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CONTENIDO LITERAL
("Zoom", cuento de Xavier Berenguer. Derechos de autor 1981, Xavier Berenguer)
Sr. Director:
Una larga distancia en el tiempo media entre el instante presente y las fechas que enmarcaron lo que voy a exponerle. Nunca concebí esperanzas en favor de un hipotético relato que viera incólume la luz pública; si los mismos hechos esenciales fueron convenientemente acallados por altas instancias de gobierno, siempre pensé que su recuento no gozaría de mayores ventajas. Diré más, nunca me interesó ese recuento, precisamente por la íntima y profunda comprensión de su trama, ante la que cualquier intento de transcripción debía resultar difícil cuando no imposible. Asentirá conmigo, señor Director, que toda obra literaria encierra algo de oscuro y confuso para ambas partes protagonistas, escritor y lector, que es precisamente lo que posibilita su diálogo silencioso. No es este mi caso como autor.
Sin embargo, ahí va mi memoria, dirigida a su periódico y a una serie de periódicos bien conocidos. No escondo mi sensación de náufrago que desparrama botellas mensajeras en el océano. Esta puede ser una buena razón para que haya roto por fin mi perseverante hermetismo: mi condición real de zozobrante. O quizá sea porque, llegado a la dulzura de los que han de ser mis últimos años, la desesperanza ya no puede cubrirse con el manto del orgullo; antes bien descubre su contrario. O quizá sea porque la historia de la sociedad occidental registra un sendero continuo que la hace ser, a pesar de todo, hermosa, y sobre el que apoyo mi intención: el deseo de la verdad. O quizá sea..., seguramente esto es: el recuerdo de Pesach, cuya ausencia ya me es inevitable.
Conocí a Pesach en medios estudiantiles. Los suyos fueron unos brillantes estudios científicos; los míos unos aceptables de tipo literario. Ante esta diversidad, ¡tan lamentable!, no era fácil nuestro encuentro en las aulas. Fue una movilización masiva en favor de no sé qué criatura marina en vías de extinción la que lo hizo posible. La actitud de combate de Pesach, a veces violenta, llamó mi atención. Su lucha parecía trascender el aire enrarecido de aquella cita multitudinaria; sus gritos, sus movimientos, iban más allá de la idea de la justicia concreta, por otro lado elemental y evidente. Se diría que su acción era más honesta, más visceral, que la de la comitiva, para la que la convicción era esencialmente abstracta, ideológica. Mucho tiempo después comprendería buena parte de aquel clamor iracundo de Pesach. Permítame, señor Director, que deje así las cosas.
La condición activa y por lo tanto poderosa de Pesach se envolvía en un físico bien conformado. Su atractivo, sin embargo, podía pasar desapercibido, porque era de esa clase de personas poco comunes de las que sólo se capta su auténtica belleza al recibir la mirada; ésta, con su impacto instantáneo, resume un devenir singular, un acontecer contradictorio de euforias y de dolores, una sensibilidad como anormal que clama ayuda de muy alta calidad a cambio de un caudal abundantísimo. Pesach era por lo tanto un hombre solitario, que sabía refugiarse en sí mismo con gran dignidad y buenos resultados. Sabedor de su superioridad, era un hombre con algunos enemigos: los ignorantes que no supieron identificar arrogancia con nobleza; los miopes que vieron desprecio donde había defensa apasionada de argumentos.
Por fortuna, me conté entre los escasos elegidos a los que brindó su amistad. Desde aquel encuentro, entre Pesach y yo se desarrolló una estrecha relación que me permitió conocerlo hasta un cierto punto. Subrayo esta última limitación sin asomo alguno de frustración por mi parte; antes al contrario, con ella se refuerza la generosa satisfacción de mi nostalgia. Porque aquella posibilidad cotidiana del descubrimiento mutuo avivó constantemente nuestra fiel amistad. Desde mi punto de vista, las incógnitas que almacenaba Pesach, consciente o inconscientemente, formaban parte de los misterios de toda belleza que, cuando es profunda, nunca puede alcanzarse. Por eso nuestras largas horas de diálogo y de diversión eran tiempos de cuestionamiento de ideas, de hechos; eran tiempos de búsqueda en nosotros mismos y en nuestro entorno.
