CONTENIDO LITERAL

("Visiones distantes: continuaciones de la máquina del tiempo", artículo de Stephen Baxter. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

"El Viajero del Tiempo desapareció hace tres años. Y, como ya saben todos, no ha regresado...".
La máquina del tiempo, capítulo 12

La máquina del tiempo de H. G. Wells cumple cien años en 1995, y sigue siendo un libro completamente recomendable. ¡Pero tiene un clásico final en suspenso!
Al igual que muchos de sus lectores, siempre he deseado saber qué fue del Viajero del Tiempo después de los acontecimientos de la novela, en su segundo y quizás más interesante viaje a través del tiempo. Por fin, incapaz de aguantarlo más, he publicado mi propia continuación, con el título de Las naves del tiempo. No tengo ninguna duda; Las naves del tiempo es una clara continuación; lo que cuenta se superpone a los hechos de La máquina del tiempo, ampliando las sorprendentes aventuras del Viajero del Tiempo.
Wells, por supuesto, nunca escribió una secuela de La máquina del tiempo. (Es curioso pensar que, si Wells siguiera trabajando en la actualidad, sometido a las presiones de la edición moderna, bien podría haber sido embaucado para hacerlo). Sin embargo, a lo largo de la larga vida del libro, ha habido varias continuaciones de manos de otros antes que la mía, incluso preludios.
¿Y si Wells hubiera escrito una secuela? ¿Qué cuestiones indagaría? ¿Y cómo han manipulado los otros autores el universo de Wells? En pocas palabras: ¿qué fue del Viajero?
La verdad es que, en 1897, Wells ya publicó lo que podríamos considerar un preludio desligado de La máquina del tiempo, en A story of the days to come, una novela corta íntimamente unida a su distopía de 1899 Cuando el durmiente despierte. Contemplamos un futuro cercano en el que Londres se ha convertido en una inmensa y cristalina arcología, como lo llamaríamos ahora, una ciudad contenida en un solo edificio gigantesco.
Es una visión del hacinamiento urbano que se ha hecho familiar para la más reciente ciencia ficción, como en la película de Ridley Scott Blade Runner (1982). Existe una tensión entre los niveles superiores, desocupados y llenos de iluminación aristocrática, y los niveles inferiores y subterráneos, habitados por proletarios pre-orwellianos con uniforme azul.
Nos impresiona la detallada exploración de la cuestión del desarrollo de un futuro de pesadilla, al estilo del habitado por los morlocks y los eloi, en el cual las fuerzas sociales aún imponen la división de los hombres entre los que poseen y los que no: una separación que, en el mundo de La máquina del tiempo, debía finalmente afectar a la propia evolución de las especies. Así que podemos suponer que un preludio explícito de Wells habría explorado ese mundo.
La visión de Wells aquí tiene una cierta energía, incluso si algunos aspectos de semejante pesadilla se nos antojan, a la vista del fin de nuestro siglo, algo cándidos (los horrores de la vida en los niveles inferiores parecen limitarse por completo a peleas a puño limpio, por ejemplo). Pero como suele hacer a menudo, incluso en este tipo de obras apresuradas y defectuosas, Wells propone ideas que generaciones enteras de escritores posteriores se han dedicado a desarrollar con entusiasmo desde su época.
En lo que respecta a las continuaciones, quiero compartir la lectura del capítulo 11 de La máquina del tiempo, titulado en algunas ediciones "La visión más distante", que tal vez nos dé algunas pistas de lo que Wells pensaba sobre el destino de su historia.
En esta secuencia, el Viajero del Tiempo, tras escapar de los morlocks, se adentra en el futuro, atraído por el misterio del destino de la tierra. Se detiene en una playa con pendiente. Ve una cosa parecida a una enorme mariposa blanca y criaturas monstruosas del aspecto de cangrejos, que se muestran hostiles.
