Eso nos lleva a la novela española que ha publicado este año B: Jormungand, de Rodolfo Martínez. Estamos sin duda ante la obra de un autor de casta, bien conocido por los lectores de fanzines gracias a su productividad. Sin embargo, o tal vez por ello, el resultado final de la obra es insatisfactorio.
Lo peor es que la novela tiene un comienzo ilusionante, con un primer capítulo en el que se presenta al único personaje verdaderamente interesante de la novela y se describe parcial y progresivamente los aspectos más interesantes del planeta Jormungand. Después, con la entrada en acción de un comando de terrestres, la narración deriva hacia el estereotipo más manido del reciente hard: hay un delfín listillo, una muchachota autosuficiente y sexualmente liberada y algunas civilizaciones raras, pero tampoco demasiado. La obra se convierte en una especie de documental del National Geographic interplanetario, acumulando visitas turísticas en las que el argumento no avanza hasta terminar en un final un tanto abierto, promesa de anunciadas continuaciones.
En el caso de Rodolfo es especialmente notable el problema del acabado profesional. Es un escritor pasional, con fuerza y carácter, pero demasiado entregado a complacer al núcleo de aficionados que conocemos como fándom y demasiado ilusionado en transmitir sus propios gustos y manías, metiéndolas con calzador si es necesario, como si al lector medio fueran a interesarle obligatoriamente. Para que se me entienda: aunque estemos en el siglo sopocientos mil, hay personajes a los que les gustan los Beatles porque a Rodolfo le gustan los Beatles y así puede escribir sobre ellos.
Rodolfo se autohomenajea, homenajea a todo aquello que le gusta, hace guiños difícilmente comprensibles para la mayor parte del público y, por mucho que ponga nombres alemanes a sus personajes, termina por hacer un producto localísimo, exclusivamente disfrutable en su plenitud por el reducido grupo humano compuesto por los aficionados a la ciencia ficción españoles que están al loro.