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CONTENIDO LITERAL
("Sombra sabe... [la]", artículo de Armando Boix. Derechos de autor 1996, Armando Boix)
"La Sombra sabe...", con estas palabras, a las que seguía una risa siniestra, empezaba los jueves por la noche el programa Detective Story Hour, un serial radiofónico de misterio con el que la editorial Street & Smith, especializada en literatura popular, pretendía promocionar sus publicaciones. El programa se inauguró el 31 de julio de 1930, con el actor Frank Readick prestando la voz al fantasmal narrador. Los relatos del programa eran historias detectivescas, escritas por Dave Christman y Bill Sweets, en las que La Sombra sólo intervenía como presentador; aunque su misteriosa personalidad fascinó pronto a los oyentes. Cuando empezaron a solicitar en las tiendas no la revista Detective story, sino la inexistente The shadow, los responsables de Street & Smith se dieron cuenta de que debían aprovechar el filón caído en sus manos sorpresivamente y dar cuerpo e historia a lo que, hasta entonces, sólo había sido una voz.
Frank Blackwell, editor de Detective Story, fue el encargado de poner en marcha la nueva revista protagonizada por La sombra y, en busca de un autor que escribiera la novela central, ofreció la tarea al periodista Walter Brown Gibson.
Gibson nació en Germantown, Pennsylvania, en 1897. A muy temprana edad ya demostró su gusto por las letras: cuando apenas contaba con ocho años publicó su primer relato y con el segundo, escrito en 1912, ganó un premio literario. Decidido a convertir esta afición en su actividad profesional, entró en el campo del periodismo trabajando para diversas publicaciones y agencias de Philadelphia, nada más graduarse en la universidad en 1920. Su labor editorial le llevó a crear las revistas Tales of magic and mystery (1927-28) y True strange stories (1929), en las que, además, colaboró con relatos propios.
Fue otra de sus pasiones, sin embargo, la que le brindó la oportunidad de novelar las aventuras de La Sombra. Gibson era un entusiasta del ilusionismo y los trucos de magia e incluso llegó a actuar durante una temporada en las ferias. Había escrito numerosos artículos sobre el tema y un libro centrado en el famoso Houdini; al trasladarse en diciembre de 1930 a Nueva York, para tratar con los editores la publicación de una secuela del mismo, entró en contacto con Frank Blackwell.
Gibson aceptó la propuesta de Blackwell y, a excepción de algunas ideas previas, tuvo carta blanca para dar forma a uno de los personajes más carismáticos de la era del pulp: La Sombra, héroe implacable y misterioso, azote del mundo del hampa, que con su risa profunda surgiendo de la oscuridad aterroriza a los más duros criminales.
El primer número de The shadow magazine apareció en abril de 1931, con periodicidad trimestral -pasando, en el trascurso de un año, a mensual primero y quincenal después-. Continuó publicándose hasta 1949, a lo largo de trescientas veinticinco novelas, firmadas todas ellas con el seudónimo de Maxwell Grant, siendo doscientas ochenta y tres debidas a Walter Gibson, veintisiete a Theodore Tinsley y quince a Bruce Elliot.
Para la primera novela de la serie, La sombra viviente, Gibson se inspiró en el relato "El club de los suicidas", incluido en Las nuevas noches árabes de Robert Louis Stevenson. Arranca con un joven mal vestido, con el abrigo cubriendo harapos, asomado a un puente. Traspone la barandilla y cuando está a punto de saltar al vacío le detiene un misterioso recién llegado que oculta su rostro en la oscuridad. A sus preguntas el joven, llamado Harry Vincent, le explica su intención de suicidarse. Sin trabajo, ni amigos, con poco más de un dólar como única fortuna y abandonado por la mujer que ama, considera la muerte su única salida. El desconocido ofrece a Vincent un trato, que casi nos podría recordar uno de esos pactos con el diablo de los cuentos tradicionales:
"-Su vida -murmuró lentamente el desconocido- ya no le pertenece. Ahora es mía. Sin embargo, aún puede, si quiere, acabar con ella (...). La reharé. La convertiré en algo útil. Pero también la arriesgaré. Quizá la pierda, pues he perdido casi tantas vidas como he salvado. Mi promesa es la siguiente: Vida con placeres, emociones y... dinero. Y, sobre todo, vida con honor. Pero a cambio de todos esos beneficios, exijo obediencia. Absoluta obediencia. Puede usted aceptar mis condiciones o rechazarlas. Usted decidirá".
Apropiado comienzo para la época en que se publicó, en plena Depresión. Forzosamente debió despertar las simpatías de los lectores, que tampoco debían andar muy sobrados de recursos y buscaban en la literatura pulp un escape de su apurada existencia cotidiana. Como habrían hecho muchos de ellos, Vincent acepta, por supuesto. ¿Qué puede perder? Seguirá las órdenes de su misterioso benefactor, que sabrá recompensarle con generosidad, embarcándose en peligrosas aventuras siempre en lucha contra el crimen. Nada sabe de su amo. Las órdenes las recibe a través de mensajes escritos cuyo contenido se desvanece una vez leídos, o con llamadas telefónicas aparentemente intrascendentes, pero que descifradas con una sencilla clave se convierten en instrucciones a seguir. La Sombra también usa la radio para emitir mensajes, en un recurso que permite a Gibson fundir la ficción con la realidad, pues presumiblemente muchos de los lectores de la revista debían ser a su vez oyentes del programa radiofónico real donde podían escuchar su voz.
