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COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN
(Comentario de Rodolfo Martínez publicado en el volumen Bem 47. Derechos de autor 1995, Rodolfo Martínez)
Reconozco que abrí este libro con cierto miedo. Los últimos berrinches de Rafa contra los aficionados me habían hecho temer que estuviera malgastando su tiempo en hacerse mala sangre y se estuviera echando a perder como escritor.
Por suerte no es así, y Ozymandias es la confirmación de que Rafael Marín sigue siendo el mejor escritor español del género. Claro que más de uno diría que eso es como ser el rey en el país de los ciegos. Si es así solo necesita leer este libro para darse cuenta de que Rafa es, también, un excelente escritor sin más calificativos.
Componen este Ozymandias (y dejo que ustedes mismos aprecien la ironía del título, que no es el monumento a la egolatría que parece) doce relatos, de intenciones y estilos bien dispares, aunque la primera persona esta presente en buena parte de ellos. El dominio estilístico de Rafa Marín es, en todos, impecable y, si hubiera que ponerle un pero a su forma de narrar, ese sería quizá la distancia que toma casi siempre respecto a lo que nos cuenta, lo que hace que pocas veces logremos implicarnos emocionalmente en los relatos y que el placer que obtengamos de su lectura sea más intelectual que otra cosa. Eso no es, por supuesto, un defecto, si bien a más de un lector esa frialdad puede producirle un cierto rechazo.
Por lo demás, y salvo "De un tiempo a esta parte" (una historia de viajes en el tiempo absolutamente previsible a la que ni siquiera salva el chistecito final) y "Navajas y caramelos" (un cuento pretencioso que se queda en el relato de una anécdota truculenta por más que su autor intente darle otra trascendencia) todas las historias del libro son excelentes. Algunos cuentos parecen haber sido escritos para un público más reducido del habitual (por más que el prologuista diga, hablando de "Esperando a Skywalker", que convierte en universal lo particular): pocos serán los que compartirán las zozobras del grupo de fans asistiendo al estreno de El retorno del Jedi y menos quizá los que comprendan el enorme y divertido guiño de "El hombre que no quería ser Spiderman". Por suerte o por desgracia me encuentro entre esos pocos y la angustia de la espera, la decepción por el resultado y, finalmente, la redención del autor por un detalle magistral me resultan tan cercanos como si yo hubiera formado parte del grupo que acompaña al narrador en "Esperando a Skywalker". Si encima uno es aficionado a los cómics de superhéroes desde crío no puede evitar el regocijo ante la habilidad con la que Rafa salva uno de los aspectos más espinosos del universo Marvel.
Claro que esos no son, ni con mucho, sus mejores cuentos en este volumen: no pasan de ser anécdotas más o menos simpáticas contadas con garra y cierta gracia. Donde verdaderamente Rafa se muestra como un escritor que sabe lo que quiere y, sobre todo, como llevarlo a cabo, es en obras maestras como "De entre la niebla" o "Cuando el ámbar asomaba", donde consigue darle una dimensión mítica a los aspectos más cotidianos y grises de la vida, demostrando además que es un autor que sabe fijarse en el mundo que le rodea y trasladarlo al papel con una enorme sensibilidad (sin por eso perder la mirada distante de la que hablaba hace un momento).
Cierra el volumen "Autor, autor", que sin ser en absoluto un mal relato, nos muestra quizá con demasiada claridad, la amargura de Rafa ante el escaso reconocimiento que ha merecido su obra. No puedo menos que compartir en buena medida esa amargura (sus libros merecerían sin duda venderse más, ser más leídos y apreciados), pero la falta de pudor con la que Rafa nos desvela su frustración, la mezquina venganza que su personaje/alter ego planea contra el sistema que le ha ignorado me ha producido cierto rechazo. Cierto, hay días en que el escritor puede levantarse con el convencimiento de que todos sus esfuerzos son inútiles pero siempre he creído que quejarse de ello (y más de una forma tan transparente y, en cierto modo, infantil como en este cuento) es más inútil todavía. Ante la falta de reconocimiento uno puede abandonar o puede seguir intentándolo. Las otras opciones no dejan de ser un desahogo momentáneo que, aparte de soltar un poco de bilis y quedarse más tranquilo, para poco sirven.
Del resto de los cuentos poco hay que decir, salvo que todos han sido inteligentemente concebidos e impecablemente llevados a cabo; ninguno, creo, defraudará al lector que se acerque a ellos buscando una buena lectura.
¿El libro tiene algún defecto? Desde luego, es demasiado corto. ¿Para cuando otra novela, Rafa?
(Comentario de Armando Boix publicado en el volumen Ad Astra 3. Derechos de autor 1995, Armando Boix)
Ocho años después de la publicación de su primera antología, Unicornios sin cabeza, Rafael Marín nos ofrece una nueva recopilación de su obra breve, con un tono muy diferente. Los cuentos de Unicornios... rebosaban todo el colorido de un autor que empieza a abrir las espitas de su imaginación y, aunque todavía no ha aguzado suficientemente sus armas, lo compensa con unas dotes innatas para la narración y un entusiasmo juvenil que -por desgracia- parece haberse mustiado. Por la proximidad cronológica en la escritura de sus diferentes textos, el libro ofrecía una muestra coherente y homogénea, dentro de su diversidad temática; Ozymandias, por el contrario, recoge tanto relatos primerizos anteriores a Lágrimas de luz, olvidados en aquella antología inaugural, como alguna de su producción más reciente, conduciendo a la esperable pérdida de unidad. El dominio de las técnicas literarias es muy superior ahora, eso sí; pero su propia preocupación por una prosa pulida y elegante parece engullir a su talento como narrador de historias. Se le diría más preocupado de la forma que del contenido y algunos de sus cuentos -tomo por ejemplo "De un tiempo a esta parte"- se reducen a una anécdota bastante trivial envuelta de un modo espléndido. Que conste que yo no soy partidario de ese absurdo que algunos titulan "literatura de ideas" y sirve con demasiada frecuencia para justificar una escritura paupérrima; sin embargo, derrochar en el más absoluto vacío la belleza de una metáfora bien hallada, del adjetivo justo, de la frase deslumbrante, me parece un desperdicio, y más cuando el autor es perfectamente capaz -y lo demuestra- de crear historias interesantes cuando no se embebe en su narcisismo. Precisamente ante uno de los cuentos más divertidos del volumen, "Último adiós en Dulce Ofelia", Rafael Marín casi pide perdón y justifica su dinamismo y falta de engolamiento en su origen como cuento "de encargo". Pues bien venido sea. No siempre las obras con más pretensiones son las que acaban ofreciendo los mejores resultados.
Por otra parte, el Rafael Marín de hoy es muy diferente. Ya no contempla las estrellas con la vitalidad aventurera del adolescente, sino que mira a su entorno y a sí mismo, y el tono que adopta su voz se vuelve grave, barroco, sombrío por momentos. Se le diría cansado, como si su tan pregonado abandono de la ciencia ficción fuera ya definitivo. Tal vez se trate de un aviso la inclusión de "Cenicienta de asfalto", no perteneciente al género fantástico y de los mejores cuentos del volumen. Sería una lástima, de verdad, cuando la ciencia ficción española anda tan necesitada de autores con verdadera ambición literaria...
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