A esta búsqueda dedicaría Pesach toda su vida. Bien pronto desafió la pura acumulación de conocimientos científicos, haciendo de sus estudios una experiencia exaltada en la que más que cualquier contenido le interesó, por ejemplo, cómo pudo llegarse a él. Ese recabar histórico del conocimiento le llevó a otras especialidades, hasta tal punto que a menudo comentaba parcelas de mis estudios literarios con un brillante y exquisito rigor. Recuerdo el entusiasmo con el que describía algunos pedazos de la historia del hombre. Frente a sus descripciones, cualquiera diría que más que reflexión era memoria; uno no podía por menos que pedir una plaza en este transporte en el tiempo. Sus ejemplos favoritos eran numerosos. Por encima de cualquier contexto o ideología, Pesach amaba todo encuentro con la contradicción, todo momento supremo en que la extrema debilidad del hombre se encara a su propio considerable poder. Esta era la clave del arrebatado cortejo histórico de Pesach: emperadores babilónicos, navegantes y pensadores griegos, guerreros medievales, artistas italianos, conquistadores españoles, enajenados románticos, exploradores, revolucionarios y científicos del siglo xx, viajantes del espacio de nuestro siglo, etc., etc.
Fueron estos viajantes del espacio los que inspiraron la dedicación profesional de Pesach. De la contemplación extasiado de la noche, a la que a menudo me arrastró, extrajo un sentido vital que asociar a su actividad científica. No le costó mucho esfuerzo que lo aceptaran en un programa internacional de detección de vida extraterrena, habida cuenta de sus grandes capacidades como científico. Aquel ambicioso programa, que aunaba las mejores mentes mundiales junto a la más avanzada tecnología de naves viajeras, polarizó las ilusiones de Pesach durante un largo tiempo. Tal era la intensidad con la que Pesach ejercía su actividad que bien poco importaba que su trabajo se desarrollara sobre el planeta: oírle hablar de los avances del proyector era volar en medio de los espacios siderales. El proyecto en cuestión tenía como objetivo la consecución de algún intercambio comunicativo con alguna forma de vida externa, en base a una exploración de las galaxias con una sistemática especial fundamentada en un modelo probabilístico. Gracias a los numerosos viajes espaciales, se había llegado a aproximar con notable precisión la mayoría de las variables de este modelo, como el ritmo de generación estelar, la fracción de estrellas con sistemas planetarios, el promedio de planetas ecológicamente adecuados para la existencia de vida, etc. A su vez, las nuevas teorías del nacimiento de la vida y del hombre permitieron aproximar también otros parámetros, como la fracción de aquellos planetas con vida inteligente capaz de desarrollar alguna forma de comunicación, e incluso la duración medía de estas civilizaciones. El trabajo de los investigadores se rodeaba de una atmósfera muy confiada; la trascendental noticia parecía inminente.
Aconteció entonces un suceso de gran significación en la vida de Pesach. En uno de nuestros andares de amigos, encontramos a un hombre muy singular. Su comportamiento era completamente anormal; paseaba dando tumbos, parecía un borracho de madrugada. Los transeúntes le evitaban, fue una buena razón para alcanzarlo. En medio de balbuceos e imprecaciones de todo orden, habló a los árboles, a las plantas que halló a su paso. Se detuvo a comentar asuntos indescifrables con estatuas, fuentes, objetos -móviles o no- de todas clases. A todas estas criaturas las golpeaba, las abrazaba, como manteniendo una relación conflictiva o tierna con ellas. Levantaba su mirada al cielo, extendía sus brazos, y hablábale no sé si suplicante o dominador. Alcanzamos pocas frases inteligibles de aquel hombre. Recuerdo que señaló a todos sus amigos inánimes y dijo: -"¡Cómo os estaréis riendo de la presunción humana! ¡Cuán ridículas veréis nuestras vidas de superioridad, nuestra extrema ceguera! ¡Venid a mí, yo os comprendo, estáis tan vivos como yo, vuestro mundo es igual al mío!".
