COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN

(Comentario de Armando Boix publicado en el volumen Ad Astra 2. Derechos de autor 1995, Armando Boix)
Cuando hace un par de años me dispuse a leer la novela original de Michael Crichton en la que se basa esta película me asaltó la pregunta: "¿Cómo hacer creíble hoy en día una historia de ciudades perdidas y aventuras en la selva?" Pensaba entonces que esta clase de argumentos habían muerto con Burroughs, e incluso en su época habían de ser leídos con una alta dosis de condescendencia hacia su inverosimilitud. Ver a Crichton, un autor caracterizado por la cuidada documentación de sus obras y su obsesión por acumular detalles "pedagógicos", en el trance de contarnos una narración fantástica como ésta, aportaba una curiosidad añadida a su lectura. Y he de reconocer los excelentes resultados conseguidos. Congo es una buena novela de aventuras, perfectamente actualizadas, y aunque sus héroes ya no calzan salacot ni miden con el sextante su posición, sino que se apoyan en satélites y ordenadores, conserva toda la emoción de las viejas epopeyas de Rider Haggard.
Así pues, cuando a la sombra del éxito de Parque Jurásico empezó a hablarse de su traslación al cine, uno, que no para de darle vueltas al majín, volvió a sentir una cierta inquietud y se preguntó si conseguirían mantener toda la fuerza que Congo poseía en las páginas impresas.
En este caso, la respuesta es no.
No soy partidario de comparar entre película y novela, pues lo considero una operación sin fundamento. Cine y literatura usan de elementos expresivos diferentes y por tanto han de adaptarse a las necesidades de sus respectivos lenguajes. Una película que siga con sumisión absoluta su referente literario será una mala película, pues no habrá sabido aprovechar todas las virtudes que su medio le ofrece. No entraré, pues, a analizar diferencias argumentales entre la obra de Crichton y la traducción escrita por John Patrick Shanley y dirigida por Frank Marshall. Los defectos de la película son propios de ella y sólo en su contexto deben juzgarse.
Frank Marshall es un artesano formado en la factoría de Steven Spielberg, pero, aunque tiene suficiente oficio a sus espaldas, no ha heredado el pulso narrativo de su maestro. La realización tiene escasa brillantez y supone un retroceso respecto a sus obras anteriores -Aracnofobia (1990) y Viven (1992)-, hasta el punto de recordarnos más a un telefilm que a una película para la pantalla grande. Marshall crea un producto sin pretensiones, lo cual no es malo de por sí; lo molesto es la construcción caricaturesca de los personajes y la reducción al mínimo del proceso de investigación -interesantísimo y detallado en el argumento original de Crichton, mientras en la película todo el misterio que rodea la muerte de los primeros exploradores es resuelto inmediatamente, fuera de la vista del espectador-, en favor de potenciar la espectacularidad de las escenas de acción, hasta llegar al ridículo, como la actuación final a lo "Rambo", láser en mano. Se nota, además, una descompensación en los medios utilizados: la ciudad perdida de Zinj, más que una ciudad parece un chalecito en la montaña, por su reducido tamaño, mientras la secuencia del terremoto está producida con todo lujo, incluyendo desde imágenes infográficas a efectos especiales mecánicos más convencionales.
He oído comentar a algunos espectadores que les parecía una película para niños. No les falta razón. Como aquellas cintas que durante mi infancia devoré en las sesiones dobles -o triples- de un cine de barrio, Congo permite pasar un rato entretenido, pero no va más allá; tan pronto como se ve, se olvida. Para los decepcionados les recomiendo de nuevo la novela de Crichton, o Esfera, del mismo autor, de la que se promete también una adaptación cinematográfica. Para echarse a temblar...