El viajero continúa hasta que alcanza una época a treinta millones de años de allí. La vida ha desaparecido, aparte de un légamo verde sobre las rocas y un objeto negro agitándose en un banco de arena. Esto último resulta ser una cosa redonda, como del tamaño de un balón de fútbol, o tal vez mayor, con tentáculos que arrastraba por detrás; parecía negra contra la espumosa agua rojo sangre, y no paraba de brincar de un lado a otro (la cita es del capítulo 11 de La máquina del tiempo).
Generaciones de lectores han sido cautivados por la breve imagen de Wells acerca de esa playa terminal: la triste voz de la mariposa y la desagradable indefensión de la cosa redonda. Pero frente a esto, hay poca evidencia de descendencia humana entre estas escenas. No obstante, como señala Philmu, el mensaje de la visión se ve sutilmente alterado si acudimos a un incidente incluido en la serialización de La máquina del tiempo aparecida en 1894 en New Review, que fue eliminada de la posterior edición de Heinemann. (Este pasaje se reproduce en la edición centenaria de Everyma.) En esta versión, antes de alcanzar la playa de cangrejos y mariposas, el Viajero se topa con una criatura que él compara a conejos o algún descendiente del canguro. El ser tiene cinco frágiles dedos tanto en sus pies delanteros como en los traseros: los pies delanteros, por cierto, eran casi tan humanos como las patas delanteras de una rana. Incluso tenía la cabeza redonda, frente prominente y ojos de mirada frontal. Estas criaturas son atacadas por inmensos centípedos de diez metros.
El Viajero reconoce una desagradable repulsión hacia el canguro y expone abiertamente sus elucubraciones sobre que los canguros y los centípedos puedan ser futuras degeneraciones de los eloi y los morlock, ambos descendientes de los hombres ; y de la misma manera, puede que el emparejamiento depredador-presa del cangrejo y la mariposa quiera significar otra degradación más de estos posos de humanidad.
(Debo decir que la desigualdad superficial de las diversas especies no es una barrera para deducir su relación de descendencia. Previamente, Wells había demostrado que era consciente de la plasticidad darwiniana de las especies en escalas temporales geológicas, por ejemplo, en su ensayo de 1891 sobre regresión zoológica.)
De manera que en esos tres escenarios unidos -la dualidad morlock-eloi, las criaturas conejo, las mariposas y los cangrejos- presenciamos una progresiva devaluación de la raza humana. ¿Qué puede explicar, no obstante, la visión final de la última parada del viajero: la cosa redonda del tamaño de un balón de fútbol al final de los tiempos? ¿Por qué se incluye esta visión en la cuidadosa descripción de la degeneración humana, y por qué Wells la mantuvo cuando excluyó el fragmento de la criatura parecida a un conejo?
Afirmo que es posible deducir que la cosa redonda también representaba una cuarta y última etapa en la degradación del hombre.
Un tema recurrente en la obra de Wells es la especulación de que en un futuro lejano, el hombre podría evolucionar de tal forma que la cabeza y las manos sean favorecidas a expensas del resto del cuerpo, lo cual ha quedado desmentido por los avances tecnológicos. Esta visión fue presentada, por ejemplo, en su ensayo de 1893 "El hombre del año un millón". En él, Wells describe renacuajos humanos con cerebros enormes, ojos blandos, líquidos, expresivos y cuerpos atrofiados que se desplazan a saltos sobre sus manos hipertrofiadas o se zambullen en estanques de soluciones nutrientes. El resultado es una imagen notablemente similar a la cosa redonda de la playa.
Seres muy similares a la cosa redonda también surgen en otros lugares de la ficción de Wells: los Vigilantes de otra dimensión de "El relato de Plattner", el Gran Lunar de enorme cerebro en Los primeros hombres en la luna. Quizás más conocidos sean los marcianos de La guerra de los mundos, con sus grandes cabezas redondas y tentáculos a modo de dedos. Aquí Wells es bastante explícito sobre que estos marcianos son una visión futura de la humanidad ; cita con ironía su propio ensayo "El hombre del año un millón" y dice: "Para mí es bastante plausible la creencia de que los marcianos desciendan de seres no diferentes a nosotros, a través de un desarrollo gradual de los cerebros y las manos..." (La guerra de los mundos, libro 2, capítulo 2).