En las fechas posteriores a este incidente, Pesach fue sumiéndose en un voluntario extrañamiento que muy pocas veces me atreví a quebrar. Si antes la crisis y la duda hablan sido los medios con que echaba a andar su admirable lucidez, ahora parecía como si fueran los motivos finales de cualquiera de sus discursos. Es cierto que las palabras embriagadas de aquel hombre impactaron hondamente en Pesach y de ello fui testigo presencial, pero sería demasiado simple hacer de aquellas palabras la causa de su inquietud destructivo. Cuando el destino habla, suele hacerlo mediante diversos lenguajes que hay que saber escuchar conjuntamente, como a buen seguro supo Pesach. Otros acontecimientos debieron acompañar su deambular, algún amor endiablado, por ejemplo. Lo cierto es que anduvo perplejo, ansioso y extremadamente allanador, entre sus piezas favoritas estaba él mismo. En esa época escribió un buen número de poemas -lamentablemente perdidos- que él subrayaba hacer en acción prácticamente inconsciente. Gozaba de su creación, decía ser la mano ejecutante de un único poeta. No sé si en alguna otra ocasión de su vida consiguió ser delegado del compositor universal y eterno, el gran hacedor de música que Pesach también imaginaba.
Después, Pesach se fue. En aquel momento sólo supe de un "cambio del punto de mira de sus investigaciones científicas". Desinteresado por el proyecto en el que trabajaba, marchó a Khorisma. Allí se encontraba el más avanzado y potente de todos los sistemas de cálculo electrónico del mundo, y eso era lo que necesitaba, según me hizo notar al despedirse.
La desazón que me produjo su alejamiento quedó contrarrestada por la esperanzada alegría que toda acción de imprevisibles consecuencias despierta. Fue un largo tiempo en el que nada supe de Pesach. Por fortuna me hallaba impregnado de su estímulo y esa riqueza se reveló esencial para mi subsistencia sin su compañía, acosada desde todos los flancos por la mediocridad. No sé si comprenderá, Sr. Director, que la vida de un espectador cercano a Pesach contiene necesariamente unas claves similares a las de él. Esta solidaridad, aunque inexpresada, mantuvo impecable aquella esperanzada alegría durante el largo paréntesis.
Unos años después, llegó a mis manos su primera carta. Contenía una fotografía que parecía presentar una formación estelar: un cierto núcleo luminoso rodeado de una nebulosa de puntos. Además, un papel con dos citas de Leonardo da Vinci. La primera decía "Método para fomentar la imaginación: si observas muros sucios de manchas o construidos con piedras dispares y te das a inventar escenas, allí podrás ver la imagen de distintos paisajes, humoseados con montañas, ríos, árboles, llanuras, grandes valles y colinas de todas clases. Y aún verás batallas y figuras agitadas o rostros de extraño aspecto, e infinitas cosas que podrás traducir a su forma correcta". La segunda cita decía: "Todos los cuerpos juntos, y cada uno por sí, llenan el aire circundante de infinitas semejanzas suyas, las cuales están todas en todo y todas en la parte, llevando con ellas la cualidad del cuerpo, el color y la figura de su causa."
No había más, pero para mí fue mucho: intuí la alegría de Pesach, por- que hacerse eco de Leonardo exige participar de un goce personal ilimitado. En cuanto al objeto de su actividad, era evidente que debía ser algo muy hermoso, por lo menos por la necesidad imaginativa que traducían aquellas citas.
Meses más tarde recibí otro mensaje de Pesach. En éste se sugería el instrumental con el que tejía su descubrimiento. Era un fragmento de una carta de Galileo a un magnate veneciano: "Serenísimo Príncipe: Galileo Galilei, humildísimo servidor de Vuestra Serenidad, buscando en todo momento y con gran voluntad de poder no tan sólo satisfacer el encargo que tiene de la lectura de matemáticas en la Universidad de Padua, sino aportar también, con cualquier instrumento o descubrimiento, extraordinario beneficio a Vuestra Serenidad, comparece ante ésta con un nuevo invento de telescopio, diseñado mediante las más recónditas especulaciones de la óptica geométrica, el cual aproxima los objetos visibles tan cerca del ojo y tan grandes y distintos los representa, que lo que se halla distante, por ejemplo a nueve millas, se nos muestra como si estuviese a sólo una milla de distancia.
