(Fragmento de "Poltarness, la que mira al mar", cuento de Lord Dunsany. Derechos de autor 1910, Lord Dunsany)
Toldees, Mondath, Arizim, éstas son las Tierras Interiores, las tierras cuyos centinelas, puestos en los confines, no ven el Mar. Más allá, por el Este, hay un desierto que jamás turbaron los hombres, y es amarillo, manchado está por la sombra de las piedras, y la muerte yace en él como leopardo tendido al sol. Están cerradas sus fronteras; al Sur, por la magia; al Oeste, por una montaña, y al Norte, por el grito y la cólera del viento Polar. Semejante a una gran muralla es la montaña del Oeste. Viene desde muy lejos y se pierde muy lejos también, y es su nombre Poltarnees, la que mira al Mar. Hacia el Norte, rojos peñascos, tersos y limpios de tierra y sin mota de musgo o hierba, se escalonan hasta los labios mismos del viento Polar, y nada hay allí sino el rumor de su cólera. Muy apacibles son las Tierras Interiores, y muy hermosas sus ciudades, y no mantienen guerra entre sí, mas quietud y holgura. Y otro enemigo no tienen sino los años, pues la sed y la fiebre se asolean tendidas en mitad del desierto, y no rondan jamás por las Tierras Interiores. Y a vampiros y fantasmas, cuyo camino real es la noche, las fronteras de la magia los contienen al Sur. Y muy chicas son todas sus gratas ciudades, y en ellas los hombres todos tienen trato entre sí, y se bendicen unos a otros en las calles, saludándose por sus nombres. Y existe en cada ciudad una vía amplia y verde, que viene de un valle o bosque o loma, y entra en la ciudad y sale de ella por entre las casas y cruzando las calles; y nunca pasean por ella las gentes; mas todos los años, en el tiempo oportuno, entra por allí la Primavera desde las tierras florecientes, abriendo anémonas en la vía verde, y todos los goces de los bosques repuestos o de los valles apartados, profundos, o de las triunfantes lomas, cuyas cabezas se yerguen tan altivas en la distancia, lejos de las ciudades. A veces entran carreros o pastores por aquella vía, de los que vienen a la ciudad desde las serranías nebulosas; y los ciudadanos no se lo impiden, porque hay un paso que mancilla la hierba y un paso que no la mancilla, y todo hombre sabe en los adentros del corazón cómo es su paso. Y en los claros soleados del bosque y en sus umbrías, lejos de la música de las ciudades y de la danza de las ciudades, conciertan la música de los lugares campestres y danzan las danzas campestres. Amable, próximo y amistoso se les muestra a estos hombres el Sol, y les es propicio y cuida de sus tiernos viñedos; y ellos, en cambio, se muestran benévolos para con los menudos seres de los bosques y atentos a todo rumor de hadas o leyendas antiguas. Y cuando la luz de alguna pequeña ciudad distante pone un leve rubor en el confín del firmamento y las felices ventanas de oro de las mansiones solariegas abren los ojos brillantes en la oscuridad, entonces la vieja y sagrada figura de la Fábula, velada hasta el rostro, baja de las colinas boscosas y manda alzarse y danzar a las sombras oscuras, y saca de ronda a las criaturas del bosque, y enciende al instante la lámpara del gusano de luz en su enramada de hierba, e impone silencio a las tierras grises, y de ellas suscita desmayadamente en las colinas lejanas la voz de un laúd. No hay en el mundo tierras más prósperas y felices que Toldees, Mondath y Arizim. De estos tres pequeños reinos llamados las Tierras Interiores huían constantemente los mozos. Íbanse uno tras otro, sin que supiera nadie por qué, sino tan sólo que tenían un anhelo de ver el Mar. Poco hablaban de aquel anhelo; pero un mozo guardaba silencio unos días, y luego, una mañana, muy temprano, se escabullía trepando poco a poco por la dificultosa pendiente de Poltarnees, y, llegado a la cumbre, pasábala y no volvía nunca. Algunos se quedaron atrás, en las Tierras Interiores, y envejecieron; pero, desde los tiempos más primitivos, ninguno de los que subieron a lo alto de Poltarnees regresó jamás. Muchos dirigiéronse a Poltarnees jurando que volverían. Hubo un rey que envió a todos sus cortesanos, uno por uno, para que le revelaran el misterio, y después él mismo se fue allá; ninguno volvió. Ahora bien, el pueblo de las Tierras Interiores guardaba el culto de los rumores y las leyendas del Mar, y todo cuanto del Mar pudieron saber sus profetas escrito estaba en un libro sagrado que los sacerdotes