que rescatan a los astronautas del siglo XX proceden a drogarles con una substancia desinhibidora, cuyos efectos progresivos terminan revelando a los hombres como bestias irracionales y peligrosas, o, en el mejor caso, criaturas desvalidas a cuyo sufrimiento se da fin en un acto piadoso.
Es decir: se destruye la condición de seres sociales de los astronautas para demostrar que no los son, lo que no me parece muy distinto de la táctica que los nazis practicaban en los campos de exterminio, rompiendo primero el cuerpo para romper después el alma.
Houston, Houston, ¿me recibe? es una historia de sacrificio, pero sólo desde el punto de vista de las mujeres del futuro. Para ellas, para la autora, lo noble es el acto de acabar con la vida de esos entes atávicos que son los machos, monstruos del pasado sin lugar en el feliz mundo del futuro. Las mujeres sacrifican su natural bondad transitoriamente, en la persecución de un bien mayor, y por esta entrega consiguen transferir cualquier posible culpa de las victimarias a las victimas.
Mirándola desde fuera, la novela de Tiptree es una historia de terror, donde un grupo se arroga el derecho de decidir sobre la humanidad de otro, de forma que su exterminio se aproxima más a un deber y una necesidad que a la consecuencia natural del odio.
Subyace en la narración la idea de que hombres y mujeres son especies distintas que compiten por el mismo medio, pero mientras una es autónoma y asociativa, la femenina, otras es parasitaria y destructiva, la masculina. Y aun por debajo de lo anterior encontramos la idea no totalmente admitida, pero determinante, de que la convivencia es imposible. Las mujeres, aun conociendo la maldad intrínseca del hombre, se sienten incapaces de mantener, por su ya mencionada bondad natural y rectitud de pensamiento, quizás, su vida de la acción insidiosa y astuta de los hombres. Para las mujeres (nazis) todos los hombres son judíos (animales).
Por contra a este abordaje directo, El hombre hembra de Joanna Russ realiza una aproximación elíptica, menos brutal en los hechos narrados, pero definitivamente no en los sugeridos. Aquí no se mata a nadie, y sin embargo yo aún me pregunto qué fue del segundo hombre que accidentalmente saltó a Whileaway y que, al contrario que le primero, no regresó...
Si Tiptree no desciende a perfilar un personaje masculino positivo, Russ no concibe siquiera un personaje que no sea femenino. Aparecen hombres, ciertamente, pero sólo son actitudes, no personas, y actitudes concebidas expresamente como reprobables, además. Es más, hay un solo personaje femenino, si bien dividido en parapersonalidades. Quizá sea falto de rigor identificarlo con la autora, aunque ella misma se incluya en el relato, pero desde luego este recurso nos induce a ver El hombre hembra como el reverso casi perfecto de la fantasía adolescente típica (siempre descrita como masculina): un universo donde triunfa el yo por medio de la férrea voluntad de prevalecer, y cuyo prototipo moderno se encuentra en el Mein kampf de Adolf Hitler.
Como digo, El hombre hembra carece de caracterizaciones masculinas, lo que es sólo uno de los recursos deshumanizadores empleados en una inteligente, pero no por ello menos viciada, escalada de justificación de lo injustificable. La machacona enumeración de las humillaciones infligidas a las mujeres, todas ellas la misma, por hombres evidentemente estúpidos y a pesar de ello constructores de una eficaz estructura de dominio social, es otro recurso.
Pero todo esto es sentar la base para el enfrentamiento que finalmente se expone cuando todas las protagonistas, que son la misma, se reunen con su encarnación cruel, que, entiéndase bien, lo es por necesidad, no por naturaleza. En este mundo del futuro imperfecto, el antagonismo entre los sexos ha llevado a una casi total segregación, sólo matizada por los intercambios comerciales, pero mientras las mujeres no repiten en su emergente sociedad los errores del antiguo mundo dual hombres/mujeres, los primeros sí.
Joanna Russ, entonces, concibe un curioso mundo-macho en el que travestidos y transexuales, no siempre y no del todo voluntarios, ejercen el papel de las mujeres, es decir, son objeto de dominación y violencia por los "verdaderos-hombres", en un patético remedo del pasado.
Los hombres de esta sociedad son presentados en cuatro ejemplos, desde el simplón brutal al magnate psicópata, pasando por el transexual-víctima. Una vez más deshumanización. Ningún ser aun vagamente masculino es inteligente, cuerdo o dueño de sí mismo. Que contraste con la mujer-hombre trasunto de la autora, cuyo nombre es, y no casualmente, Jael Razonadora, pues puede justificar racionalmente sus actos, aunque estos sean la humillación y el asesinato, y lo que es más, disfrutar con ellos. Paralelamente, Jael, también conocida como Alice, tiene por objeto sexual, nunca mejor dicho, a un androide descerebrado, al que hemos de suponer el macho ideal.
Jael enfrenta a su contrapartida proveniente de Whileaway con el hecho de que la plaga que en su universo extinguió al género masculino fue en realidad la guerra biológica que ella está planeando, y que las conciencias de las mujeres quisieron borrar este conocimiento posteriormente. Recuérdese que los nazis planeaban desmantelar los campos de exterminio concluida la solución final. La whileawayana Janet se niega a colaborar (paradoja, ya lo ha hecho), la reprimida Jeannine se une fervorosamente a la causa y la autora se pasa por alto a sí misma, quizá porque su postura está lo suficientemente clara.
El mensaje de El hombre hembra es, a pesar de todo, ambiguo. No es posible precisar si se trata del Ved que mundo maravilloso resultará si hacéis lo que os digo o del Mirad lo que resultará si no me hacéis caso, y hay que reconocer que la diferencia no es mucha, como también es forzoso admitir que la novela de Joanna Russ es una obra hermosa a la par que terrible.
Cuando las mujeres gobiernen el mundo,
todo será cruel e implacable.
Gianni Agnelli
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