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("Olvidado rey Gudú", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

Otro reto, si bien de muy diferentes características, es el que afronta Ana María Matute con su Olvidado Rey Gudú, una de las grandes novelas españolas del pasado año que resulta ser una novela fantástica con todas las de la ley. La académica ya se había acercado en numerosas ocasiones al fantástico puro, como en su anterior novela (de hace 25 años), La torre vigía. Ahora crea toda una imaginería propia en esta colosal novela, muy recomendable pese a los altibajos propios de una obra de 900 páginas.
El relato corresponde a la historia del reino de Olar, un imaginario país medieval que nos es presentado de forma satisfactoria. Tal vez el punto fuerte de la novela se encuentre, precisamente, en las 200 páginas en las que se presenta la formación del reino, las batallas y aventuras que llevaron a la ascensión final de Gudú, el rey que no es capaz de amar, narradas en un tono en el que se simultanea de forma muy delicada la épica con la descripción de intrigas palaciegas.
Después, si bien el tono se mantiene en cotas muy altas, se encuentran fases más difíciles de digerir, al menos para alguien que, como yo, no es amante de la fantasía pura. Se deja sentir aquí lo que la propia autora ha reconocido: que leyó a Tolkien una vez iniciada su propia creación, y que debe más a Andersen o a los hermanos Grimm que a El señor de los anillos. Sin caer en la simpleza, sí se deja sentir un cierto infantilismo difícil de digerir para lectores con callos en el "sentido de la maravilla" como lo soy yo mismo.
Sin embargo, el libro se acaba con enorme placer debido a la firme mano con la que Matute mantiene la línea épica general y, sobre todo, gracias a los sobresalientes recursos narrativos de los que dispone la autora. Es evidente, una y otra vez, que no estamos ante el asalariado de turno publicado por Timun Mas, sino ante una escritora con un oficio apabullante y que convierte a cada uno de sus personajes en una entidad con vida propia, un crisol de emociones contradictorias como, al fin y al cabo, somos todos y cada uno. Además de en la caracterización, Matute se mueve con inigualable soltura en la descripción, perfilando sin esfuerzo un mundo distinto, hermoso y feroz a la par, lleno de países ignotos cargados de misterio.
Pero tal vez donde se agradece más la elevada capacidad de la autora es en su tratamiento de la magia. Lejos de las exhibiciones de los mediocres, en el mundo de Olvidado Rey Gudú se diría que la magia forma parte del entramado de la realidad de una forma continua, sutil. Los aderezos fantásticos de la trama, especialmente la rara condición de Gudú, que le da su fuerza pero termina por motivar su olvido, están tratados con tanto gusto y tan exquisita armonía que acaban por resultar por completo naturales.
Estamos, pues, ante una novela sobresaliente dentro del fantástico español, tal vez la primera gran aportación nacional al fantasy puro, si bien con un regusto propio. Una obra, pues, imprescindible, que debería ser un toque de atención para los autores nacionales directamente encuadrados en el género.