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CONTENIDO LITERAL
("El coronel Ignotus", artículo de Augusto Uribe.)
Todos los años la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción concede el Premio Ignotus y, seguramente, el Coronel Ignotus es el más conocido entre los predecesores de la ciencia ficción española. Se llamaba José de Elola y Gutiérrez y era realmente coronel del Estado Mayor del Ejército.
Había nacido en Alcalá de Henares el 9 de agosto de 1859. Cursó sus primeros estudios en esta ciudad e hizo el bachillerato en Madrid. Fue alumno de la Academia general militar, de la que después sería profesor de geometría descriptiva y topografía. También fue profesor de historia militar y topografía en la Escuela superior de guerra.
Hombre de grandes inquietudes en el campo del saber, de ideología marcadamente conservadora y muy activo, realizó algunos inventos en el campo de la topografía y fue condecorado tres veces por méritos científicos, con la Placa al mérito militar, con la Encomienda de la orden civil de Alfonso XII y con un premio de Honor en la Exposición de industrias de Madrid de 1907.
En 1893 estuvo comisionado en los Estados Unidos para la construcción de material de guerra y, en 1898, diseñó el plano de artillado de San Juan de Puerto Rico. (Ahora que nadie discute que el Maine lo hundió la impericia de su capitán, queda como única baja EE UU en la guerra de Cuba, el navío perdido en Puerto Rico). Dominaba el inglés, como mínimo, y viajó por gran parte de Europa y América.
Escritor extremadamente prolífico, publicó cerca de medio centenar de títulos, sobre los más diversos temas. Dentro de su especialidad dio a la imprenta una Planimetría de precisión (1903), obra de cerca de 700 páginas que fue galardonada por la Escuela de ingenieros de minas con el premio Gómez Pardo. Este premio, que se mantenía con un legado hecho por Gómez Pardo, influyó en la vida de Elola al permitirle publicar su primer gran trabajo profesional después de vagar por años de imprenta en imprenta con obras menores y, probablemente, le dio la idea para sus novelas de que el Instituto de viajes planetarios lo fundase también un legado (parecía confiar poco en la iniciativa estatal).
Levantamientos y reconocimientos topográficos (1908) es otra gran publicación profesional, en tres volúmenes, que fue libro de texto en las Escuelas de agricultura, arquitectura, minas y montes. Es un libro antiguo pero no arqueológico; en mis tiempos de estudiante todavía vi manejar la reedición hecha por Dossat muchos años después. Estas obras las editó por primera vez Sucesores de Rivadeneyra, que tenía sus talleres en el Paseo de San Vicente nº 20, de Madrid.
El tercer volumen, Agenda del topógrafo, apareció también por separado y aún publicó Campaña de España en Marruecos, mapa de la influencia española en la zona.
Los títulos de sus obras literarias, cuya simple enumeración basta tanto para apreciar su diversidad como para cansar a cualquiera, son: Eugenia (Madrid, 1898, Tipografía Herres, Villanueva 17; de los primeros establecimientos que tuvo teléfono en la capital, con un número de sólo tres cifras) y La prima Juana (Madrid, 1900, Librería de Victoriano Suárez, Preciados 48, y Librería de Fernando VI, Carrera de San Jerónimo 2; la primera editó en 1858 la Aventura de Domingo González en su extraño viaje al mundo lunar, escrita en 1673 por el obispo Francis Godwin y traducida por Domingo Manfredi Cano, lo que es todo un mérito de esta librería). Son dos novelas, la segunda de ellas en dos tomos, de formato de bolsillo, como todas las de esa época.
Corazones bravíos (1903, Sucesores de Rivadeneyra), es un libro muy chico de ocho cuentos, de los que el primero da título al volumen, y Bosquejos (1910, Est. Tip. El Trabajo, Guzmán el Bueno 10) es otro libro de relatos breves, éste de catorce, ninguno de ellos del género fantástico, pero Cuentos estrafalarios de hoy y mañana ya es otra cosa, pues figura entre ellos "Amor y fuerza. Cuento del año 10000", publicado originariamente en Los Contemporáneos y los Maestros nº 237, de 11 de julio de 1913 (30 céntimos), que en su día estuvo seleccionado para publicarse en Nueva Dimensión, aunque nunca llegó a aparecer.
