CONTENIDO LITERAL

("Crisol del tiempo [el]", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

El anterior comentario parece confirmar el que yo jamás hago una crítica positiva de ningún libro de Ediciones B, lo que no deja de ser llamativo cuando puedo asegurar que se trata de mi colección favorita del género entre las que se encuentran ahora mismo en el mercado. Para quebrar esta norma, decidí hacer una pequeña trampa de jefe: encargarme del comentario de El crisol del tiempo. Dado que me encanta John Brunner, esta vez era una apuesta segura y conseguiría librarme de ese estigma para siempre. Pequeños trucos que se permite uno cuando es el que manda, al menos en teoría (perdón, bwana, perdón, no volveré a hacer nada sin consultar).
El problema está en que El crisol del tiempo es un libro tremendo, verdaderamente malísimo, defecto este agravado por ese grosor que parece condición sine qua non de todos los libros de Ediciones B que no sean El engaño Hemingway. Como novela, se trata de un error bienintencionado, pero un error a tan gran escala que dan ganas de pegar carteles por las calles avisando en su contra, explicando que se trata de un retrato perfecto de algunos de los vicios más hediondos del género. Y lo peor de todo es que ha sido creado así por una buena causa, algo especialmente desafortunado. Pero me temo que de las mejores intenciones está lleno el siempre concurrido mundo de los fracasos literarios.
Los dos defectos más acusados muestran una vez más la forma tan ligera en la que los escritores de cf suelen tomarse los presupuestos sociológicos e históricos a la hora de escribir sus novelas. En el mundo vegetal, científicamente bien urdido (a mi entender poco ducho) que presenta Brunner, el comportamiento de los personajes es equivalente en todo al de nuestro propio mundo. Uno tiene la sensación de que, cuando no están en escena, los protagonistas bajan a casa de la vecina a pedirle, qué sé yo, una tacita de clorofila. En cualquier caso, le pediría algo raro, para que viéramos que se trata de un mundo extraño, pero se lo pediría exactamente con las mismas normas sociales con las que uno trata a sus compañeros de trabajo. La cosa llega a puntos tan bobos como el de bautizar como "saerdotes" a los integrantes de una hermandad algo así como religiosa. Sin la c. ¿Ingenioso? Se pretende de esta forma que veamos que se está hablando de tíos raros, pero sin romperse la cabeza en detalles.
El otro vicio a reseñar es más sutil, pero más grave. El crisol del tiempo nos presenta, ahí es nada, el desarrollo completo de una civilización casi desde la cuna hasta las estrellas. El planteamiento es tan ambicioso que Brunner pierde desde muy pronto el control de la situación y la novela se le escapa de las manos. Porque el camino que elige para tan loable deseo es el más simple imaginable: crea héroes y concibe momentos puntuales en los que toda la historia del planeta da literalmente la vuelta. Para Brunner, la historia no es una evolución paulatina, sino golpes de fortuna dados por personajes que igual inventan la rueda que exploran nuevos continentes. Consigue así, en efecto, meter toda la historia de una civilización en un solo libro, en unas pocas novelas cortas, pero utiliza el calzador más brutal que pueda imaginarse al cortar los dedos de los pies de su relato. La conclusión global lleva emparejadas sensaciones de inocencia y descuido. El libro es más que una decepción.