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CONTENIDO LITERAL
("Fuga al paraíso", comentario de Héctor Ramos. Derechos de autor 1995, Gigamesh)
Tal vez en ese afán de globalizar los temas de sus relatos se sorprenda a un Mallorquí todavía demasiado principiante en el campo de la gran narración. Justo lo contrario que le ocurre a Ballard, que ha restringido el tema de sus novelas, como suele suceder con los autores que llevan una larga permanencia en la actividad literaria. Fuga al paraíso le engancha definitivamente a su tiempo, pero le descuelga a él y a su maravilloso poder de observación de un sentido amplio de la realidad. La elección del tema es lo que permite a nuestro autor analizar su propia época, aunque esta vez dedique sus esfuerzos a particularizar su enfoque en los problemas de esa nueva religión llamada ecologismo, en el sentido como lo entienden algunos de sus fieles. Llevado a su extremo, puede llegar a convertirse en las propias razones de actuación de individuos concretos, e incluso en su justificación, como acaba siendo el caso de esta obra.
El argumento es la cruzada emprendida por la doctora Barbara Rafferty en favor de la protección de los albatros de una isla del Pacífico, Saint-Esprit, donde los franceses han establecido una base de pruebas nucleares. En su ímpetu, recluta para su causa a Neil, un fornido adolescente que es el blanco contradictorio de las obsesiones de la novela, como el vacío dejado por la muerte del padre, la atracción edípica hacia la madura protagonista, o el miedo-culpa por el infierno nuclear. La condensación psicológica en la mente de Neil nos asoma a esa serie de personajes de Ballard que albergan esperanzas que parecen contraproducentes para los fines que persiguen, como si temieran que el destino los alcanzara a ellos, y no al revés. Esta complejidad provoca personalidades de tipo pasivo en primera fila de las novelas de Ballard, de un nivel patológico en cuanto que sus estallidos de actividad coinciden con actitudes violentas o radicales; en el caso concreto de Fuga al paraíso, probablemente estemos ante el ejemplo más carente de movimiento personal por el peso de la propia conciencia. De hecho, la postura inhibida de Neil permite el desarrollo completo de los propósitos de la doctora.
De lo que puede sentirse orgulloso Ballard en sus novelas es de la impecable construcción interna. Todos los elementos están decididos a desempeñar su papel fielmente, sin olvidar que pertenecen a un conjunto superior. La causa ecologista recibe un espaldarazo de manos de protagonistas enérgicos, vencedores, con futuro. Pero son triunfadores que encierran en su actuación un brote de falsedad. El mismo narrador no cesa de preguntarse cuáles son los verdaderos motivos de la doctora Rafferty, por más que el resto del mundo parece apoyar su desinteresada lucha. El contrapeso al éxito de la causa oscila entre las autoridades favorables a las pruebas nucleares y la propia heterogeneidad del grupo protagonista. Conducidos con paciencia hacia el desenlace, todas las partes contribuyen a crear una novela sólida, impactante, absorbente, en la que no tienen cabida las veleidades ideológicas ni los desvíos argumentales.
Lo admirable es la gran energía de Ballard para adquirir moldes nuevos para su compleja personalidad. En un principio creyó que podía ser la ciencia ficción, y ahora, según sus propias palabras, se siente demasiado viejo para continuar por ese camino. Aunque viendo el resultado de esta novela, sospecho que la verdad es que Ballard siente demasiado vieja a la ciencia ficción -él confiesa su admiración por la renovación que ha supuesto el ciberpunk-, porque de nuevo estamos ante una novela terrible -¿qué novela de Ballard no lo es?- que describe una desenfrenada historia con la vehemencia suicida de un sedentario testigo. Muchos nos alegraríamos de que otros autores envejecieran produciendo obras tan impresionantes como ésta.
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