Dentro de ocho mil años un sabio, al que se presenta con caracteres de malo, descubre cómo sacar energía del amor y guardarla en acumuladores. Durante una conferencia de exhibición se produce una rotura de estos acumuladores y el escape que se origina hace que el científico se abalance sobre una mujer vieja y fea como si de una Venus se tratara y que los asistentes al acto se besen y se abracen unos a otros sin poder remediarlo. La cosa no pasa a mayores, sólo se pretende hacer ver la fuerza del amor.
Sigo. Escribió igualmente Remedio contra ceguera y La nietecilla (comedias en dos actos), In articulo mortis y Precocidad (comedias en un acto), El salvaje y Luz de belleza (dramas) y realizó una notable versión del inglés de Macbeth, dentro de su producción teatral. Se trata de piezas cortas, juguetes cómicos aparecidos en la citada revista Los Contemporáneos y los Maestros y recogidos en 1913 en un volumen titulado Obras dramáticas, que fue editado en la Imprenta de Alrededor del mundo, de Madrid.
Una novela importante para nosotros es El final de la guerra. Disparate profético soñado por Nister Grey, por la copia Ignotus (Madrid, 1915, Imprenta de Alrededor del mundo), con cubierta y algunas láminas interiores en color y negro de Romero Calvet, más una profusión de dibujos sencillos intercalados en el texto, que se vendió al precio de 3´50 pesetas. Es la primera vez que el autor utiliza el seudónimo de Ignotus (que ha sido empleado por tres escritores españoles), que luego amplió a Coronel Ignotus (también usó el de Don Nuño).
No se trata de un fenómeno aislado. Desde antes de iniciarse la Primera Guerra Mundial se escribieron en España novelas de lo que entonces se conocía como fantasía política y hoy denominaríamos política ficción, obras en las que sus autores tomaban partido por una u otra de las partes contendientes y trataban de explicarlo en forma de anticipación de lo porvenir.
No he leído este El final de la guerra. Disparate profético soñado por Nister Grey desde hace tiempo, pero sí el resumen que de él hace Sáiz Cidoncha (mi buen amigo Carlos es un estupendo resumidor de argumentos, por lo que, incluso algunas veces sin quererlo -no es éste el caso-, hablo por su boca) en la tesis sobre literatura española de ciencia ficción anterior a 1936, con la que se doctoró en Ciencias de la información en la Universidad Complutense de Madrid. Además Carlos Sáiz Cidoncha tiene grandes conocimientos de historia, por lo que estos argumentos le vienen como anillo al dedo.
Nister Grey es el Ministro del Foreign Office británico, que sueña con la guerra. Como es un sueño disparatado, el autor se permite desarrollarlo esperpénticamente. La campaña de Egipto, por ejemplo, es de pasmo. El sultán de Turquía llama a la guerra santa y los musulmanes se sublevan contra los ingleses. Un sabio alemán descubre la antigravedad y tumba las pirámides sobre el canal de Suez, para que los soldados turcos lo atraviesen con toda facilidad.
Unos reservistas alemanes se disfrazan de momias para asustar a los nativos y, en otros países, los dirigibles y zeppelines de la germánica gente surcan los cielos adoptando las formas de los dioses y los demonios locales y con los rasgos fisonómicos de los dirigentes de uno u otro de los bandos enfrentados (Ignotus era rabiosamente germanófilo).
El final de la guerra es todavía peor. Desembarcan en las islas británicas tres millones de soldados alemanes que son seducidos por las inglesas. Las teutonas quieren tomar venganza, pero la idea de una matanza generalizada de mujeres hace reaccionar a los países neutrales y se consigue la paz.
En el reparto del planeta que sigue a cada conflagración universal, Inglaterra pierde mucho, pero España más, lo que se dice para aviso de los germanófobos. Somos anexionados por Portugal bajo el dominio del emperador Bernardino I.
Otras veces especula razonablemente, como en la firma de la paz entre Rusia y Alemania o entre esta nación y la francesa. Y, como señala con gracia Cidoncha, acierta al profetizar que a la falda francesa, abierta por un lado, seguirá la falda inglesa, abierta por todas partes.
También escribió Elola una serie de libros a los que calificó de obras morales, sociales y políticas, como El credo y la razón (1909, Imprenta de San Francisco de Sales), tratado de teología en que cada capítulo explica sucesivamente uno de los artículos del credo cristiano, prologado por una carta de felicitación del novelista cántabro José María de Pereda, La campaña del Rosellón, Lo que puede España y La enfermedad de la peseta y su saneamiento al alcance de todos (1904, Imprenta de F. G. Pérez, Ballesta 9; como se ve, nuestro autor iba editando donde podía), a las que aún habría que añadir su traducción del inglés de La verdad de la guerra.