Por supuesto que el argumento de que la cosa redonda de la playa terminal pudiera representar un futuro descendiente del hombre con cerebro gigantesco pueda parecer enemistado con la degeneración intelectual de la línea morlock-eloi. Pero esta interpretación nos proporciona una auténtica unidad sobre la Visión más distante, con todas las implicaciones de que esa unión trabaja conjuntamente, aunque de forma indirecta, para exhibirnos una desolada previsión de las consecuencias de la evolución humana. Parece claro que Wells no quería que estuviéramos seguros del significado de sus visiones; el más explícito de los pasajes citados, el de las criaturas conejo, quedó suprimido en la versión libresca de La máquina del tiempo, lo que nos deja con ambiguos barruntos de un lejano futuro escasamente comprendido. Y tal vez sean esta falta de claridad y esta ambigüedad lo que ayuda a enraizar en la imaginación la visión más distante.
Es horripilante, sin embargo, imaginar que la cosa redonda podría haber mantenido algunos vestigios de inteligencia, de conciencia de su situación: ¡un hombre del año treinta millones varado al fin, desvalido, en la prototípica playa terminal!
También debemos recordar que Wells, en la época en que escribió la versión final de La máquina del tiempo, se había trasladado a Kent para recuperarse de una fuerte enfermedad. Wells fue una mente activa atrapada en un cuerpo que le traicionaba; es tentador suponer que su repetida imagen del confinamiento de la fértil imaginación humana en la frágil carne se derivaba de las propias circunstancias de su vida.
Quiero dejar claro que no estoy discutiendo el hecho de que obras como La guerra de los mundos no son de ninguna manera continuaciones de La máquina del tiempo, que ni siquiera están relacionadas directamente; pero quizás podamos ver en ellas algo del material temático común que Wells podría haber explotado si alguna vez se hubiese decidido a resolver por sí mismo el final pendiente del Viajero del Tiempo.
¡Pero no lo hizo, y nunca nos dijo lo que fue de él!

En el siglo que siguió a su primera edición, otros muchos autores exploraron el intrigante universo de La máquina del tiempo. Tal vez la secuela más directa, al menos entre los aficionados a la ciencia ficción, sea Morlock night, de K. W. Jeter (1978). Justo al término de la famosa cena del regresado Viajero del Tiempo, el Londres de 1890 desaparece en una especie de niebla, y resulta que no sólo los morlocks -los generales, los cavernícolas inteligentes que el Viajero no encontró en su primer viaje- están usando la máquina del tiempo que han capturado para invadir la Inglaterra victoriana, sino que también el viaje temporal está generando un colapso causal que amenaza la existencia del universo. Éste es un comienzo prometedor, pero desafortunadamente, hacia la página 40, nos informan de que sólo la reencarnación del rey Arturo puede combatir a los morlocks y salvar Inglaterra, y gran parte del resto de la novela está ocupado por la búsqueda de clones de una Excalibur creada por las paradojas del viaje en el tiempo.
El propósito de Jeter es tan sólo divertirse, tratando al universo de La máquina del tiempo como un campo de aventuras para la mente. Y, tomado a su nivel, el libro es bastante entretenido. Hay momentos agradables que están descritos con imaginación y estilo, como el submarino morlock en las cloacas de Londres.
Pero este libro ha sido mortalmente traicionado, para mí, por su premisa central artúrica, que es esencialmente estúpida, y por su perezoso manejo del estilo y el material de Wells; lo que hace Jeter es adoptar el mito wellsiano para construir monstruos de cómic, en una historia carente del contenido irónico y la ambigüedad propios de Wells.
Pero ¿qué le pasó al Viajero?
Es triste ver cómo Jeter lo despacha pronto. En su segundo viaje, los generales morlock le están esperando... ¡y sus huesos son arrojados a una tumba abierta, a millones de años del día de su nacimiento!
Esto lo explica Merlín (Morlock night, capítulo 1); y Morlock night continúa.