La tercera carta incluía una breve cita de Tales: "El alma se mueve, por eso la piedra magnética mueve el hierro. El alma está mezclada en el todo; es por eso que todas las cosas están llenas de dioses".
Por mi parte, Sr. Director, empecé a entender los enigmas de Pesach. A partir de aquel instante, mi propia actividad personal empezó a derrumbarse. No resulta fácil sobrevivir con acciones que aunque válidas parecen insignificantes frente a otras acciones que se presumen mucho más sublimes. La espera, esa consigna sobre la que se fundamenta toda vida personal profunda, obtuvo de repente su materialización. Mis días transcurrieron entre descalabros, de los que Pesach, una vez más, era su inspirador. Mi ansia se ejercitaba al máximo cuando, a diario, abría la cajetilla de mi correspondencia.
La siguiente misiva, la que sería última de la serie, citaba a Giordano Bruno: "Persevera, Filoteo, persevera: no pierdas el ánimo y no te vuelvas atrás por lo que muchos ingenios y artificios, el grande y grave senado de la estúpida ignorancia te amenaza e intenta destruir tu divina empresa y elevada labor. Sigue haciéndonos conocer qué es realmente el cielo, qué son en verdad los planetas y todos los astros, cómo se distinguen entre sí los infinitos mundos... Ridiculiza los orbes diferentes y las estrellas fijas... Derrúmbese la idea de colocar como único y propio centro a la Tierra
Imparte el saber de la igualdad de composición entre este astro y mundo nuestro y la de cuantos otros astros y mundos podamos ver. Alimenta y vuelve a alimentar cada uno de los infinitos mundos grandes y espaciosos y otros infinitos mundos menores... Abre la puerta por la cual veamos la no diferencia de este astro con respecto a los otros".
Los autores de las citas advertían los paralelismos de la experiencia de Pesach; las propias citas sugerían la progresión de sus descubrimientos. La última de ellas, con ese dramatismo que hablaba de prohibición, hizo explosionar mi expectativa. Decidí ir al encuentro de mi amigo. Sin más datos que el remitente de sus cartas, el Centro Internacional de Investigaciones de Cálculo, dejé tras de mí todo el enorme montón de ataduras que uno es capaz de generar en su sedentarismo y me dirigí a Khorisma.
En tiempos pasados crecían los pueblos alrededor de las fábricas; en esa ciudad la gente se aglutina en torno a instalaciones dedicadas exclusivamente al cálculo. Las grandes potencias de¡ mundo concentran allí su frágil entendimiento, a base de invertir colectivamente en engendros electrónicos. Por cierto que ahora, desde mi retiro actual, no he apreciado ninguna confrontación bélica planetario, afortunadamente. No me extrañaría que ello haya que agradecérselo a esos ordenadores internacionalizados, cuya capacidad y potencia, únicas en el mundo, ejercen un papel disuasorio mucho más comprometedor que cualquier asamblea.
Localizar la sección del Centro en la que supuse trabajaría Pesach no fue sencillo. Tuve que preguntar sobre alguien de cuya actividad sabía bien poco a docenas de científicos de distintas nacionalidades. La variabilidad idiomática y étnica siempre me ha producido una sensación confortadora; en este caso sin embargo se contrastaba con la escasa animosidad de este personal. Su especialización, supuse. Argumenté localización de vida, exploración cósmica... Poco a poco estreché el círculo.
Súbitamente, cierto individuo terminó con la habitual -afectada- amabilidad. Dijo conocer a Pesach, pero afirmó que había abandonado bruscamente el Centro, recomendándome que dejara de interesarme por su investigación. El testimonio de otros científicos de la sección fue similar, aunque pude apreciar en alguno de aquellos rostros impermeables cierto gesto solidario al referirme a Pesach como amigo personal.
