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CONTENIDO LITERAL
("Espadas y demonios", comentario de Albert Solé. Derechos de autor 1986, Albert Solé)
Al fin, ya era hora, empieza a ser editada en castellano la mítica serie de los dos aventureros más complejos y encantadores de toda la heroic fantasy, los legendarios Fafhrd, el gigante norteño, y el Ratonero Gris. Se les conocía ya, para quienes lleven años en esto y tengan un surtido archivo de lecturas, por algún que otro relato traducido a salto de mata -como siempre- y lo cierto es que habían dejado un franco buen sabor de boca y muchas ganas de leerles enteros y ordenaditos.
Bien, pues gracias a Martínez Roca (que, sea dicho de paso, se porta muy bien últimamente, casi le están quitando el sitio a Edhasa entre ella y Ultramar), parece que podremos ver saciada ansia tan secular. La serie de las Espadas se centra, como todo fantasy que se precie en el universo decadente, entre superantiguo y supermoderno en según que cosas, de Lanjmar , con sus guildas de Ladrones y Asesinos; sus magos sardónicos y metomentodo; sus dioses que están ya un poco hartos de tanto intervenir, para bien o para mal, en los asuntos humanos, y, faltaría más, la prototípica pareja de aventureros que parece representar los dos polos opuestos del ser humano: el astuto y el irreflexivo, el gordo y el flaco, el pasional y el frío. Etcétera. Vamos.
Los esquemas, se ha dicho un montón de veces, no son buenos o malos en principio, dependiendo todo del salero con que se apliquen. Y, por fortuna Leiber tiene el talento a toneladas y sabe aplicarlo con un estilo raramente adulto: en las historias de Fafhrd y el Ratonero, nunca se puede dar nada por supuesto, el lector siente constantemente que, como en el universo real, hay capa tras capa de complejidades y fuerzas que actúan sobre los personajes sin que ellos lo sepan y sin que sean capaces de controlarlas salvo en muy escasa medida Ahí radica la diferencia entre las Espadas y los peores engendros de la barbarie, en que el libro crece y respira bajo los ojos del lector y , como todo ser vivo, tiene la sana (aunque a veces, algo molesta) costumbre de salirse de vez en cuando por senderos imprevisibles.
Y siendo ya un poco críticos convencionales, si hubiera que destacar un texto del libro yo escogería Mal encuentro en Lankhmar, que ganó el Hugo del 71 (lo que tampoco quiere decir nada, en principio) y que es una magistral fusión de fantasía heroica, terror gótico y aventura en estado puro, algo difícil de olvidar y cuya lectura, para el desprevenido imagino representará un choque y una adicción tan potentes y duros de abandonar como para quien esto escribe, representó el primer contacto con Lovecraft un montón de años hace ya. Paciencia, si os habéis quedado enganchados porque pronto habrá más Espadas leiberianas que echarse al coleto; y si no podéis aguardar, siempre queda el recurso de releerse el libro que como todos los buenos vinos tiende a ganar con el reposo.
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