Harry Vincent pronto descubrirá que no es el único agente de La Sombra. El primero es Claudio Arma, agente de seguros, uno de sus principales enlaces; Burbank, el radiotelegrafista, aparece en el número 2, Los ojos de la Sombra; Clyde Burke, ex-periodista que selecciona recortes de prensa y pasa a convertirse en agente activo después, aparece en el número 6, La torre de la muerte; y Cliff Marsland, condenado a Sing Sing por un crimen que no cometió, y permanece infiltrado en el mundo del hampa para informar de sus actividades, aparece en el número 9, En los muelles de Brooklyn.
Ninguno de ellos sabe nada sobre la identidad del misterioso justiciero e incluso al lector se le oculta la respuesta al enigma en un principio. La Sombra se confunde entre las tinieblas, es un maestro del disfraz y su sello característico es una risa aterradora. Pese al carácter siniestro del personaje y a la habilidad con la que maneja las pistolas, condicionantes morales de la época hacen que en contadas ocasiones tome la iniciativa para matar a los villanos de turno. Generalmente les hace caer en las trampas que a él habían destinado. ¿Pero quién se esconde bajo la capa oscura y el sombrero de ala ancha? ¿De dónde proceden los numerosos medios desplegados en su guerra contra el mal?
La respuesta al enigma se va desvelando para lector en Los ojos de la Sombra. En esta segunda novela Gibson nos presenta al millonario Lamont Cranston. Es soltero, vive en una finca de New Jersey y es amigo personal de Claudio Arma. Su primera descripción ya despierta sospechas: "El millonario era un hombre relativamente joven, pero su cara parecía prematuramente ajada. En realidad parecía más bien una máscara, algo así como si las facciones fueran un molde artificial que ocultaba debajo de sí otra cara". Incluso el lector más inocente que no haya reparado en esta descripción saldrá de dudas unos capítulos después, cuando el justiciero es alcanzado en un intercambio de disparos y, seguidamente, llega Lamont Cranston a su mansión herido de bala. No obstante, sus motivaciones y pasado continúan oscuros. El autor sólo concede pequeños apuntes desperdigados en las numerosas novelas. Sabemos, por ejemplo, que fue un famoso espía durante la Gran Guerra, herido en Francia en la cara; y en su encuentro con Cliff Marsland podemos leer las siguientes frases, que indican ese mismo camino:
"- ¿Acaso -dijo la voz- recuerdas el pueblo de Esternay en la primavera de 1918... o, tal vez, aquel viaje a Montecarlo, tres semanas después del armisticio? ¿Has olvidado a Blanton, el francés...? (...) Como tú soy un hombre cuyo nombre ha sido olvidado. No hablaremos más de los años idos. Tú eres ahora Cliff Marsland. Yo soy -La voz se detuvo impresionante y solemne-. ¡La Sombra!"
Pese al fascinante misterio que envuelve a La Sombra, Gibson desaprovecha las posibilidades que ofrece la dualidad entre el héroe y su identidad secreta, que tanto juego creará en el cómic posterior. Lamont Cranston aparece muy poco en escena y la propia Sombra cede demasiado a menudo el protagonismo a sus ayudantes o a la misma policía, limitándose a hacer apariciones puntuales -eso sí, muy melodramáticas- para librar a los suyos del peligro u obtener alguna pista que sólo sus habilidades permiten conseguir.
No nos engañemos. Las novelas de Walter Gibson no brillan precisamente por su calidad literaria y si hoy se recuerdan es por el atractivo de su personaje central, un atractivo frecuentemente traicionado por argumentos que no le hacen honor. Y al denostarlas no me refiero sólo a su estilo, que es puramente funcional y no se espera otra cosa. Fallan en su construcción narrativa, están desorganizadas, parecen redactadas sin un plan preestablecido. Personajes fundamentales desaparecen a mitad de la obra sin más explicación; otros, completamente desconocidos, se presentan a veinte páginas del final para resolver la trama. Abundan los cabos sueltos y los finales insatisfactorios. Gibson recurre en exceso a las casualidades para resolver los enigmas, así como emplea trucos que dejan de admirar por su repetición: cuando en cada novela Harry Vincent, en peligro mortal, es rescatado en el último segundo por una Sombra apareciendo de repente, cualquier viso de emoción que pretenda causar la escena se desvanece.
