CONTENIDO LITERAL

("Torneo sombrío [el]", comentario de Héctor Ramos. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Y ya que hablamos de secuelas, podemos seguir con la tercera parte de la vida terrena del caballero Raum, El torneo sombrío, de Carl Sherrell, a la que precedieron Raum, duque del infierno y Skraelings, todas ellas publicadas en la colección Última Thule. Javier Martín Lalanda, director de la colección, manifestaba recientemente en Madrid sus dudas respecto a la posible inclusión dentro de la literatura norteamericana de El torneo sombrío, puesto que su autor murió en 1988, antes de poder verla publicada. Por tanto estamos ante un estreno mundial que de momento sólo pertenecería a la literatura de la lengua en que ha sido difundido, la española. De ser así considerado su estudio por los demás especialistas, esta continuación de las aventuras del caballero-demonio Raum sería una obra anómala en nuestra fantasía.
Esta vez, Raum se verá envuelto en la lucha entre el duque Ragine y los leales al rey Ott. El primero invocará el concurso de demonios que conocen y odian a Raum, con lo que la feliz coincidencia de viejos amigos devengará en el jocoso acontecimiento que da título al libro. La conjunción del mal y del bien es rasgo no imprescindible, pero sí habitual en las aventuras fantásticas. Su equilibrio es capital para el desarrollo de la historia, y su enfrentamiento momentáneamente excluyente es señal de desenlace de la misma. Cualquier posición que difiera de ese planteamiento puede correr el riesgo de los genios: la más decidida alabanza o el peor de los ridículos.
El torneo sombrío describe un bando infernal tan perverso, tan estremecedor en sus maquiavélicos planes, tan impresionante en su poder, que cuando sus fuerzas resultan ser tan inefectivas, el lector, ávido de un triunfo disputado, acaba con la sensación de que el sobrecogedor comienzo de la novela era una muralla de aire que ocultaba la falta de tensión en el resto de páginas. Cuando el poderoso Astaroth, Gran Duque del Infierno, relaja su poder sobre los mortales entregado al dominio etílico a manos de una mujerzuela, y cuando la temible bestia que asediaba una ciudad amurallada, con protagonista incluido, tiene psicología de gigantesco pekinés, tal vez nos demos cuenta de que habíamos depositado nuestras esperanzas a partes iguales entre el mal y el bien.
Donde Sherrell resulta más creíble, por cursi que pueda parecer, es a la hora de relatar lo sucedido en el bando leal al rey Ott, donde las convenciones de las relaciones medievales son seguidas con nula originalidad, pero con total fidelidad. Lo malo es que la técnica narrativa va en detrimento de la imagen que ofrece: la rápida sucesión de escenas cortas de una y otra localización impide la intensidad descriptiva del mundo de los sitiados, para captar tan sólo las imágenes que más contraste ofrecen con la que se va a narrar de las maquinaciones de Ragine y Astaroth. El resultado da sensación de urgencia y de estar pensando más en la próxima parte de la trilogía que en la confección de la obra. Obra que, por su calidad, no confío en que levante mucha polémica sobre la literatura en que debe insertarse.