CONTENIDO LITERAL

("Retrato de Rose Madder [el]", comentario de Susana Vallejo. Derechos de autor 1996, Gigamesh)

Se agradece, después de leer el culebrón de Taltos, un libro más cercano al género de terror que al de Los ricos también lloran. El retrato de Rose Madder queda muy lejos de las mejores novelas de Stephen King (buena parte de su obra, a pesar de venderse como rosquillas -cosa que muchos consideran, no sé por qué, un síntoma inequívoco de que el autor en cuestión sólo escribe basura- es una auténtica gozada), pero es razonablemente entretenida y, si bien en determinadas partes flojea, el libro supone en todo momento una lectura agradable.
El punto de partida de El retrato de Rose Madder es bastante convencional: Rosie, una mujer sistemáticamente maltratada por su marido, decide, tras catorce años de matrimonio, huir de casa e iniciar una nueva vida. Huelga decir que Norman (que así se llama el esposo en cuestión, un poli encantador que gusta de estrangular prostitutas, apalear a mujeres embarazadas y sodomizar esporádicamente a su mujer con una raqueta de tenis) hará cuanto esté en su enorme manaza para impedírselo. La novela hubiera podido tratarse del típico pastiche "psicópata pelmazo persigue a heroína indefensa", pero Stephen King juega con un elemento adicional: un óleo que Rosie compra en una casa de empeños y que, además de dar título al libro, tiñe de un tono fantástico (en ocasiones cercano al surrealismo) a la novela.
El cuadro, en el que Rosie se introduce ocasionalmente para conocer a Rose Madder, su estremecedor alter ego, se convierte en un campo de acción paralelo al de la "vida real", donde Norman continúa buscándola, asesinando a todo aquel se interpone en su camino (y comiéndose después los higadillos del cadáver en cuestión; que todos tenemos nuestras pequeñas manías). King siempre se ha defendido mejor en el campo del terror que en el de la fantasía y, si bien las travesuras de Norman consiguen -bien es verdad que con inevitables altibajos- mantener el interés en todo momento; las incursiones de Rosie al reino mitológico de Rose Madder comienzan siendo fascinantes, continúan acumulando un exceso de símbolos oníricos, y terminan por hacerse casi crípticas y simbolistas.
El retrato de Rose Madder es una novela simpática, teñida con un sutil feminismo (cielos, una heroína que no sólo se las apaña ella sola para sacarse las castañas del fuego, sino que además tiene que arrancar repetidas veces de las garras de la muerte a su indefenso novio) y, en líneas generales, el prototipo de libro resultón que Stephen King viene publicando últimamente: una historia entretenida, pero en cierto modo insustancial; de lectura ágil, pero ocasionalmente ralentizada por las páginas innecesarias que su autor tiende a rellenar convulsivamente; con un argumento que flojea en algunas partes pero sostenido por los esporádicos destellos de ese terror característico y genuino de quien, a fin de cuentas, es autor de El resplandor, En el umbral de la noche o La danza de la muerte; pero sin llegar a rozar en ningún momento la calidad de éstas.