(Fragmento de "Cortes del caos [las]", novela de Roger Zelazny. Derechos de autor 1978, Roger Zelazny)
Ámbar brilla en lo alto de Kolvir al mediodía. El camino negro, allí abajo, siniestro, atraviesa Garnath desde el Caos hacia el sur. Yo maldigo y doy vueltas en la biblioteca del palacio de Ámbar, leyendo ocasionalmente un libro. La puerta de acceso a la biblioteca está cerrada y asegurada. El iracundo príncipe de Ámbar, sentado ante el escritorio, vuelve a enfrascarse en el volumen que tiene delante. Se escucha un golpe en la puerta. - ¡Fuera! -exclamé. - Corwin. Soy yo... Random. Abre, ¿quieres? He traído el almuerzo. - Espera un momento. Me puse otra vez de pie, pasé alrededor del escritorio y crucé la habitación. Random asintió cuando abrí la puerta. Llevaba una bandeja, que acercó hasta una pequeña mesa al lado del escritorio. - Traes demasiada comida -comenté. - Yo también tengo hambre. - Pues remédialo. Lo hizo. Cortó la carne. Me pasó un trozo en una rodaja de pan. Sirvió el vino. Nos sentamos y comimos. - Sé que todavía estás enfurecido... -observó después de un rato. - ¿Tú no? - Bueno, tal vez yo esté más acostumbrado. No lo sé. Sin embargo... Sí. Fue un poco abrupto, ¿verdad? - ¿Abrupto? -bebí un largo trago de vino-. Es como en los viejos tiempos. Incluso peor. Llegó a caerme bien cuando interpretaba el papel de Ganelón. Pero ahora que tiene otra vez el control, se muestra tan autoritario como antes... nos dio una serie de órdenes precisas y ni se molestó en explicárnoslas, para desaparecer de nuevo. - Dijo que pronto se pondría en contacto. - Supongo que también pensaba hacerlo la última vez. - No estoy seguro. - Además no nos dio ninguna explicación sobre su anterior ausencia. De hecho, no ha explicado nada. - Tendrá sus razones. - Es lo que estoy empezando a cuestionarme, Random. ¿Crees que finalmente su cerebro ha cedido? - Ha demostrado ser lo suficientemente inteligente como para engañarte. - Eso se debe a una simple combinación de astucia animal unida a su capacidad para cambiar de forma. - Pero funcionó, ¿no es cierto? - Sí. Funcionó. - Corwin, ¿no será que no deseas que tenga un plan que pueda ser efectivo, que no quieres que tenga razón? - Eso es ridículo. Quiero que toda esta confusión se arregle tanto como cualquiera de la familia. - Sí, ¿pero no preferirías que la solución viniera de otro lado? - ¿Qué estás insinuando? - No quieres confiar en él. - Lo admito. No lo he visto -en su verdadera forma- durante mucho tiempo, y... Sacudió la cabeza. - Eso no es lo que quiero decirte. Lo que te molesta es que haya regresado, ¿no es verdad? Tenías la esperanza de que ya no lo veríamos de nuevo. Aparté la vista. - En parte -admití finalmente-. Pero no para que el trono quedara vacante, o por lo menos no exclusivamente por ello. Es él, Random. El. Eso es todo. - Lo sé -dijo-. Pero tienes que admitir que desbarató los planes de Brand, lo cual no fue fácil. Tramó algo que todavía no entiendo cuando hizo que trajeras el brazo mecánico desde Tir-na Nog´th, consiguiendo que yo se lo pasara a Benedict, garantizando de esa manera que Benedict estuviera en el lugar adecuado en el momento oportuno para que todo funcionara y él recuperara la Joya. Y todavía sigue siendo mejor que nosotros manipulando la Sombra. Lo consiguió incluso en Kolvir, cuando nos llevó hasta el Patrón original. Yo no podría hacerlo. Ni tú tampoco. Y venció a Gérard. No creo que esté perdiendo sus reflejos. Pienso que sabe exactamente lo que hace y, nos guste o no, creo que él es el único que puede enfrentarse con nuestra situación actual. - ¿Me estás diciendo que confíe en él? - Te digo que no te queda otra elección. Suspiré. - Creo que has dado en el clavo -comenté-. No tiene sentido que siga amargado. Pero... - Te molestan las órdenes de ataque, ¿verdad? - Sí, entre otras cosas. Si esperaramos un poco más, Benedict podría reunir un ejército más poderoso. Tres días no son suficientes para una tarea como esta. No cuando sabemos tan poco sobre el enemigo. - Tal vez no sea así. Estuvo hablando en privado con Benedict durante mucho tiempo. - Y esa es otra de las cosas que me molestan. Estas órdenes aisladas. Este secreto... No confía en nosotros más de lo