La primera secuela de otro autor parece haber sido hecha por un discípulo anónimo (de Wells), con estilo propio, que en 1900 usó la máquina del tiempo para explorar el futuro. Más recientemente, en The man who loved morlocks, de David Lake, el Viajero del Tiempo vuelve al futuro para encontrar un mundo morlock-eloi en apariencia similar al primero que descubrió, pero se da cuenta de que en realidad los eloi son una especie en peligro protegida por los inteligentes y comprensivos morlocks. Su canibalismo es la malinterpretación del viajero de los estudios de autopsias de los morlocks en los cuerpos ya fallecidos de los eloi.
En La máquina del tiempo, el viajero elabora y descarta una serie de hipótesis para explicar los hechos del mundo que observa; por tanto, Lake proyecta un descarte final, el de su teoría última de la división social. El mayor logro de Lake consiste en examinar profundamente las preocupaciones y percepciones de Wells. Desafortunadamente, este interesante libro es difícil de encontrar, ya que fue publicado por una oscura editorial australiana.
Como estupendo preludio a La máquina del tiempo está La máquina espacial, de Christopher Priest (Ultramar). Este libro es un cruce notable entre La máquina del tiempo y La guerra de los mundos, en el que el joven viajante de comercio Edward Turnbull visita al Viajero del Tiempo antes de su primer viaje, y conduce la máquina del tiempo a través del espacio, a un Marte wellsiano. (Recordemos que el Viajero anunciaba que su máquina podía viajar indistintamente en cualquier dirección del espacio y el tiempo, pues decide el piloto: La máquina del tiempo, capítulo 1.)
La máquina regresa automáticamente a la tierra; Edward vuelve de polizón en los cilindros invasores de los marcianos. Se encuentra con un joven Herbert George Wells, ¡que construye un armazón de cama volador con fragmentos de la máquina del tiempo y la emplea para combatir a los invasores marcianos!
Por lo que yo sé, La máquina espacial encaja completamente con las historias de La guerra de los mundos y La máquina del tiempo, y como tal es una delicia para los admiradores de Wells. El libro es básicamente un ejercicio de nostalgia literaria. El paso del tiempo ha convertido la Inglaterra de 1890 de las novelas de Wells en un paisaje que nos resulta extraño y, mientras el propio Wells incluyó gran parte de ambiente contemporáneo en sus novelas como lastre para sus más desenfrenados vuelos de la imaginación -de hecho, hoy podríamos llamar a La guerra de los mundos, por ejemplo, ficción real-. Aquí nos cautiva ese detallismo de época. Esto es irónico, dado el propio estilo prosístico de Wells, transparente y deliberadamente escueto. El objetivo central de Priest es entretenernos con una visita original a lo que se había convertido (en 1976) en una Gran Bretaña alternativa de la última época victoriana, aunque él incorpora un suave pastiche de algunas de las preocupaciones y prejuicios del tiempo de Wells.
En La máquina espacial el propio Wells aparece como personaje; en realidad el libro es un ejemplo de lo que la Encyclopedia of Science Fiction define como ciencia ficción recursiva: cf que explora en su propia, enorme y creciente tradición para hallar su temática, mezclando con desidia personajes reales y de ficción. Con el paso de los años, Wells ha sido empleado -o explotado- de esta manera muy a menudo, con diferentes grados de seriedad, y ahora existe una especie de confusión -al menos en la mente popular- entre el Wells hombre y su ficción.
En alguno de esos retratos, Wells habita el mismo universo que su Viajero del Tiempo, o al menos que la máquina del tiempo, de forma que Wells se convierte en el inventor de una máquina real; en otros, Wells y el Viajero son descritos habitando universos paralelos.
