CONTENIDO LITERAL

( Fragmento de Guerrero del crepúsculo [el], novela de Eric van Lustbader. Derechos de autor 1977, Eric van Lustbader)

Ronin estaba muriendo, pero no lo sabía.
Yacía inmóvil y completamente desnudo en el centro de una elíptica laja de piedra que ocupaba casi el centro de una fría y cuadrada cámara del mismo material. A pesar de ello, diminutas gotas de sudor temblaban en los extremos de su corto pelo negro. Sus delicados rasgos permanecían sin expresión.
Erguido ante él, concentrado en su rostro, se encontraba Stahlig, el Curandero. Ronin trató de relajarse, mientras pensaba: todo esto es una pérdida de tiempo, mientras los dedos de Stahlig tentaban y presionaban delicadamente su pecho, descendiendo con lentitud hacia las costillas del lado izquierdo. Trató de no pensar, pero sus músculos poseían voluntad propia y los traicionaron, se contrajeron dolorosamente ante el dolor provocado por esos gruesos dedos.
-Hum -gruñó Stahlig-. Muy reciente.
Ronin contempló el cielo raso… la nada. ¿Qué era lo que lo preocupaba? Había sido simplemente una pelea. ¿Simplemente? Sus labios se curvaron con fastidio. Una pelea callejera; revolcándose por el corredor como un cualquiera... repentinamente, los recuerdos afloraron incontenibles...
Sus brazos desnudos relucían por el sudor, su tosca espada aún en su funda, pesada sobre su cadera, y sus manos ligeras luego de casi un Período completo de práctica de Combate. Abandonó solo y distraídamente el Salón de Combate, en medio de un grupo de gente, rodeado a la vez por sus voces que discutían acalorada y estúpidamente, aunque sin prestarles demasiada atención. De pronto, algo lo empujó, y una voz se elevó sobre el tumulto:
-¿Adónde te diriges? -el tono era cruel y artificioso y pertenecía a un hombre rubio, alto y delgado, que lucía sobre su pecho las bandoleras de su cargo de Chondrin. Negro y oro: Ronin no pudo reconocer los colores. Detrás de su jefe, alcanzó a distinguir otros cinco o seis Guerreros, todos ellos con los mismos colores desconocidos. Aparentemente habían bloqueado el paso a un grupo de Alumnos en su camino hacia la Práctica, pero no podía comprender el porqué de tal actitud.
-¡Conteste, Alumno! -ordenó el Chondrin. Su rostro delgado era blanquísimo, dominado por una nariz cerosa. Sus altos pómulos mostraban las huellas de numerosas picaduras de viruelas, y una marcada cicatriz pendía como una lágrima del extremo de uno de sus ojos, de tal forma que parecía estar más bajo que el otro.
Por un momento Ronin se sintió divertido. El era un Guerrero, y como tal, solo se entrenaba con otros Guerreros. Sin embargo, durante aquellos días no había tenido demasiado quehacer, y el aburrimiento lo había llevado a practicar también con los Alumnos. Cuando lo hacía, usaba ropas sencillas, lo que podía dar lugar a que lo confundieran con uno de ellos.
-Donde voy y lo que hago solo me incumbe a mí -contestó Ronin con suavidad-. ¿Qué es lo que deseas de estos Alumnos?
El Chondrin lo miró incrédulo durante unos instantes, estirando el cuello como un reptil a punto de morder, y dos manchas rojas aparecieron de súbito sobre sus mejillas, acentuando la blancura de sus picaduras de viruelas.
-¿Qué modales son esos, Alumno? -dijo amenazante-. Hable con deferencia a sus superiores. Ahora conteste la pregunta.
La mano de Ronin tendió involuntariamente hacia el puño de su espada, pero no pronunció una sola palabra.
-Bueno -masculló despectivamente el Chondrin-. Parece que aquí tenemos un Alumno que necesita una lección.
Como si aquellas palabras hubieran sido una señal, los Guerreros cargaron al unísono sobre Ronin. Demasiado tarde comprendió éste que no podría extraer su espada con rapidez suficiente rodeado como estaba por la multitud; a los pocos instantes todos estaban sobre él, derribándolo por el simple peso de sus cuerpos, mientras que a él le parecía increíble que aquello estuviera ocurriendo en realidad. Mientras las fuerzas combinadas de sus enemigos lo mantenían sujeto, pateó instintivamente hacía arriba, experimentando la salvaje sensación de que su bota entraba en contacto con una porción de carne que cedía bajo el impacto. Casi al instante, sin embargo, un fuerte golpe al costado de su cabeza interrumpió su placer. La adrenalina brotó de repente, inundando su organismo, y golpeó con ferocidad hacia arriba, y aun encontrándose en inferioridad de condiciones, por su postura boca arriba, alcanzó a percibir que su puño se conectaba violentamente con carne que se abría bajo el impacto, con huesos que se partían. También pudo oír un corto aullido de dolor.
Luego una bota lo golpeó en el costado, y un velo espeso cayó sobre su mente consciente. Trató de volver a golpear hacia arriba, pero no lo logró, y comenzó a luchar contra el enorme peso que aplastaba su pecho. Sus pulmones parecían arder, y se sentía avergonzado. Cuando la pesada bota volvió a golpearlo, perdió el sentido...

