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COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN
(Comentario de Santiago G. Soláns publicado en el volumen Bem 59, ediciones Interface, colección Bem, número 59, edición de 1997. Derechos de autor 1997, Santiago G. Soláns)
La residencia es un juego de secretos, y todos los personajes que aparecen, lo sepan o no, juegan a desentrañarlos. La residencia es un paisaje ambiguo, indefinido por su propia cualidad, inaprensible. El personaje principal, del cual no sabemos siquiera su nombre auténtico -Amador le llamarán la pareja que le acoge-, aparece en la puerta, una de las puertas, de la Residencia y es recibido con mucha cortesía, como si le estuvieran esperando.
Pero no sabemos, él no lo sabe, cómo ha llegado allí o cual es su propósito dentro de aquel lugar que se nos antoja sobrenatural, ilógico, fuera de todo intento de comprensión.
Se limitará a ayudar en lo que pueda a los señores Dalamin, la pareja que lo recibe, y a dejarse llevar por el tiempo, cumpliendo pequeñas tareas y explorando de diversas formas la casa. Una casa que se nos presenta más grande por dentro que por fuera; que se nos muestra habitada por otras personas de las que no se tenía conocimiento -le llegan a advertir que se cuide de ellas-, con habitaciones con puertas que se abren a corredores desconocidos, a otras habitaciones, que vuelven sobre sí mismas y se transforman en un laberinto que Amador, pacientemente, tratará de desentrañar, para descubrir tan sólo que otros antes que él ya lo habían intentado, y que la tarea es tan monstruosamente grande que no cabe siquiera soñar con lograrlo.
La residencia es el estudio de un espacio interior, pero no solo físico (la casa misma), sino mental. El conocimiento de la casa conllevará el conocimiento y la aceptación de uno mismo.
Es este un bello relato, a veces poético, a veces opresivo, que se lee de un tirón, sin poder soltar el cuadernillo. Es una historia que consigue atrapar al lector en su propia complejidad, en un discurrir desconocido y extraño. A veces, uno se pierde, como Amador, en aquellos pasillos, corredores y habitaciones, pero enseguida se encuentra un hito conocido, una señal, un guiño, y la narración vuelve a cobrar pleno sentido.
Un relato armónico y plácido, de vivencias, sin mucha acción aunque sí tensión, que no llega a malograr siquiera ese final que, no por esperado y que te lo ves venir, deja de ser un tanto sorpresivo en cuanto que rompe con la idea prefigurada que se adquiere sobre el protagonista: el explorador, la persona que no puede dejar los misterios sin resolver y que busca en todas partes la Verdad.
Achacar, quizá, a la edición el tamaño tan diminuto de letra y el interlineado tan apretado que dificulta un tanto la lectura en cuanto a las dosis de cansancio ocular que conlleva. Defectos, sin embargo, que son olvidados ante la subyugante prosa que se va desvelando ante esos cansados ojos que no quieren dejar de leer. Son desde luego 56 páginas muy densas, muy aprovechadas. Esperemos que los artífices de Artifex subsanen este mínimo error para hacer la colección más atractiva incluso. Y con títulos como el que la ha abierto no dudo que consigan mantener la atención del público. Una delicia de las que se encuentran pocas.
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