Ya retirado el coronel y, hombre activo y aficionado a escribir, como lo era, quiso dedicarse a la labor de divulgación de las ciencias físicas, según la receta en boga de "instruir deleitando", así que inició la publicación de una "Biblioteca novelesco-científica", que llegó a alcanzar los diecisiete títulos, todos firmados por Elola con el seudónimo de "El coronel Ignotus", y de los que se imprimieron y vendieron en total la notable cantidad de 120.000 ejemplares.
Acostumbrado a ediciones modestas y tiradas reducidas, hechas a salto de mata, el coronel Ignotus debió disfrutar de lo lindo al encontrarse con el éxito y la fama. En fin, quince de estas novelas pueden considerarse de proto ciencia ficción y ocho incluyen viajes a otros mundos y presentan un hilo conductor común. Como no podía ser menos, están en la línea de Julio Verne, aunque nuestro compatriota sacrifica la acción a la escrupulosidad de la ciencia aún más que el francés. Esto da lugar a diálogos que son mero pretexto para que el autor explique una cuestión científica y/o son causa de muchas y largas notas de pie de página. Un sabio menor, por ejemplo, enuncia una teoría errónea y uno mayor le corrige. Ignotus llama a pie de página y escribe algo de esta guisa: "Adviértase cómo todavía. en el siglo XXII había científicos empeñados en el error que ya en el siglo XX, etc.". Además el autor se limita a desarrollar la ciencia de su tiempo, sin imaginar cosas novedosas, con especial interés por la transmisión a distancia de imágenes y sonido, pero un mundo de finales del siglo XXII en que las comunicaciones se hacen a base de un rapidísimo reparto de telegramas, no nos maravilla ya a nosotros.
También decía Verne, peyorativamente, de Wells: "Il invente". Ciertamente Ignotus no inventa nada, sólo divulga, pero sus novelas son notables, conocieron un gran éxito y le proporcionaron una fama que no le habían otorgado antes sus trabajos más serios. De haber escrito en inglés o en francés, hoy figuraría en todos los libros de referencia del género.
Federico Carlos Sáinz de Robles, en su Ensayo de un diccionario de la literatura (Madrid, 1949, Aguilar), dice así de él: "Como literato fue un novelista fecundo, originalísimo, ameno, de prosa castiza y de estilo correcto. Su justa fama de narrador excepcional se la dieron sus novelas científicas, en nada inferiores a las de Verne o Wells, y algunas de ellas superiores por su solidez científica".
Ya he mencionado que el autor tenía ideas muy conservadoras, lo que seguramente hoy choca más que entonces. Una vez manifestó en una entrevista periodística el líder ultraderechista Blas Piñar, el autor de aquel famoso "Hipócritas", que estas novelas eran una de sus lecturas favoritas. Me contó Miguel Miranda, un librero de viejo amigo mío que tiene su tienda en la calle Lope de Vega (antes Cantarranas) de Madrid, y al que cita Camilo José Cela por haberle cobrado creo que 25.000 pesetas por un ejemplar de El mono azul, que poco después pasó por allí un seguidor de Piñar y arrampló con todos los ejemplares existentes para hacerle un regalo a su admirado correligionario. Nos encarece el material la gente más insospechada.
La relación de las obras de la "Biblioteca novelesco-científica", que hay que reseñar completa porque muchas veces da el título de la serie a la primera novela de ésta, es:
I. De los Andes al cielo, primera etapa de Viajes planetarios en el siglo XXII.
II. Del océano a Venus, segunda etapa.
III. El mundo venusiano, tercera y última etapa.
IV. El mundo-luz, primera parte de La desterrada de la Tierra.
V. El mundo-sombra, segunda parte.
VI. EI amor en el siglo cien.
VII. Los vengadores, primer episodio de La mayor conquista.
VIII. Policía telegráfica, segundo episodio.
IX. Los modernos Prometeos, tercer y último episodio.
X. Los náufragos del glaciar, primera jornada de Tierras resucitadas.
XI. Ana Battori, segunda jornada.
XII. El guardián de la paz, tercera y última jornada.
XIII. Las pistas del crimen, primer episodio de El crimen del rápido 373.
XIV. La clave del crimen, segundo episodio.
XV. La profecía de Don Jaume, primera etapa de Segundo viaje planetario.
XVI. El hijo de Sara, segunda etapa.
EI secreto de Sara, tercera y última etapa.
