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("Mr. Vértigo", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Como viene siendo costumbre en los últimos tiempos, para encontrar una buena novela fantástica con la que disfrutar un rato sin sentir insultada la inteligencia hay que salirse de las colecciones especializadas. En cualquier caso, tampoco se trata de descubrir América: los buenos aficionados ya saben que Paul Auster es una apuesta segura. De la mano de Auster, de la misma forma que con Crowley o Powers, por citar autores más conocidos para los lectores especializados, es posible concebir que aún es posible una fantasía que evada los dos polos opuestos en los que el género parece moverse: la fantasía heroica y el realismo mágico.
Auster practica en Míster Vértigo una fantasía de nuestro tiempo, de personas normales enfrentadas a circunstancias sorprendentes. Si dicen que la buena cf tiene un mínimo de elementos especulativos a partir de los cuales se desarrolla un mundo diferente, Auster consigue una novela valiosa aplicando una norma similar a la fantasía al utilizar un solo factor no realista para sustentar una narración. Y el mérito está en que ese factor sea tan simple: el aprendizaje de un joven hasta que llega a ser capaz de volar.
Con sólo eso, el autor construye una obra de primera magnitud utilizando esas viejas armas que tantas veces parecen ajenas a los escritores del género: la construcción de personajes creíbles y entrañables, el relato detallado de usos y costumbres, el ritmo narrativo... Desde que el pequeño protagonista es tomado bajo su jurisdicción por su maestro hasta que pasamos la última hoja, contamos con la absoluta garantía de la honestidad del narrador, que juega para llevarnos a su campo con las armas de la literatura de calidad.
Porque hoy ya es infrecuente sentir emociones verdaderas con la única ayuda de la imaginación de un escritor, Míster Vértigo es un libro que me permito recomendar encarecidamente. Desde ya, con todo, debo avisar de que no se trata de una obra uniforme y que pierde mucho interés en su último tercio, un relato costumbrista en que Auster da pruebas de haberse encariñado con su protagonista. Aunque la retrospectiva final quizá justifique, en su retrato conciso y empático de la vejez, esas páginas sin excesivo interés, demasiado llenas de anécdotas de béisbol y temas por el estilo.
Hablando de béisbol, una nota de recuerdo cariñoso para la traductora, porque hasta en casas tan bien amuebladas como la editorial Anagrama cuecen habas. El béisbol se juega con pelotas, no con balones. Y si no entiende la diferencia, que le den en la cabeza con una pelota de béisbol del tamaño de un balón.