Entonces abordé otra vía indagatoria. Supe que la constitución del Centro hablaba del carácter público e internacional de toda investigación que allí se realizara. Con esta bandera por delante me enfrenté a toda la burocracia gestora del tinglado. Con lo cual pronto supe de las excepciones a ese carácter público (ah! las excepciones a la libertad...). El proyecto de Pesach había sido cancelado y prohibida su difusión por razones de "seguridad pública". Mi inquietud fue aumentando, en mis discusiones nadie hablaba de galaxias ni de distancias años-luz de la Tierra. Empecé a desesperar y a enfrentarme con escasa prudencia a aquellos ejecutivos de la razón.
Mi violentar provocador, por suerte, fue abriendo bocas. Pesach pasó de brillante investigador a loco soberbio. La seguridad pública fue luego "equilibrio en la humanidad" y finalmente "evitación de pánico". Por fin, simulando un cierto conocimiento de los hechos y con el único objeto de la localización personal de Pesach, una autoridad del lugar cedió en su encubrimiento y dio su versión;
- "Desearíamos volver a ver a su amigo por aquí, francamente. Habrá trabajo científico de la mejor calidad para él, en cuanto se deshaga de esas... digamos... ambiciones. Usted como amigo debería hacerle comprender, nosotros no logramos hacerle aceptar sus errores y que renunciara a aquella absurda investigación".
- "Lo intentaré, se lo aseguro", respondí comedido, olvidando la atracción que me producía aquel rostro perfectamente dispuesto para un buen puñetazo. -"Le agradecería me diera sus objetos personales, sus papeles, los programas de sus cálculos, sus registros... ".
- "¡Ah! ¡Supo usted lo del registro! ¡Ese famoso registro con el que pretendía demostrar su teoría! Aquello armó un cierto revuelo... Esa cinta motivó la paralización del proyecto, algunas instancias consideraron peligrosa su publicidad. He de decirle que otros científicos han demostrado su... escasa significación..., digámoslo así... para mantener el honor de Pesach, ¿no le parece?"
Antes de sucumbir a mi agresividad contra aquel tipo, decidí continuar el tanteo:
- "De acuerdo, señor, pero insisto en recuperar todo el material que él dejara... "
- "Lo siento amigo, pero eso no es posible. No podía andar por ahí algo que, aunque falso, resultaría fácilmente agente de una cierta inquietud. Su conservación no tenía sentido, así que procedimos a su destrucción. Queremos que todos los esfuerzos de este Centro se encaminen hacia objetivos útiles para el bienestar mundial".
Pude frenar su palabrería a tiempo, y le pregunté con habilidad: - "Hace ya tiempo que la humanidad está preparada para conocer la existencia de vida en otros puntos, ¿por qué no admitir la sugerencia de Pesach por novedosa que fuera?"
El burócrata se estaba impacientando, conseguí relajar su ceño al añadir certeramente: - "Opino que no es cuestión de dudar de los avances actuales y de dondequiera que nos lleven en el terreno conceptual... "
- "En efecto, lleva usted razón" -contestó, bajando por fin la guardia-. "Pero una cosa es la existencia de vida en otra galaxia, una criatura similar al hombre y un planeta como el nuestro, y otra cosa muy distinta esa teoría alucinada, según la cual el mundo atómico es otro universo, en el que hay partículas subatómicas con ciertas criaturas vivas pululando sobre su superficie. ¡Sería gracioso saludar a un ser del tamaño un trillón de veces inferior a un quásar!, ¿no le parece?"
No tenía respuesta alguna que darle, por fortuna no la esperó. Y continuó: - "Su amigo Pesach se excedió en las atribuciones que el Centro le había conferido. Al comienzo dijo que se trataba de trasladar ese viejo modelo probabilístico de detección de vida extraterrenal al mundo molecular, para calcular la probabilidad de existencia no de vida sino de ciertos tipos singulares de subpartículas atómicas. Luego resultó que el objetivo era otro. Incluso hizo uso de un detector de ondas radioemisivas de frecuencia microelectrónica. Ya sabe usted el producto final... ese maldito registro... ¡una grabación pretendidamente venida de esos... ultraenanos!"