No he podido establecer con exactitud la fecha de publicación de la primera trilogía; ni se indica en los libros, ni figura en el Paláu, ni está registrado tampoco en la Biblioteca Nacional el año de entrada. Por la cronología de sus obras, que sí se conoce, tuvo que ser entre 1916 y 1920, y la sitúo más hacia el final de este lustro que hacia el principio. La editó V. H. (Viuda e Hijos de) Sanz Calleja, que tenía su casa central en Madrid, en la calle de la Montera, nº 21, y los talleres gráficos en la Ronda de Atocha, nº 23.
Eran libros grandes, de 25 x 18 cm., aproximadamente, y 100 a 116 páginas de letra menuda, con cubiertas en color de la que sólo la tercera, que es la más vistosa, está firmada por Nombela, y láminas interiores en hojas intercaladas cada cuadernillo de 32 páginas, éstas de Aurial. No sé cómo se estableció el acuerdo entre el autor y la editorial, pero el proyecto era ambicioso.
Su argumento es el siguiente. Un cuantioso legado permite fundar en España el "Instituto de Viajes Planetarios" que, a finales del siglo XXII, premia un invento genial de la ingeniera zaragozana María Josefa Bureba, más conocida por María Pepa. Todo esto lo sabe el autor porque se lo dice una futu-vidente telepsico (a la que hay que suponer bien pagada, puesto que le hizo una adivinación del porvenir de un millón de palabras, en números redondos).
No merece tomarse a broma. María Pepa, que es inteligente, valerosa y bella, a cada cual más, construye su invento, un navío espacial, y se dispone a dirigirse a Venus con la colaboración de tres sabios ancianos, el italiano Fognino, el alemán Haupft y el catalán Jaume Ripoll, que forman su Consejo, tienen derecho a llamarla Pepeta y terminan por alcanzar el rango de abuelos adoptivos suyos.
Otros países tienen representantes en la expedición, pues hay hasta veinticuatro sabios menores de otras tantas nacionalidades, y otras partes de España están también representadas, aunque a otro nivel: la doncella de María Pepa es sevillana y su novio, gallego. Incluso danza por allí un científico portugués, Don Álvaro Fairelo Carvoeiro, pero que va más de guapo que de sabio.
El navío es un mundo dotado de capacidad de movimiento, al que el autor llama "orbimotor", "autoplanetoide" o "novimundo" y que está al mando de María Pepa o, sencillamente, la Capitana. Uno diría que el gran George H. White, el querido Pascual Enguídanos Usach, leyó estas novelas antes de escribir su saga de los Aznar.
Como era de esperar, la señorita Bureba tiene una adversaria, la comandante de aviación del ejército nordatlántico mistress Sara Sam Bull (el imperio lo integran los Estados Unidos y la Gran Bretaña), que es también muy hermosa, pero taimada y traicionera, una mujer que no vacila ante el mismo crimen.
Se advierte claramente que nuestro coronel respiraba escocido por la derrota de España ante los yanquis en 1898 y por la victoria de la Entente en la guerra del catorce, cuando él claramente había tomado partido por alemanes e italianos.
El orbimotor, que ha despegado de un punto alto cercano a la frontera entre Argentina y Chile para encaminarse a los orbes estelares de ahí el nombre De los Andes al cielo, cae al océano Pacífico, víctima de las malas artes de su rival sin escrúpulos, y la expedición parece condenada al fracaso.
Pero no es así. En la segunda etapa, Del océano a Venus, el autoplanetoide llega a nuestra estrella vespertina, aunque tras luchas pasionales, conspiraciones, motines, combates sin tregua e inesperados fenómenos que la ciencia explica. Perdido el gobierno de la nave, a punto está de precipitarse en el sol, pero una hábil maniobra de la Capitana le permite alcanzar Venus, aunque sea para caer de nuevo en un océano. El libro incluye un mapa planetario con la trayectoria del novimundo, en el que Ignotus se excusa porque las exigencias gráficas le impiden presentar a escala los planetas y las distancias entre ellos. (El autor de la cubierta no se había leído el libro; dibuja un gran cañón que dispara un proyectil siguiendo sin más las ilustraciones de Un viaje a la luna, de Julio Verne).