Gran parte de la obra de Michael Moorcock se ambienta en un conjunto de universos infinito, complejo, constantemente interrelacionado llamado el Multiverso, y muchas de sus obras se inspiran en las novelas científicas de la era wellsiana; por ello, no sorprende que al menos uno de los muchos trabajos de Moorcock trate de Wells y de su Viajero. Dancers at the end of time es una serie de tres novelas, una lúdica e hilarante historia épica de un decadente futuro lejano. En el segundo volumen, The hollow lands, el héroe del remoto futuro, Jherek Carnelian, es ayudado por Wells cuando se queda atrapado en Bromley en 1895. Jherek dice, algo agradecido, de Wells: "Nuestra conversación fue muy seria. Él era una de esas pocas personas que he encontrado en vuestro mundo que parecían saber exactamente de qué estaba hablando yo." (The hollow lands, capítulo 13.) Lo cómico deriva, en gran parte del contraste entre la represión rígida, puritana y acomplejada reinante en la cultura del siglo diecinueve, y el comportamiento alegremente amoral, desinhibido de los posthumanos casi omnipotentes del lejano futuro. "Expresando su gratitud: Jherek cogió al Sr. Wells por los hombros y lo besó con firmeza en la frente. ¡Y de este modo se lo agradezco, Sr. Wells, querido mío! El Sr. Wells retrocedió, quizás algo nervioso." (The hollow lands, capítulo 11.)
Así que aquí encontramos lo que es aparentemente el Wells real, en un universo en el que La máquina del tiempo era ficción. Pero en el tercer volumen de la serie, The end of all songs, Jherek y su compañera la Sra. Amelia Underwood quedan atrapados en la era Devonia, ¡donde aparece el mismísimo Viajero del Tiempo! En seguida percibimos indicios de que el Viajero pertenece a otro universo paralelo al que habita Wells: habla de Waterloo Circus, por ejemplo.
En esta historia, el Viajero se ha convertido evidentemente en un experimentado turista del tiempo. Es incapaz de liberar a Jherek y Amelia, ¡pero les deja su cesta de picnic! Finalmente el Viajero del Tiempo aparece una vez más, en el final de los tiempos, donde el universo afronta un colapso final; llega en una ampliada máquina del tiempo llamada Cronomnibús, acompañado por policías de 1890, para arrestar a Jherek y Amelia. Al final, el Viajero se dirige a 1896, o al menos a un 1896, para comenzar una búsqueda de su propia línea temporal.
Wells ha realizado otras muchas apariciones de invitado en la ficción. Nos lo encontramos en una novela corta llamada The inheritors of earth, del autor británico Eric Brown. En esta historia entretenida, y a veces de un erotismo intenso, un viajero temporal de 1990 se compromete a transportar neanderthales del pasado a la seguridad del lejano futuro. (Lo erótico viene por la relación de este viajero con una neanderthal análoga de Weena; la relación contrasta fuertemente con el coqueteo sentimental del Viajero de Wells con Weena.) Pero el viajero se estanca fuera del tiempo en la década de 1880, donde paradójicamente es cazado por un joven y desorientado Wells que teme que el viajero cause un colapso temporal. Éste es un antipático retrato de Wells, pero logra capturar algo de la intensidad y de la implacable inteligencia que solemos asociar con él.
The hunger and ecstasy of vampires es una novela corta de Brian Stableford. La estructura de esta historia es extrañamente paralela a la de la propia La máquina del tiempo, y describe una reunión de personajes reales y ficticios -Oscar Wilde, Sherlock Holmes, Bram Stoker- en una cena wellsiana organizada por un viajero temporal consumidor de drogas, que viaja al distante futuro en que los vampiros se han convertido en la especie dominante. En esta cena figura como invitado Wells, ¡temiendo el plagio de sus propias obras!
La película Los pasajeros del tiempo (dirigida por Nicholas Meyer en 1979) mostraba a Jack el Destripador robando la máquina del tiempo a Wells, su inventor, y viajando a 1979. La máquina regresa y Wells persigue al Destripador hasta 1979. Wells se presenta como un cándido, atontado por el violento futuro que él esperaba que fuera utópico. Finalmente regresa con una empleada de banco a 1895 y, nada propio del auténtico Wells, ¡sienta cabeza para vivir para siempre en matrimonio!
