CONTENIDO LITERAL

("Ayermañana", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

El problema de algunos clásicos, llegada cierta edad, es que pierden el control. Cobran una desmedida noción de la propia importancia, creen que cada una de sus palabras debe ser interpretada como oráculo, piensan que esperamos cada una de sus producciones como ambrosía que libere nuestros sentidos. Personalmente no he apreciado nunca en exceso la obra de Ray Bradbury, apreciable en obras puntuales pero con evidentes déficits globales. Pero es que lo de Ayermañana es simplemente definitivo.
Estamos ante una colección de... ¿artículos? No. ¿Ensayos? No. Definitivamente, estamos ante una colección de pajas mentales. De pensamientos sin ningún interés a cargo de una persona sin demasiada profundidad en la visión de las cosas. Perogrulladas que puede permitirse el famoso autor de Crónicas Marcianas o Fahrenheit 451, pero que en la boca de cualquier otra persona le adjudicarían el poco preciado rótulo de "filósofo de bar".
Lejos de arrugarse ante sus evidentes lagunas culturales de todo tipo, el absoluto desinterés de sus soporíferas vivencias personales o la evidente simpleza de la mayor parte de sus reflexiones, Bradbury se encarna en una suerte de Abuelo Cebolleta de lo futurista y nos arrea unas formidables tabarras acerca de cómo cree él que deberían ser las cosas y cómo todo se arreglaría si fuéramos más humanos y felices siguiendo su sendero.
Puro merengue, pura melaza que parece olvidar la existencia de un mundo bastante diferente al dulce discurrir de la vida en los pueblos del medio oeste de los Estados Unidos. La vida es fácil para Bradbury (famoso, adinerado, inteligente, aunque da la sensación a veces de que poco listo), lo cual me alegra mucho pero no me consuela. Lo peor es que este ser afortunado se sorprende de que el resto de la gente no sea tan feliz como él y se permite dar consejos a diestro y siniestro, chuminadas que él considera perfectamente válidas pero que resultan obviamente locales y simplonas, diseñadas para un mundo en el que el mal no existe, los videojuegos favoritos son absolutamente pacíficos, los intelectuales son seres amistosos deseosos de charlar sobre sus vivencias y puede permitirse que los visitantes de una librería se sienten tranquilamente a leer, porque si les gusta el libro se lo comprarán y si no les gusta lo devolverán a los estantes en perfecto estado.
Sus anécdotas con Walt Disney, la forma en la que le escuchan los arquitectos para llevar a cabo sus ideas, cómo cambiaría el mundo armado sólo con la candidez... éstas son las pariditas que va narrando el buen Bradbury. Creo que ni aún los más fanáticos del autor podrán disfrutar este volumen, que lleva a reflexionar sobre la conveniencia de publicar toda la obra de un autor, escriba lo que escriba: ¿no será mejor tapar ciertas vergüenzas para evitar causar más perjuicio que otra cosa?