Y la aventura se remata en El mundo venusiano, donde María Pepa le infringe tal derrota a Sara que la deja en Venus y le quita, encima, el marido, que era el portugués Álvaro, pero con el que estaba casada sólo por lo civil, todo hay que decirlo. La aragonesa se lleva, para cuidarlo amorosamente, al hijo que cree de Sara y Álvaro, aunque realmente es hijo sólo de la primera, y pone rumbo a la Tierra.
La nave llega al mar, como al final de las tres etapas, pero esta vez la reciben las aguas del océano Atlántico, frente a Lisboa, el 23 de abril del año 2187, lo que resulta ser una afortunada coincidencia, pues ese mismo día, liberados de las garras del Águila Bifronte (EE UU & los, ni qué decir tiene), Portugal y Brasil ingresan en la Confederación de pueblos hispanoamericanos. También las ideas del autor se transparentan aquí, el autor de una odisea que, según sus propias palabras, "hace palidecer a la de Homero".
Pese al éxito de la Biblioteca, o quizá precisamente por eso, autor y editorial rompieron sus relaciones. Ambos pretendieron continuar la colección y la segunda contrató para ello al Capitán Sirius, pero quien se llevó el gato al agua al final fue el primero. Fichó por Rivadeneyra, que entonces ya no tenía tan sólo los talleres gráficos de la Cuesta de San Vicente, sino que había abierto casa editorial y librería en Conde de Peñalver 8 y 10, publicando la conocida Biblioteca de su nombre, y el año 1921 vio editadas Elola seis obras suyas.
Agotadas las tres primeras, fue lógico que se reeditasen. Se hizo con idéntico texto y presentación similar, con las mismas láminas interiores, aunque ahora coloreadas, lo que las mejoró, y unas portadas, que dibujó Máx(imo) Ramos inspirándose mucho en las anteriores.
Pero dicen (creo recordar que lo cuenta Alejandro Pérez Lugín en La casa de la Troya) que el cabildo compostelano, harto de que los estudiantes se quedasen pasmados ante la opulencia pectoral de la figura de Esther en el Pórtico de la Gloria de la catedral santiaguesa, mandó que un escultor (o un desescultor) la dejase "tanquam tabula rasa". E igual le sobrevino a María Pepa: en la primera portada aparecía de perfil, con un brazo apuntando al planeta Venus y una muy discreta curva que insinuaba que era mujer y no varón. Máx Ramos la planchó, además de cerrarle las piernas, cortarle el pelo, suprimirle los tacones de las botas, ponerle un pañuelo al cuello para cerrarle el escote, bajarle un poco el brazo y quitarle el cinturón, para no se le marcase el talle. Como dijo un hijo mío cuando la vio: "La ha dejado como Olivia, la de Popeye, sin curvas".
Pero no es eso todo. El entusiasmo internacional hizo que María Pepa concediera unos besamanos multitudinarios; en la primera edición los representa una lámina que reproduce las palabras del texto: "doce solemnísimos besamanos, poco besar en opinión de muchos". Mas el entusiasmo es tan grande que se proyecta su imagen en lugares adonde no ha llegado en persona y se le besa la mano a la figura transmitida; la lámina de la segunda edición es la misma, pero al pie dice ya otra frase, también textual, pero excluyente de toda suposición equívoca: "veinticuatro simultáneos besamanos de otras tantas Marías Pepas , proyecfotocopizadas en igual número de telones"
La reedición fue otra vez un éxito y siguió la continuación. (No puedo por menos de invitar a que no se traduzca "sequel" por secuela o terminaremos hablando spanglish. "Rent a car", rente un carro, "que esto lo copie la tipirritista", etc.). Esta continuación ya la había preparado Ignotus en su novela anterior, a cuyo final se excusaba por no haber hablado de la rica y antigua civilización venusiana y prometía hacerlo en el titulo siguiente.
Este título iba a ser La desterrada de la Tierra (Sara se había quedado en Venus), pero dio para dos volúmenes que llamó EI mundo-luz y El mundo-sombra, pues seguía las teorías de Schiaparelli y Lowell en el sentido de que el lucero de la tarde presenta siempre la misma cara al sol. Nos interesa por el momento que la primera parte se titulaba en cubierta nada más que La desterrada de la Tierra. El autor de las cubiertas sigue siendo Máx Ramos, que pasa a dibujar también las láminas interiores.
La aleve Sara lo pasa muy mal, como todo pecador llamado a redimir sus culpas. (El coronel se complacía en motejarla de aleve, del anglosajón laeva, traidor, como si nos hubieran transmitido algo más que la palabra). Los venusianos son díferentes de los terrestres y unos la reputan humana, pero a otros les parece más bien un simio, produciéndose un enfrentamiento que entonces pudo recordar el que se dio entre Darwin y Owen, ; aunque ahora evoque el que tiene lugar en El planeta de los simios, de Pierre Boulle.