Es sorprendente que tuviera tiempo, pero Wells incluso conoció al Doctor Who. Timelash fue una aventura en dos episodios del Dr. Who emitida por la BBC en marzo de 1985, con guión de Glen McCoy y Colin Baker en el papel del Doctor. En él, el Doctor llega a un planeta llamado Karfel, bajo el dominio de un mutante entre humano y reptil conocido como el Borad. El Borad está criando una raza de mutantes serpentiles llamados morlox, y el "timelash" es un tosco ingenio de viaje en el tiempo que emplea para exiliar a sus adversarios. Una chica llamada Vena, la hija del lugarteniente del Borad, es enviada a través del timelash a la década de 1890, donde encuentra a Herbert. El doctor regresa en el Tardis para salvarla, Herbert viaja al futuro Karfel a bordo del Tardis, y ayuda al doctor a derrotar al Borad. Al final se revela que Herbert es Wells, y se clarifican los vínculos con La máquina del tiempo (morlox inspira morlocks, Vena inspira Weena.)
Desafortunadamente, Timelash no fue un buen trabajo; ¡acabó la última en la votación de popularidad de la Asociación de Valoración del Dr Who aquel año!
Y como último y más reciente -y extremo- ejemplo de apariciones invitadas de Wells, H. G. salió en un episodio de la serie de TV norteamericana Lois y Clark: las nuevas aventuras de Superman, cuya primera emisión en la televisión británica fue el 24 de junio de 1995. Wells es de nuevo un inventor de la máquina del tiempo, y viaja atrás desde una Utopía del siglo veintidós fundada por los descendientes de Superman. Wells es perseguido por un renegado de Utopía aburrido y de inteligencia superior (¿Quieres conocer el futuro? Nadie trabaja, nadie discute, hay 9000 canales y nunca ponen nada...). El criminal intenta volver a 1966 en la máquina del tiempo para asesinar a Superman cuando era un bebé, en su cohete de Kripton, y Wells ayuda a Superman a derrotarlo. Puede ser que haya una interesante capa de metaficción aquí: en un momento Superman, el superhéroe de ficción, no puede creer que Wells, la persona real, sea real en su universo de ficción, o que su creación ficticia, la máquina del tiempo, pueda existir de verdad y funcionar dentro de su propio universo, el de Superman... Pero la historia es más bien pesada, los acontecimientos algo lentos, con un vago guiño a varias enseñas de la cf -paradojas temporales, por ejemplo- sin ningún intento real de usarlos con rigor o lógica.
Estos ejemplos pueden parecer banales, pero ilustran de veras la forma en que Wells ha sobrevivido en la conciencia popular. Supongo que pocos, incluso entre el público lector, han leído La máquina del tiempo; más bien Wells se ha convertido en un emblema de su época y del viaje en el tiempo, atrapado en su propia ficción. Se le representa generalmente como un científico-bufón universal, victoriano, maduro, sentimental y objetivo, un destino reservado a muchos de sus contemporáneos, como Conan Doyle, y un destino que sospecho que él habría aborrecido.
Voy a concluir con la que tal vez sea la más interesante, y también la más extraña, de todas las secuelas de La máquina del tiempo: Die reise mit die zeitmaschine (El viaje con la máquina del tiempo). Este libro es una amplia exploración de las implicaciones científicas y filosóficas del viaje en el tiempo.
Egon Friedell fue un literato y dramaturgo vienés que produjo llorosos estudios filosóficos e históricos, los cuales corrían paralelos a algunos de los desarrollos de Wells. (Tenía doce años menos que Wells). Die reise mit die zeitmaschine se publicó por primera vez en 1946, bajo un permiso del ejército norteamericano de ocupación, y en inglés a cargo de Donald Wollheim en 1972.
El libro de Friedell posee una estructura narrativa con deudas hacia el original, pues el callado, tímido hombre de la barba de la cena de Wells proporciona a Friedell un relato del segundo viaje en el tiempo. El Viajero trata de volver a 1840. Pero ve que es imposible trasladarse al pasado, a causa de una especie de inercia temporal.
