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COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN
(Comentario de Ángel Mario Imwinkelried publicado en el volumen Sinergia 6, ediciones Sinergia, colección Revista, número 6, edición de 1984. Derechos de autor 1984, Ángel Mario Imwinkelried)
La Dirección me ha encomendado inaugurar esta sección, que, estoy seguro, traerá consigo algunos cuestionamientos (el primero será por el nombre: "AUTOCRITICA" -habrá quien diga que no me juzgo, ni a ninguna de mis obras, pero ¿qué es Sinergia sino una parte de todos nosotros?).
La crítica literaria es un "arte" con muchos enfoques que nos aproximan a la visión de algunas facetas de la obra analizada, no puede limitarse a decir "me gusta" o "no me gusta", sino que debe ir más allá. Pero ello puede representar un artículo demasiado extenso (lo suficiente como para que el señor Gaut vel Hartman se agarre la cabeza) y como no deseo causarle disgustos ni fatigar al pobre diablo que deberá componer el texto, trataré de brindarles mis impresiones concisa y concienzudamente.
En el Editorial encuentro un extraño empecinamiento de Sergio por desatar polémicas y ¿una ofensa? (¿qué habrá querido decir con eso de (sería mucho peor que los escritores se dedicaran a ilustrar sus relatos"?).
Alsogaray jamás publicó en Sinergia (gracias a Dios). Alzogaray si lo hizo, pero su primer relato fue publicado por la editorial Corregidor (Cuasar dixit).
Marcelo Figueras escribe muy bien. Su cuento es estéticamente eficaz; sin embargo no hubiera vuelto a leerlo de no ser por esta crítica. Marcelo Dos Santos, por el contrario, tal vez no tenga tanto oficio (o curriculum) como su tocayo, pero logra atrapar y divertir al lector con su atrevida narración.
"Las joyas de la corona"... El sutil humor judío... No sé, tal vez haciendo un pequeño sacrificio...
En "Ad infinitum" encuentro el modelo arquetípico de la inmersión mística dentro del tiempo cíclico, el tema de la muerte sin fin y las muertes (parciales) como parte de la MUERTE (total). Sayegh presenta el suicidio como escape de una vida gris y el desesperado, vano, intento de librarse de una significativa presencia como confrontación entre lucidez y locura. Utiliza toda la intensidad emocional y la violencia para manifestar en el relato que el suicida busca en su muerte asesinar a todos los que odia, estableciendo la imposibilidad de redención en esa suerte de pesadilla cíclica sugerida desde el título.
En "La noche que cambiaron las reglas del juego", Magdalena Moujan Otaño construye con ironía una divertida historia que me hace reflexionar en la cantidad de leña del mismo árbol caído que se acumula en mi azotea.
Rubén Pergament me deleita con un particular manejo del absurdo. ¿Cuántos domingos me habrán dado ganas, al ver que se acabó el pan flauta, de subir a mi espacionave y huir como protesta a esos panes criollos que me venden indefectiblemente?
A Tarik Carson habría que ponerlo en cuarentena. Lo que más me gustó de su cuento fue la ilustración de Pablito Ruina.
Elvira Ibargüen me dejó pensando en una cuestión muy antigua: ¿Una obra literaria debe tratar acerca de algo o debe ser un algo en sí misma? Es interesante ver cómo con un lenguaje exquisitamente simple, en página y media, no dice absolutamente nada.
Mourelle me transporta en su verbo a un pasado convulso. Con la visión húmeda de recuerdos encontrados en una vieja libreta, los últimos años revisitados desde una óptica distinta... Y roguemos a Dios que los que recuerdan las bombas no las inviten a entrar, para que vivamos para siempre con nuestra memoria de sombras bajo la luz del sol.
"El verdugo" es un cuento que me gustó muchísimo, mas creo que Alvaro debió haber sido un poquito más sutil (hay como un exceso de explicación; ¿se deberá a su condición de ingeniero?). Aquí hago mención a la mejor ilustración, la de Héctor Gómez Alisio.
Graciela Parini, con su gran sensibilidad, me hace redescubrir la música de Brahms (me estoy rompiendo la cabeza por saber qué pianista negro se llamaba Janis), para encontrar en sus pentagramas el viejo jazz, al Mahatma Ghandi y ¿a Norma Rae?
No tengo palabras para expresar lo que sentí mientras me interné en "la Salamanca". Sin duda el mejor relato de la revista; aunque ahí nomás, pisándole los talones, está el de Raúl Alzogaray, quien con una particular omisión de "punto y aparte" logra crear un clima tenso, in crescendo, para estallar en un final abrupto y seco, tan insólito que más de un lector habrá buscado desesperadamente la página 93.
Un ¡viva! para la tapa 4 de Charlie Sánchez y un ¡buu! para la gente del taller que estuvo un poquito distraída al armar las revistas
Y que Sergio no vuelva a dejarnos sin pájaros voladores.
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