Luchan aolitas y nulitas. Nul es quien la tiene por mona y Aol el que la considera humana. Al final, tras innumerables peripecias, Aol y Sara se enamoran, pero ella no se decide a casarse con él por temor a que de su unión nazcan no seres humanos, sino monstruos. Nul se fuga del manicomio en que ha sido recluido y los mata a los dos, muriendo Sara bellamente.
Venus se presenta como un planeta gemelo de la Tierra, quizá por los grandes vientos que azotan su superficie, al presentar permanentemente ésta el mismo hemisferio al sol. (Como curiosidad, tiene una gran sima geológica que es un auténtico túnel que cruza el planeta de un lado a otro). Así la acción podría desarrollarse de forma similar en la Tierra. La preocupación científica del autor se sigue manifestando y, por ejemplo, en el capítulo llamado "Un concierto fotofónico en Lasga" se trasluce su interés por la transmisión de luz y sonido. El tema interesó al dibujante, que ilustró hermosamente una frase que reza: "simultáneamente, con los primeros sonidos que de lo alto ascienden, bajan de lo alto amplios resplandores".
Dentro del año 1921 y de la buena disposición de Ignotus y Rivadeneyra, se editaron también catorce artículos de divulgación científica, con amplias ilustraciones, que había escrito el primero, reuniéndolos en un volumen que se titulo Modernas brujerías de las ciencias y que conoció una segunda edición, por lo menos. Una conocida enciclopedia relaciona cada capítulo como una obra distinta pero hago gracia de ello al lector.
En 1922, con las mismas características, apareció EI amor en el siglo cien, basada en aquel cuento estrafalario del año 10000, aunque con un final distinto y, más aún, con un desarrollo ya no tan esperpéntico sino con pretensiones de seriedad. Y de moralismo, también (la obra podría haberse subtitulado "El triunfo del ágape sobre el eros").
Aunque la acción no abandona la Tierra, es la más cercana a la ciencia ficción de sus novelas, tal como entendemos hoy la ciencia ficción, pues el mundo ha cambiado mucho. No sé si el coronel tenía quien le escribiera, pero no le gustaba escribir en vano; cuando esbozaba un tema, solía desarrollarlo después. Y en las obras anteriores había insinuado la larga hibernación.
En ésta, los bilbaínos Inés Ramírez y Juan García son hibernados accidentalmente y no despiertan hasta el siglo cien (notas de pie de página que la ocupan casi por entero). No es un tema nuevo, ciertamente, ya que se había tratado con anterioridad por Bellamy en El año 2000 (1898), por William Morris en Noticias de ninguna parte (1890) y por Wells en Cuando e! durmiente despierte (1899), aunque siempre como durmientes que despiertan, mientras que Ignotus prefiere llamarles resucitados.
No reviven en España, que ahora es Iberiola, con capital en Jafetópolis, en la isla de Mallorca, sino en Mundiópolis, a orillas del lago Alberto, la capital de la Confederación Mundial. Su castellano es tan arcaico que no puede ser comprendido, pero hablan euskera, que los vascos siguen practicando sin apenas variaciones y en esa lengua se comunican. El idioma planetario es el esperanto y el adjetivo ha de entenderse en un sentido amplio, pues varios planetas y satélites del sistema solar están habitados.
La pareja avería dos yuntas amatorias, explica su desaforado vibrar, contrae matrimonio en secreto y ella se escandaliza de las modas mundiopolitanas. Me explico:
Se utilizan en ese mundo energías de origen solar, geotérmico, de las mareas y otras más o menos novedosas, pero una excepcional, la del amor, que proporcionan las parejas que se quieren, estimuladas con descargas eléctricas (que duelen, pero no importa), se mide en electrocupidios y se almacena en gigantescos acumuladores, para luego distribuirla por todo el planeta.
Señala Cidoncha que el tema tiene un precedente en La diosa de Atvatabar, de William R. Bradshaw, publicada en 1892, y es cierto, aunque en esta novela lo más interesante es que las devotas de la divinidad practican un sexo suave sin orgasmo como medio de conservar la eterna juventud.
Los chicos vibran desaforadamente por que se quieren, por supuesto, y hay que comprender que llevan ochenta siglos de noviazgo. Por eso se casan, aunque al sacerdote hay que sacarlo de las cuevas y les pide que mantengan en secreto su legítimo matrimonio por precaución.
