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(Comentario de José Altamirano publicado en el volumen Cuasar 18, ediciones Cuasar, colección Revista, número 18, edición de 1989. Derechos de autor 1989, José Altamirano)
Tras una hecatombe nuclear que arrasa la Tierra, los sobrevivientes -todos habitantes de un complejo industrial que orbita el planeta- se encuentran ante la disyuntiva de tener que esperar a que el mundo vuelva a ser habitable, o utilizar las naves factorías para probar de encontrar un nuevo hogar en algún sistema más o menos cercano. Ambas opciones son mensurables en generaciones, y ante la disparidad de criterios, algunos se marchan y otros hacen del complejo industrial su definitiva morada.
Entre quienes quedan, figuran un grupo de científicos abocados a la tarea de encontrar algún método que les permita mantenerse en suspensión animada hasta la descontaminación de la Tierra. Consiguen mucho más: un estado de hibernación consciente, en el que el metabolismo humano es ralentizado sin caer en la inmovilidad funcional. En tal estado, los años transcurren en horas y los siglos en días. La velocidad de la luz deja de ser un límite infranqueable y pueden recorrer distancias inconmensurables en apenas pocos meses de sus vidas desaceleradas. A la vez, enfocan nuevas miras a una segunda fase de la hibernación activa a partir de la primera, principiando una cadena que le permitiría a un ralentizado al enésimo estadio, vivir hasta el fin de los tiempos.
Mientras tanto, una de las naves factoría encuentra, luego de visitar cuarenta y nueve soles en un viaje que dura quince mil años, el sistema poseedor de un planeta donde la vida humana es por fin aceptada. Cinco mil años después, los ganadores de una especie de olimpiada realizada periódicamente en el planeta, se hacen acreedores a comparecer ante "los inmortales", seres que según la leyenda provienen de la mitológica Tierra y que no son otros que los científicos ralentizados cuyas fabulosos posibilidades les han permitido rastrear y encontrar a los colonos, y que han creado las olimpiadas con el fin de lograr especímenes humanos fuertes y vigorosos para que se enfrenten a un dilema que pone en peligro a todo el universo.
Tal es el argumento de una obra que se cataloga -sin pensarlo mucho- como clásica en la más amplia acepción de la palabra. Esto es, poseedora de las virtudes que significan una trama interesante, lineal, imaginativa y una idea central con indudable fuerza, a pesar de cierto regusto a cosa ya probada anteriormente.
Lástima que la obra tiene, también, uno de los defectos más irritantes de la CF clásica: el insoportable acartonamiento de los personajes, que desfilan por este relato sin impresionarlo: son meras figuras al servicio de la idea central.
Los científicos que descollaron en la primera parte de la historia, se eclipsan totalmente en la segunda; los atletas, que impresionan como tales en la segunda mitad, se transforman en héroes de computadora que les pasan el trapo a los míticos inmortales, quienes miran hacer boquiabiertos y sin atinar a nada para recuperar la iniciativa. (¡Menos mal que seleccionaron atletas! Impensable lo que hubiera sucedido con científicos.)
Opinión final: si le gusta la CF clásica, y si no es un fanático de esos que no perdonan las incoherencias, Entre los latidos de la noche le resultará un libro ameno, con algunas virtudes de este tipo de CF, pero con muchos de sus defectos.
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