Esta incapacidad de Gibson para dotar de tensión y pulso narrativo a sus historias es especialmente patente en La destrucción del reino de los gángsters. Al principio de esta novela es asesinado uno de los ayudantes de La Sombra, Claudio Arma, presente en la serie desde el primer número. Cualquier autor medianamente hábil podía haber usado este acontecimiento dramático para conmover al lector y hacerle aguardar con ansiedad la probable venganza. Gibson, en cambio, nos relata el hecho de forma impersonal, sin mayor énfasis, y a la misma Sombra no parece impresionarse mayormente, como si la víctima fuera un completo desconocido. Por supuesto los criminales pagarán por sus actos, como siempre; pero sin que el justiciero demuestre la más mínima pasión.
Mucho más humano fue el personaje en la recreación radiofónica iniciada en 1937 y cancelada en 1954. Haciéndolo regresar a sus orígenes, la cadena Mutual Network ofreció un nuevo serial en el que La Sombra ya no sólo era el narrador, como en Detective story hour, sino que se convertía en el héroe principal, al estilo de los relatos de la revista. Pensado para un público más familiar, la personalidad diurna de La Sombra, Lamont Cranston, tenía mayor protagonismo y a su lado se incorporaba un elemento romántico, no presente hasta entonces, en la persona de Margo Lane, su ayudante y -se supone- amante. Tres fueron los actores que interpretaron a La Sombra en este período: Orson Welles, Bill Johnstone y Bret Morrison, el más duradero.
También el cine se interesó por el personaje. La Universal realizó un serial de seis episodios en 1931, y el primer largometraje se estrenó en 1937, The shadow strikes, con Rod LaRocque en el papel estelar. Columbia realizó en 1940 una secuela, International crime, en forma de serial protagonizado por Victor Jory, conocido especialista en papeles de "malo".
El último medio donde La Sombra divulgó sus aventuras en aquellos años fue las tiras de cómics en la prensa. Distribuidas por el Ledger Syndicate, tuvieron una vida más efímera que la revista y el programa de radio, finalizando en 1942. El dibujo corría a cargo de Vernon Greene, un artista correcto que recuerda al Milton Caniff de los primeros tiempos, y los guiones estaban escritos generalmente por el propio Walter Gibson.
No será este el único trabajo de Gibson como guionista de cómics, labor que le ocupará cada vez durante más tiempo, a medida que, tras la Segunda Guerra Mundial, las revistas pulp fueron perdiendo su público ante la televisión y los comic-books. Trabajó para la DC, en algunas historias de Batman; creó una serie muy de su gusto para EC, Blackstone, el Mago; e incluso colaboró con Timely, la antecesora de la actual Marvel Comics Group.
Gibson, como escritor profesional de fecundidad obligada, no se centró sólo en las novelas de La Sombra, aunque sea su obra más conocida; también se dirigió hacia otros frentes: Norgil, un mago detective, es el protagonista de veintitrés relatos escritos para la revista Crime Busters, a partir de 1937; El Vengador, justiciero embarcado en una cruzada sin tregua después del asesinato de su mujer y su hija, es otro personaje creado a medias con Lester Dent y que encabezará su propia publicación a partir de 1939, redactadas todas sus aventuras por el especialista Paul Ernst. Elaboró seriales radiofónicos -El Vengador o Nick Carter- y también hizo una última incursión en el campo de la literatura popular como editor de Fantastic science fiction, revista de éxito y calidad escasos que sólo llegó a editar dos números, en agosto y diciembre de 1952.
En los años sesenta, animado por el revival de viejos héroes de los treinta, como Doc Savage, Gibson lo resucitó con The return of the shadow (1963), al que siguieron dos nuevas historias. Al morir en 1985 trabajaba en una última novela que no llegó a concluir.
Hoy, la gran creación de Walter Gibson vive una nueva juventud y es estrella frecuente en las páginas de los comic-books; aunque, personalmente, los intentos de modernizar el personaje no me parecen muy afortunados y, pese a la calidad de autores como Howard Chaykin y Sienkiewicz en la tarea, me quedo con la versión más antigua de Mike Kaluta. Tampoco corrió mucha suerte La Sombra en la adaptación cinematográfica realizada por Russell Mulcahy en 1994. Con un actor excesivamente blando, como Alec Baldwin, y un guión demasiado cargado de tópicos -lo de la amenaza amarilla y los villanos a la conquista el mundo hoy no hay quien se lo crea-, lo único a rescatar sería el trabajo de dirección artística, en una apropiada línea art decó.
Quizá la conclusión a extraer es que, por muy bueno que sea el recuerdo guardado, en realidad La Sombra es un héroe de otro tiempo y muy difícil de trasplantar a la actualidad. La abundancia en sus aventuras de científicos locos, criaturas terroríficas, espantosos artefactos y rayos de la muerte podría atraer la curiosidad del aficionado a la literatura fantástica con ánimo completista; en ese caso lo recomendable es prescindir de adaptaciones y volver a las novelas originales. Aún así deberá aplicar una cierta dosis de generosidad, suspender el espíritu crítico e intentar situarse en el papel de un lector de los años 30, mucho más ingenuo y rendido a la maravilla. Tal vez requiera un poco de esfuerzo, pero le animo a hacerlo... Ser un poco niño de vez en cuando bien vale la pena.
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