En las profundidades no viven sólo los curas. El mundo está dividido, en la proporción de 1 a 3000, en superpensantes o supergozantes y parias. Estos quedan excluidos de los beneficios de la ciencia, son los que practican la religión y los que suministran las yuntas amatorias. Los favorecidos por la fortuna, en cambio, disfrutan de servidores robóticos o automs, se aprovechan de síntesis orgánicas para alimentarse de sustancias tan nutritivas como sabrosas y entre ellos destaca el gobernador del mundo, un Supremo Manager que ha de salir obligatoriamente del Sindicato de Banqueros.
El escándalo de Inés, en fin, está provocado, como es fácil de suponer, por las modas mundiopolitanas, ya que las elegantes de la clase superior enseñaban demasiado. Ignotus, como todo autor futurista que se precie, cada uno desde sus posiciones ideológicas, fustiga en lo por venir las costumbres de la sociedad de su época que no le gustan. Así, los poderosos del futuro practican el amor libre, se desprenden de los hijos y éstos son conducidos a educatorios donde se crían en promiscuidad.
Finalmente, en una experiencia con las yuntas amatorias, unos acumuladores se sobrecargan y estallan, expandiéndose por todo el mundo una ola de amor puro que nadie puede resistir. Los parias se liberan de su triste condición y se funda una sociedad nueva, basada en principios cristianos de bondad, igualdad y solidaridad.
E igualmente en 1922, con el mismo formato y presentación, y con el mismo ilustrador, se editaron las novelas séptima, octava y novena de la Biblioteca, intituladas, respectivamente, Los vengadores, Policía telegráfica y Los modernos Prometeos, los tres episodios de La mayor conquista. Se puede decir que es una obra de ciencia ficción porque sucede en un futuro remoto y se ocupa de un invento científico aún no desarrollado, como es el de la explotación de la energía solar que se distribuye sin cables, por ondulaciones electrodinámicas. Pero también hay que reconocer que, con ligeras modificaciones, los mismos acontecimientos podrían tener lugar en el mundo de entonces o de poco después.
Tema caro a Elola, el de las transmisiones sin hilos, como lo era igualmente el de la Federación Iberoamericana (el inventor, Pepe Lobera, que es argentino, pertenece a esta Confederación). Y abunda en lo que en la novela anterior, El amor en el siglo cien, ha expuesto, en la condena absoluta del comunismo, que era el causante de que hubiera tantos parias y de que los banqueros gobernasen el mundo (aunque el marxismo va a dominar el mundo hasta el año 10000).
El autor está preocupado por el tema de fondo, que el carbón y el petróleo se están agotando, pero escribe una novela de aventuras, con una acción en la que "el mundo civilizado" lucha contra "la barbarie musulmana", entre otras cosas porque la energía solar se capta en el norte de África y probablemente, porque ya se enfrentaba él por su cuenta a los que veía como enemigos de España.
Es despiadado. Cuando los africanos huyen despavoridos, los dirigibles y los aviones de la Heliodinámica les persiguen tirándoles bombas, hasta que se dividen de tal manera que no merecen el gasto de explosivos. Al día siguiente, unas desde el aire y otras desde el mar, son bombardeadas todas las ciudades conocidas de la zona.
En 1923 apareció Los náufragos del glaciar, primera jornada de Tierras resucitadas, y el coronel volvió a no entenderse con su editorial. En la cubierta posterior de esta obra decía "editada por Librería y Editorial Rivadeneyra"; Ignotus pegó encima una tira que rezaba "en todas las librerías" y se lanzó a distribuirla por su cuenta, como haría ya hasta el final de la Biblioteca. Los libros podían adquirirse en el domicilio del autor, en la calle de la Princesa nº 12, de Madrid; si alguien me dice que Princesa 12 era entonces una iglesia tiene razón, pero es que la numeración ha variado. El 12 correspondía entonces a unas casas militares.
Así que los volúmenes siguientes, del undécimo al decimoséptimo, salieron con un formato un poco más chico, cosa de un centímetro, que perdieron los márgenes, con el precio reducido y una faja que decía. "Al entrar esta Biblioteca en su segunda época, tiradas duplicadas por crecientes ventas, márgenes reducidas -Ignotus no vende papel blanco- con más lectura en página, sin perder claridad, y láminas entre el texto -cuatro en vez de seis-, reportan economía, que permite corresponder al favor del público, rebajando a tres pesetas, etc." (Cuando Domingo Santos redujo el formato de Nueva Dimensión, dejando las dos columnas en una, no nos dijo "Santos no vende papel blanco").