necesario. Random se rió entre dientes. Yo también. - De acuerdo -acepté-. Quizás yo tampoco lo haría. Pero tres días para organizar una guerra -sacudí la cabeza-. Espero que sepa algo que nosotros desconocemos. - Me da la impresión de que se trata de un ataque sorpresa más que de una guerra. - Sólo que no se ha molestado en decirnos qué es lo que vamos a conseguir. Random se encogió de hombros y sirvió más vino. - Tal vez nos lo diga cuando regrese. ¿Tú no recibiste ninguna orden en particular? - Sólo que permaneciera aquí y esperara. ¿Y tú? Sacudió la cabeza. - Dijo que cuando llegara el momento, lo sabría. Al menos a Julian le dijo que tuviera a sus tropas preparadas para entrar en acción al primer aviso. - ¿Oh? ¿No se quedarán en Arden? Asintió. - ¿Cuándo lo dijo? - Después de irte tú. Trajo a Julian hasta aquí arriba con el Triunfo y le dio el mensaje; luego montaron en sus caballos y se alejaron juntos. Le escuché decir a Papá que cabalgaría con él de regreso parte del camino. - ¿Partieron por el sendero oriental de Kolvir? - Sí. Yo los despedí. - Es interesante. ¿Qué más me perdí? Se movió en su asiento. - La parte que me inquieta -comentó-. Una vez que Papá montó y se despidió con la mano, dio media vuelta, me miró y dijo: Vigila a Martin. - ¿Eso fue todo? - Sí. Aunque se reía cuando lo dijo. - Supongo que será una sospecha natural ante un recién llegado. - ¿Entonces por qué la risa? - Me rindo. Corté un trozo de queso y me lo comí. - Tal vez no sea una mala idea. Quizás no se trate de una sospecha y piense que Martin necesita ser verdaderamente protegido. Puede ser esto. O ninguna de las dos. Ya sabes cómo es él a veces. Random se incorporó. - No se me ha ocurrido ninguna otra alternativa. Ven conmigo, ¿quieres? -dijo-. Llevas aquí toda la mañana. - De acuerdo -me puse de pie y me ceñí Grayswandir a la cintura-. De todas maneras, ¿dónde está Martin? - Lo dejé en la primera planta. Charlaba con Gérard. - Entonces está en buenas manos. ¿Gérard se quedará aquí o volverá a la flota? - No lo sé. No quiso discutir sus órdenes. Salimos de la habitación. Nos dirigimos a las escaleras. Mientras bajábamos, escuché un pequeño revuelo que provenía de abajo. Apresuré el paso. Miré por encima de la barandilla y vi un montón de guardias en la entrada al salón del trono junto con la masiva figura de Gérard. Todos nos daban la espalda. Salté los últimos escalones. Random me seguía de cerca. Me abrí paso. - Gérard, ¿qué ocurre? -pregunté. - Maldita sea si lo sé -contestó-. Mira tú mismo. Pero no hay manera de entrar. Se hizo a un lado y yo avancé un paso. Luego otro. Y eso fue todo. Era como si empujara contra una pared totalmente invisible y ligeramente elástica. Más allá descubrí algo que hizo que mis recuerdos y mis sentimientos se sintieran estrujados. Me erguí, ya que el miedo se me había agarrado del cuello, encogiéndome y paralizando mis manos. Y es difícil que eso me ocurra. Martin, que sonreía, mantenía un Triunfo en la mano izquierda, y Benedict -aparentemente acababa de ser transportado- estaba ante él. Había una muchacha cerca, en el estrado, al lado del trono, y miraba en la otra dirección. Los dos hombres parecían estar hablando, pero no pude escuchar sus palabras. Finalmente, Benedict se volvió y dio la impresión de dirigirse a la muchacha. Después de un rato, pareció que ella le contestaba. Martín se acercó a la izquierda de ella. Benedict se subió al estrado cuando ella habló. Entonces vi su cara. El intercambio de palabras continuó. - Esa muchacha me resulta familiar -dijo Gérard, que se había adelantado y ahora estaba a mi lado. - Tal vez la vislumbraste cuando pasó cabalgando a nuestro lado -le conteste- el día que murió Eric. Es Dara. Escuché cómo contenía la respiración. - ¡Dara! -exclamó-. Entonces tú... -su voz se apagó. - Yo no mentía -repliqué-. Es real. - ¡Martin! -gritó Random, quien se había acercado a mi derecha-. ¡Martin! ¡Qué sucede! No hubo respuesta. - No creo que pueda oírte -comentó Gérard-. Esta barrera parece haberlos aislado por completo. Random se esforzó en avanzar, sus manos lucharon con lo invisible. - Empujemos todos juntos -dijo. Lo intenté otra vez. Gérard también lanzó su peso contra la pared invisible. [...] |