La ola de dolor llegó otra vez, pero ahora se encontraba preparado para recibirla, y solo se notó un leve estremecimiento de su cuerpo. Luego miró el ancho rostro inclinado sobre él, y contempló las espesas cejas, los ojos reumáticos, y el amplio y fruncido entrecejo.
Ach! -exclamó el Curandero, tanto para Ronin como para sí mismo-. ¿En qué has andado, eh?
Sacudió repetidas veces la cabeza y sin volver a mirarlo, giró sobre sus talones y se dedicó a humedecer con el contenido de una botella esmerilada un género oscuro y grueso que aplicó finalmente contra el costado del Guerrero. El líquido estaba frío, y el dolor disminuyó enseguida.
-Ya está. Vístete y ven para adentro -Arrojó la tela sobre el respaldo de una silla dura, y desapareció por una arcada que comunicaba el consultorio con sus habitaciones.
Ronin se sentó con dificultad, con su costado aún rígido, pero ya sin dolores; se colocó sus pantalones ajustados y su camisa, y por fin sus cortas botas de cuero. Se detuvo unos instantes para abrochar las correas de su espada, y luego siguió los pasos de Stahlig hasta una habitación muy bien alumbrada, que ofrecía marcado contraste con la austera geometría del consultorio exterior.
Adentro, todo era una mezcolanza increíble. Estantes y más estantes cubiertos de papeles encuadernados y bloques de apuntes se elevaban como hiedras salvajes en tres de las cuatro paredes, sólo ocasionales espacios libres, o señaladores surgían de ellos en los ángulos más extraños e inverosímiles. El escritorio de Stahlig se hallaba ubicado contra la única pared libre, la más alejada de la entrada, y también estaba cubierto por montañas de papeles y cuadernos, lo mismo que las dos pequeñas sillas que lo flanqueaban. Detrás de la silla del Curandero podían apreciarse grandes cajas de vidrio colmadas con probetas, ampollas y retortas de diversos tamaños.
Stahlig no apartó la vista de su trabajo ante la entrada de Ronin, pero se estiró hacia atrás, recogiendo una botella clara llena a medias de un vino color ámbar, mientras extraía de algún lugar secreto un par de copas metálicas, que sopló mecánicamente antes de llenarlas hasta la mitad. Sólo entonces elevó la vista hacia su visitante, alargándole uno de los recipientes. Ronin lo tomó, y Stahlig se echó hacia atrás en su asiento, agitando un brazo con ademán expansivo.
-Siéntate -invitó.
Ronin se vio obligado a dejar su copa para despejar la densa masa de notas que cubría una de las sillas, y se detuvo un momento con ellas en la mano, sin saber dónde colocarlas.
-Está bien, déjalas en cualquier lugar -ordenó Stahlig, con un ademán indiferente de su mano rolliza.
Luego de dejar las anotaciones en el suelo, Ronin se sentó y sorbió lentamente un trago de su copa; sintió la suavidad del vino extender un tapiz de calor por su garganta, hasta llegar al estómago. El trago fue largo y reconfortante.
Stahlig se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la masa de papeles, y unió los dedos en forma de campanario, repiqueteando distraídamente con sus pulgares sobre su labio superior. Al cabo de unos instantes pidió:
-Cuéntame lo sucedido.
Ronin agitó con suavidad su copa de vino y guardó obstinado silencio. Se había sentado muy erguido a causa de su costado.
El Curandero levantó los ojos exasperado, arrugó con violencia una hoja de papel, y la arrojó a un rincón del cuarto, sin tener en cuenta dónde caía.
-Está bien -Suspiró ruidosamente, y cuando volvió a hablar su tono de voz fue bastante más suave-. No quieres hablar de ello, pero sé muy bien que hay algo que te preocupa.
Ronin levantó la vista, y el Curandero continuó: -Oh, sí... este anciano aún puede ver y sentir -dijo, volviendo a inclinarse sobre el escritorio.
-Dime -continuó luego, contemplando con fijeza a Ronin-, ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos?
Sus dedos se movieron por la tapa del escritorio, y luego continuó:
-Desde que eras muy pequeño, incluso desde antes que tu hermana desapa... -Se detuvo abruptamente, y el rubor cubrió sus curtidas mejillas-. Yo no...
Ronin sacudió la cabeza.
-No me lastimarás con decirlo -señaló suavemente-. Ya lo he superado.
-Desde antes de su desaparición -dijo Stahlig con rapidez, como si, incluso en palabras, el hecho fuera demasiado terrible para enfrentarlo-. Hace mucho tiempo que nos conocemos y, sin embargo, jamás me hablas de lo que te preocupa.
Sus manos volvieron a unirse, y el anciano continuó: -Pero ahora te irás de aquí, a contarle todo a Nirren -su voz se había tornado incisiva-, tu amigo. ¡Ja! El es un Chondrin; el Chondrin de Etrille, y ¿cuál es su principal obligación? Tú careces de afiliación... ni un Saardi que te ordene ni que te proteja. En cambio él no tiene sentimientos. Finge ser tu amigo, pero sólo para conseguir información. Después de todo, esa es una de sus tareas.
Ronin depositó con lentitud la copa sobre la mesa.

[...]