En ese momento intentó una sonrisa cínica, pero no consiguió dibujarla. Prosiguió así. - "Llevado por el delirio, Pesach elaboró una teoría... de las escalas infinitas del Universo, la llamó. Según ésta, la Tierra forma parte de un cosmos que no es más que un cosmos dentro de otro mucho mayor, y éste a su vez forma parte de un tercero infinitamente mayor, y así sucesivamente. Y lo mismo hacia abajo, nosotros cobijamos el cosmos atómico, etc. Así que ahora puede haber otros seres, como usted y como yo más o menos, supergigantes, o infinitesimales si lo prefiere, que seguramente están charlando sobre un compañero de especie que se obstina en demostrar que en la Tierra hay vida, ¡ja!, ¡ja!".
Dejé a aquel hombre poco después, porque lo que me confesó me bastaba y sus consideraciones subsiguientes sobre el estado mental de Pesach o sobre el peligro público de sus tesis no me interesaban en absoluto. Mi único deseo, mi obsesión repentina, fue encontrar a Pesach. Su pista personal no debía ser tan difícil de seguir. Conociéndolo, tenía que haberse refugiado en algún lugar de espléndida belleza, como un dios creador que, terminada su tarea, se retira a descansar ante el espectáculo soberbio de su obra.
Lo hallé en el mismo lugar en el que ahora escribo, que ya nunca he abandonado.
Días después de nuestra reunión, dirigí a Pesach mi única pregunta relativa a su descubrimiento: - "Y bien, ¿encontraste alguna forma de vida allí?".
Pesach sonrió. Entonces señaló a unos hombres que talaban árboles, y a otros que serraban, moldeaban y pulían los troncos hasta dejarlos perfectamente limpios de toda huella vegetal, dispuestos para alguna función. Luego me condujo a un lugar cercano, bellísimo, en el que una exuberante vegetación parecía salir del mar. Pesach hizo dirigir mi mirada sobre el tendido telefónico que corría próximo. La lisa superficie de los postes de soporte había adquirido un tono verdoso y en algunos puntos brotaban de nuevo ramas. Pesach, al advertírmelo, volvió a sonreír, sin añadir comentario alguno.
Al rato, mientras admirábamos el mar, Pesach apuntó: - "Jerjes, el rey persa, hizo azotar el mar durante tres días y tres noches por su comportamiento en una batalla perdida contra los griegos... "
Tiempo después, Pesach fue presa de una enfermedad que se reveló incurable. Pesach ahogó su desolación progresiva en un frenético divagar que sólo interrumpía en largas y serenas contemplaciones del mar. En sus ensimismamientos, el tema obsesivo de sus reflexiones fue la belleza; solía decir que en su siguiente andadura sabría mejor cómo acercarse a ella...
Fue en una tenebrosa noche como la de hoy, en la que termino este relato. Parece como si el ciclo se cubriera de prohibición, como si acallara todas las voces de la luz, como si todas las criaturas vivas que descubriera Pesach se escondieran aterrorizadas ante designios implacables. El océano, ¡el océano!, ruge orgulloso, consciente de su inmisericordia, ante la que no valen ni dioses, ni razones, ni titanes. Estas aguas que fustigan una y otra vez las arenas que Pesach tanto amó...
Junto a mis papeles dejó su último mensaje. Era un poema de Empédocles: "No hay modo de acercarse según espacio, ni de flecharlo con los ojos, ni de agarrarlo con las manos... Que no se distingue por tener sobre los miembros cabeza humana, ni le salen dos ramas de la espalda, ni tiene pies, ni las rodillas ágiles, ni hirsutos miembros viriles... Es, tan sólo, ni más ni menos, mente sagrada, mente aun para dioses inefable; y en sus mentares el mundo entero recorre".
Días después fue encontrado el cuerpo de Pesach flotando sobre las aguas, ya tranquilas.
Pongo tanta esperanza en que las aguas volverán también esta vez a su quietud como a que Vd. Sr. Director, dará luz a esta carta.
Le saludo muy atentamente.
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