leían en los templos con devoción profunda en las festividades o en los días de aflicción. Y abríanse todos los templos hacia Poniente, sostenidos por columnas, para que la brisa del Mar entrara en ellos; y abríanse hacia Levante, sostenidos por columnas, para que la brisa del Mar no se detuviera, sino que entrara en ellos, dondequiera que estuviese el Mar. Y ésta es la leyenda que tenían del Mar nunca visto por ser alguno de las Tierras Interiores. Decían que el Mar es un río que corre hacia Hércules, y decían que llega hasta el confín del mundo y que Poltarnees lo domina. Decían que todos los mundos celestes corren, entrechocándose, por aquel río, y la corriente los arrastra, y que aquella Infinitud es una intrincada espesura de selvas donde el río precipita su curso arrebatando todos los mundos celestes. Por entre los colosales troncos de aquellos árboles oscuros, en las más breves frondas, en cuyas ramas muchas noches se reconcentran, andan los dioses. Y cuando su sed, resplandeciente en el espacio como un magno sol, cae sobre los animales, el tigre de los dioses se desliza hasta el río para beber. Y el tigre de los dioses bebe ruidosamente hasta hartarse, destruyendo mundos; y el nivel del río se sume dentro de sus riberas, mientras la sed del animal va saciándose y dejando de resplandecer como un sol. Y multitud de mundos se amontonan entonces, secos, en la orilla, y ya no vuelven a andar por ahí los dioses, porque les lastiman los pies. Son aquéllos los mundos sin destino, cuyas gentes carecen de dioses, y el río fluye sin parar. Y el nombre del río es Oriathon, pero los hombres le llaman Océano. Tal es la Creencia Inferior de las Tierras Interiores. Y hay una Creencia Superior, de que nunca se habla. Según la Creencia Superior de las Tierras Interiores, el río Oriathon corre por las selvas de la Infinitud y de pronto cae rugiendo sobre un confín, desde donde el tiempo llamaba antiguamente a sus horas para que pelearan en la guerra contra los dioses; y cae apagado por el resplandor de las noches y los días, con millas de olas no medidas nunca, en las profundidades de la nada. Ahora bien, conforme iban transcurriendo siglos y el camino único accesible a los hombres para subir a Poltarnees desgastándose de tantas huellas, más y más hombres lo pasaban para no volver. Y aún se ignoraba en las Tierras Interiores el misterio que desde Poltarnees se descubría. Y un día tranquilo y sin viento, mientras los hombres caminaban felices por sus hermosas calles o guardaban rebaños en la campiña, saltó de pronto el viento del Oeste y entróse por ellas desde el Mar. Y llegó velado, gris, luctuoso, y trajo hasta alguno el grito hambriento del Mar que reclamaba huesos de hombres. Y el que lo oyó revolvióse sin descanso durante horas, y al cabo se levantó de súbito, irresistiblemente, vuelto hacia Poltarnees, y dijo, como se acostumbra en el país cuando alguien se despide por poco tiempo: Hasta que venga el recuerdo al corazón del hombre, lo cual significa: Hasta luego; mas los que lo amaban, viéndole mirar a Poltarnees, contestáronle tristes: Hasta que los dioses olviden, que quiere decir: Adiós. Tenía el rey de Arizim una hija que jugaba con las flores silvestres del bosque, y con las fuentes del palacio de su padre, y con los pajaritos azules del cielo que en la invernada llegábanse a su puerta buscando refugio contra la nieve. Y más hermosa era que las flores silvestres del bosque, y que todas las fuentes del palacio de su padre, y que los pajaritos azules del cielo, cuando con todo su plumaje invernal buscan refugio contra la nieve. Los viejos y sabios reyes de Mondath y Toldees viéronla una vez cuando andaba ligera por los estrechos andenes de su jardín, y volviendo los ojos a las nieblas del pensamiento, reflexionaron sobre el destino de sus Tierras Interiores. Y la miraron atentos junto a las flores majestuosas, y sola, en pie, a la luz del sol; y vieron pasar y repasar contorneándose las aves purpúreas que los recoveros del rey habían traído de Asagéhon. Cuando ella cumplió los quince años, el rey de Mondath convocó un Consejo de reyes. Y con él se reunieron los reyes de Toldees y Arizim. Y el rey de Mondath, en su Consejo, habló de esta suerte: El grito del Mar implacable y hambriento (y a la palabra Mar los tres reyes inclinaron la cabeza) atrae cada año, sacándolos de nuestros reinos felices, a más y más [ ] |