Viaja hacia delante, a 1995; se descubre sobre un llano cristalino; la ciudad de Londres flota en lo alto del cielo. Todos los aspectos de la condición humana están planificados y controlados, incluyendo el clima, la producción de comida y los patrones de sueño.
Desconcertado, el Viajero se traslada a 2123. Llega a un fangoso terreno colonizado por vegetación enorme y colorida. Londres ha desaparecido. Se topa con dos egipcios, que poseen un sentido psíquico de las perturbaciones en el flujo de la historia causadas, claro, por las acciones paradójicas de la propia máquina del tiempo y, con mucha palabrería matemática, los egipcios explican que el mundo de eloi-morlock está tan lejano que el Viajero no pudo haberlo alcanzado por viaje en el tiempo, de modo que su visión debe de haber sido de una realidad paralela.
Entonces, el Viajero del Tiempo resuelve penetrar en el pasado, pero cuando lo intenta, se ve suspendido en un solo día interminable -como en la película Atrapado en el tiempo- ¡hasta que es inventada la máquina del tiempo, y queda libre! Finalmente, desilusionado por lo que ha encontrado, regresa a su propio tiempo y emprende un último viaje: la luna de miel, con una chica del futuro (no Weena).
El libro no es fácil de leer. Está lleno de digresiones y desvíos. Como he dicho, la mayor preocupación de Friedell es explorar los conceptos científicos de Wells; pero Friedell lanza sus extrapolaciones como sugerencias apabullantes, antes que usarlas para construir auténtica ficción. Es difícil imaginar un contraste mayor con la cuidadosa forma de desenmarañar que tiene Wells en sus visiones futuras. Die reise... permanece, no obstante, como un libro interesante y estimulante.
Muchos enigmas rodean a esta pequeña obra. No está claro cuándo la escribió Friedell: puede haber sido hasta en 1920. Aunque el libro empieza con una fingida correspondencia entre Friedell y Wells -con Friedell pidiendo a Wells que escriba una segunda parte, y recibiendo una seca respuesta de una secretaria- no está claro, desafortunadamente, si el propio Wells oyó hablar alguna vez de él.
En 1938, después de que Austria fuese anexionada por los nazis, Friedell -que tenía antepasados judíos- se suicidó, a la edad de 60 años.

Cuando comencé a maquinar mi propia continuación, mi punto de partida, como Friedell, era la ciencia de Wells. ¿Cómo podía fabricarse una máquina del tiempo wellsiana, que funcionase a la luz de la física de los actuales noventa? ¿Cómo resolver las típicas paradojas del abuelo, y cómo consideraría el Viajero de 1890 tales paradojas? Pero a medida que seguía leyendo obras, como las de Priest y Lake, me iban interesando más las intimidades de la historia de Wells, y cómo podían ser reconsideradas a la luz de otro siglo de experiencia humana.
Y me quedé extasiado pensando en las visiones wellsianas de la humanidad y del intelecto en el futuro lejano, y en cómo podrían resolverse las ambigüedades que Wells incorporó a su libro.
Todo esto quedó plasmado en Las naves del tiempo. Pero en el fondo, tras haber pasado por todo lo dicho, el motivo de mi continuación vino de la figura central del propio Viajero del Tiempo. Quizás el vigor y el atractivo del personaje del Viajero sea uno de los aspectos más atractivos de la novela de Wells. El Viajero es alegre, burgués, profundamente agradable, y a menudo absurdo. Tiende a reflexionar con sus puños: es un Capitán Kirk de 1890. La historia humana central de Wells es sencilla y cautivadora: seguimos a un personaje simpático a medida que se sumerge en el futuro, le roban el vehículo, lucha para recuperarlo y vuelve a casa.
El mercado de las continuaciones y las referencias a lo largo de los años prueba que La máquina del tiempo sigue prodigando imaginación después de un siglo, que es interesante para más gente que los meros círculos académicos. Y deseamos tan fervientemente una continuación porque le tenemos mucho cariño al Viajero. Por ello, mi propio libro resultó ser mi aportación para responder aquella pregunta del lector, tan vieja como el siglo: ¿qué le ocurrió al Viajero del Tiempo?