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("Conan y el camino de los reyes", comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1996, Armando Boix)

Karl Edward Wagner, fallecido recientemente a la temprana edad de cuarenta y ocho años, fue uno de los autores más brillantes de literatura fantástica y de terror de las últimas décadas --cualquiera que haya leído cuentos como "Estacas" me dará la razón--. Pese a ello, su nombre ha permanecido hasta ahora apartado de los planes editoriales españoles y, en lengua castellana, sólo hemos podido disfrutar de unos pocos pero excelentes relatos desperdigados en antologías. Ahora, el revival de Conan nos permite conocer la novela que le dedicó al personaje, y que curiosamente le haría caer en la contradicción.
Wagner siempre había criticado los pastiches de escritores como Sprague de Camp o Lin Carter por desvirtuar la obra original y, en consecuencia, había sido el responsable de una edición de los relatos de Conan rigurosamente respetuosa con los textos originales, tal y como se publicaron por primera vez en los años treinta. Pero Wagner, admirador de Robert E. Howard y toda la escuela de Weird Tales, no pudo resistir la tentación de crear él mismo una nueva aventura del bárbaro cimmerio. El resultado sería esta novela que ahora comentamos.
Uno, esperando grandes cosas de un escritor de su talla, no ha podido evitar la desilusión. El camino de los reyes apenas se diferencia de otras historias que hemos leído, procedentes de autores de menor categoría, como Robert Jordan o Björn Nyberg.
Tras acabar con un oficial zingario durante un duelo, Conan es condenado a muerte y es rescatado del mismo patíbulo por un grupo de rebeldes descontentos con su rey Rimanendo. Conan se unirá a ellos y tomará parte activa en su lucha por destronar al tirano... Este planteamiento inicial nada nuevo aporta, pues ya he perdido la cuenta de a cuántos déspotas ha derribado Conan durante sus aventuras. Y lo más curioso es que, con este furor demócrata, cuando el mismo Conan se ciñe la corona no hay constancia de que sus modos de gobernar se aparten mucho, pues en Aquilonia el poder sólo lo mantendrá a golpes de espada.
El autor apunta buenos modos en la descripción de ambientes, donde resalta el exotismo o la sordidez, según el caso, con una prosa elegante y algo barroca; de todas formas, en esta historia de luchas por el poder, apenas puede demostrar sus verdaderas dotes y sólo en escenas de terror sobrenatural, como la reanimación de la Guardia Póstuma en la tumba sumergida o la aparición del muerto viviente en la arboleda de Jhebbal Sag, consigue despegarse de la monotonía y dotar a la narración de verdadero interés.
Los personajes principales apenas se apartan del estereotipo, cuando el más interesante --la sacerdotisa de Jhebbal Sag-- por razones de la trama casi no aparece en escena. Otro punto en contra sería la utilización de anacronismos muy americanos y poco acordes con el mundo pseudo-medieval imaginado por Robert E. Howard, haciendo que entre los objetivos políticos de los rebeldes se nos anuncie su intención de proclamar una república con su parlamento y constitución.
Es una verdadera pena que esta obra menor sea lo único que podemos encontrar en las librerías de Karl Edward Wagner, pues da una imagen distorsionada de sus verdaderos méritos. Por desgracia, siendo fundamentalmente un autor de relatos, la situación no tiene visos de mejorar.