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CONTENIDO LITERAL
("Piel del tambor [la]" comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1996, Armando Boix)
No es estrictamente una historia fantástica ni de aventuras, sino una novela de intriga, pero no puedo dejar de reseñar la última novela de uno de los escritores españoles más de moda, Arturo Pérez-Reverte, que como pocos autores contemporáneos ha sabido conjugar una narrativa sólidamente escrita con un contenido ameno, usando la propia obra como ejemplo de su defensa de la literatura de género, de esa literatura donde "ocurren cosas", cuando tantos otros no hacen sino propugnar lo contrario desde el otro lado de la barrera.
La piel del tambor tiene un prometedor arranque: un hacker se cuela en el sistema informático del Vaticano y deja en el ordenador del mismísimo Santo Padre una advertencia sobre una iglesia de Sevilla que mata para defenderse. Las autoridades eclesiásticas deciden investigar el asunto y envían a España al padre Quart, fiel agente especializado en hurgar en los asuntos más sucios. Efectivamente, en la iglesia de Nuestra Señora de las Lágrimas se han sucedido dos muertes misteriosas, justo cuando el edificio está apunto de caer víctima de la especulación inmobiliaria de un banquero local. A él se oponen su ex-esposa -una aristócrata sevillana-, un sacerdote ultramontano y una monja que ha colgado los hábitos y se dedica a la restauración... Pero, como pronto descubrirá Quart, éste sólo es el eslabón visible de una larga cadena de acontecimientos, que se remontan al siglo XIX, con una joven enloquecida por amor y un audaz corsario que desapareció combatiendo contra la armada yanqui en la guerra de Cuba.
Se advierte que Pérez-Reverte continúa con la formula que le deparó tanto éxito en El maestro de esgrima, La tabla de Flandes y El club Dumas: novela policiaca sofisticada con bastantes elementos culteranistas para resultar respetable. De todos modos, no se ha conformado con cumplir con las exigencias de su público y ha apostado más fuerte, arriesgándose. Su estilo literario es mucho más elaborado, con una mayor delectación en la pura belleza formal; además, mientras en sus novelas anteriores la trama cobraba un absoluto protagonismo, en ésta la preocupación del autor se dirige más a los personajes. Se concentra en sus retratos, en bucear en sus motivaciones, y la historia que los conduce queda a menudo en segundo término, como velada. Creo que ahí su ambición le pierde, porque no sólo se recrea en dotar de carne a los personajes principales sino que concede una desproporcionada dedicación a algunos secundarios -ese trío de maleantes formado por don Ibrahim, la Niña Puñales y el Potro del Mantelete-, demasiado esperpénticos para el tono de la novela.
La inclusión del bufón como contrapunto en las obras dramáticas tiene una larga tradición -Shakespeare y todo el teatro isabelino son una muestra-. Imagino que Pérez-Reverte lo utiliza para descargar de tensión los duros contenidos de su novela, pero obtiene excesivo éxito y más que aligerar la tensión lo que consigue es romperla. Que dedique más páginas a esta procesión de faldas de lunares, coplas y manzanilla que a las misteriosas muertes de la iglesia o a la romántica historia del capitán Xaloc me parece injustificado. La narración habría crecido en emoción y credibilidad sin estos villanos de dibujos animados.
Tal vez la culpa resida en las dimensiones de la novela, estiradas hasta convertir en capítulos escenas que podrían solventarse en un par de páginas. Mi voz sonará monótona, pero no me canso de señalar la tendencia a escribir libros cada vez más voluminosos innecesariamente. Se echa de menos la concisión de otras excelentes novelas de Pérez-Reverte, como La sombra del Águila o Territorio comanche.
Otro punto en contra es el desenlace. Si ya en El club Dumas algunos clamaron contra su artificiosidad y su fallida resolución, en La piel del tambor se rasgarán las vestiduras, llenarán de ceniza sus cabellos y prorrumpirán en sollozos, pues aquí no hay quien se lo crea. Da la sensación de que al autor no se le ocurría un final convincente y cortó por lo sano, con su más descabellada idea. Una lástima, pues la novela es brillante en otros muchos aspectos y tan fallida conclusión nos hace cerrar el libro con un mal sabor de boca.
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