CONTENIDO LITERAL

("Pesadilla [la]", comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1996, Armando Boix)

J. N. Williamson, en la introducción a uno de los relatos de Graham Masterton escribía: "En su obra el equivalente literario a los efectos especiales y la sangre siempre han ocupado una posición secundaria con respecto al argumento, y siempre la ocuparán". No mentía, pues Masterton es un constructor de tramas tremendamente originales que no precisa recurrir a la contundencia del gore para impresionar al lector; pero tal afirmación no ha de crearnos la impresión de que se trata de un autor elíptico, que sugiere más que muestra. Masterton, muy al contrario, parece haber adoptado la máxima de Clive Barker, según la cual nunca hay que desviar la mirada.
La pesadilla es una novela explícita y durísima, y requiere de verdadero estómago para no saltarse algunos párrafos. Al mismo tiempo, es apasionante y sorprendente. Arranca presentándonos a un futuro juez de la corte suprema y su familia, todos guapos, ricos e inteligentes. Lo primero que nos decimos es que ya tenemos entre manos otro típico bestseller a la americana; pero no hay nada más lejos de la intención del autor, porque pocas páginas después estos personajes se van a ver involucrados en una de las escenas más salvajes que recuerdo haber leído en años. Verdaderamente, la novela de Masterton no está ideada para complacer mentes bienpensantes, ni para conseguir una pronta adaptación cinematográfica. Cuando el protagonista es el investigador de una aseguradora, especializado en estudiar cadáveres destrozados en los más terribles accidentes, no cabe esperar lindezas en la narración. La escena inicial -que no pienso levantar- y otras muchas, como la soberbia descripción de una fallida operación antidroga en un gueto negro, o el hallazgo del cuerpo maniatado y torturado hasta la muerte de una muchacha, están escritas con una crudeza despiadada pero con una enorme maestría, capaz de hacer encogerse en su asiento al más curtido de los lectores.
Como en tantas novelas publicadas hoy en día, sobra tal vez alguna trama lateral, de la que se podría prescindir sin prejuicio para la historia. En cambio el final resulta algo precipitado, en comparación con el ritmo empleado en el resto de la novela, mereciendo algunas páginas más para aumentar la tensión en el lector.
Viendo la perversa imaginación de Graham Masterton, deberíamos dar gracias a Dios de que la haya encauzado a través de la literatura y no llevándola a la práctica. Tiemblo sólo de imaginarlo.