CONTENIDO LITERAL

("Un infierno en la mente" comentario de Armando Boix. Derechos de autor 1996, Armando Boix)

Por segunda vez Última Thule nos brinda una obra absolutamente inédita -la anterior fue El torneo sombrío, de Carl Sherrell- y en este caso se trata de una primera novela. Según cuenta Javier Martín Lalanda, director de la colección, entró en contacto con su autor durante el rodaje en Salamanca de algunas escenas de la película 1492, de Ridley Scott, en cuyo equipo se encontraba Blackwood. Será culpa de mi miopía, pero he pasado tres veces por el reproductor de vídeo sus títulos de crédito y no he encontrado a nadie con tal nombre. Es para pensárselo...
Dejando de lado suspicacias sobre su autoría y centrándome en la obra en sí, diré que la novela, pese a contener momentos de interés, no acaba de convencerme. Su historia se resume a la familiar búsqueda del héroe caballeresco, enfrentado a toda clase de peligros que pretenden dificultarle la misión. El protagonista es el responsable de una colección de literatura fantástica en el Madrid del siglo XXI y, solicitado por un hada prisionera, viajará al pasado y tomará el cuerpo de un cruzado para acudir en su rescate, debiendo descender a los mismísimos infiernos. Este esquema tantas veces repetido -son dos ejemplos paradigmáticos La espada de Rhiannon, de Leigh Brackett y El campeón eterno, de Michael Moorcock- hacen que el interés que se despierta al inicio de la novela acabe por irse agostando con el trascurso de las páginas. Me pregunto qué tenemos de especial los hombres actuales -o del siglo próximo- para que de todas las épocas, dimensiones y planetas acudan a nosotros en busca de auxilio. Si fuera una mujer en peligro jamás se me ocurriría recurrir al machista héroe de esta historia, para el cual la función del género femenino se limita a calentar camas y quitar el polvo a su piso de soltero.
La mezcla de géneros de la novela -aventura heroica, relato sobrenatural y ciencia ficción- resulta forzada, incluso arbitraria. No hay ningún motivo en la trama que exija el arranque en un escenario futurista, pues igual podría contarse la misma historia situando al protagonista en nuestro tiempo. ¿Acaso el autor persigue contentar los gustos de todos los lectores? Además, tal escenario a lo Blade Runner resulta muy poco satisfactorio por gruesos errores en su descripción, como al augurar que dentro de cincuenta años sólo el inglés y el castellano serán lenguas oficiales, mientras otras como el francés, alemán o italiano quedarán reservadas al estudio de los filólogos. ¡Absurdo! De suceder tal cosa requeriría un lapso de tiempo mucho más largo: es imposible que lenguas tan fuertes como las citadas desaparezcan en el uso de sus hablantes naturales en apenas medio siglo.
Otro punto débil de Un infierno en la mente sería la construcción de los personajes. Puede tratarse de una impresión subjetiva, pero no acabo de creérmelos. Todos los caballeros son valientes, todas las mujeres hermosas, y cuando un escritor francés que habla un depuradísimo castellano no sabe traducir exclamaciones como "Mon Dieu!" o "Magnifique!" las carcajadas te impiden tomarte en serio todo lo que viene a continuación.
Un infierno en la mente está cargada de buenas intenciones malogradas. Es un cajón de sastre donde se han querido introducir demasiadas cosas y acaban sobrando la mitad para conseguir una obra más equilibrada.