En 1923 salió Ana Battori y en 1924 El guardián de la paz, todavía con ilustraciones de Máximo Ramos la primera y de Pedrero la segunda e impresas por Rivadeneyra (se ve que el problema era con la editorial, no con los talleres gráficos). Los libros se abaratan, aunque pierden en presentación. Y es novedad que, tras el nombre del autor en letras grandes, que sigue siendo el de "El Coronel Ignotus", figure en letras más pequeñas "José de Elola", entiendo que para mejor hacer la propaganda de los otros libros que tenía en su casa sin vender.
Son los volúmenes décimo, undécimo y duodécimo de la Biblioteca y se les puede llamar obras de ciencia ficción strictu sensu, puesto que son aún más fantásticas que las anteriores, sobre todo las dos últimas. Porque Los náufragos del glaciar es una novela de aventuras, situada en el año dos mil y en un escenario remoto, al más puro estilo verniano. Narra el salvamento de unos náufragos polacos en el Ártico.
Pero en Ana Battori las cosas cambian de raíz. El autor se excusa por haberse dejado llevar de la pasión del drama en la jornada anterior y nos presenta un mundo en el que, tras la Primera Guerra Mundial, ha habido una segunda de la que sólo se han librado los veintidós países de la Confederación Iberoamericana, que han ganado así en paz y prosperidad. La Unión se parece un tanto a un mercado común, pues los estados subsisten y cuenta con instituciones en algo parecidas a las de la actual Unión Europea.
EI ingeniero gallego Eduardo Arteijo (los héroes españoles de Elola se repartían por toda la geografía hispana), de Caminos por la Escuela de Vigo, electricista por la de Lisboa y químico por la de Valparaíso, descubre un "excitador atómico" que separa los electrones del núcleo y provoca la destrucción de la materia, con el que pretende, y lo consigue, eliminar los hielos polares y ganar terreno para la humanidad, y de ahí el nombre de Tierras resucitadas (originariamente iba a llamarse "Un mundo nuevo").
El guardián de la paz es una mera continuación de Ana Battori, sin solución de continuidad en la acción, y nos cuenta cómo, antes de conseguir el deshielo polar, Arteijo interviene en la conflagración universal del 2002, donde todas las naciones, excepto otra vez las de la Unión, se han alineado en dos bandos, conocidos como la Cuádruple y la Séptuple Alianza y donde estas alianzas son contra natura, e intenta hacerles firmar la paz destruyendo una parte de sus flotas naval y aérea.
No tiene éxito sino que, por el contrario, lo que consigue es que todas estas naciones se coaliguen en la Endécuple Alianza y se vuelvan contra la Unión. Explica aquí Ignotus que las guerras modernas se ganan con la opinión y no con las armas, de modo que el Consejo Federal Iberoamericano remite a todos los periódicos de sus adversarios unos artículos que han de publicar en su siguiente edición si no quieren ser arrasados hasta los cimientos por los rayos aniquilantes de Arteijo. El final es el esperado; se firma la paz, que es duradera porque se asienta sobre "la solidísima base del miedo".
Ana Battori es una doctora y el guardián de la paz es el propio Arteijo; ambos se quieren y terminan casándose, poniendo casa en La Coruña. La pareja de enamorados no falta nunca en las novelas de Elola.
En la mente del autor está el escribir una a modo de "historia del futuro" y Tierras resucitadas enlaza con La mayor conquista, a la que se hace referencia expresa, pues el aprovechamiento y transmisión de la energía solar según el invento de Lobera han sido desarrollados y están siendo utilizados activamente. Es más, al final de El guardián de la paz, para poner en práctica la idea del colombiano Balboa de modificar la inclinación de nuestro eje planetario para mejorar el clima, se constituye la "Compañía para el Enderezamiento -no total- de la Tierra", tema que Ignotus promete desarrollar en otra novela de la Biblioteca, pero que no llegó a realizar.
Los tomos XIII y XIV de la colección ni tienen fecha de edición ni pie de imprenta, aunque son tan semejantes a los anteriores que hay que suponer que los imprimió también Rivadeneyra y no más de un año después de aquéllos. Las cubiertas e ilustraciones son de Pedrero, las interiores más modestas de presentación. Se llaman Las pistas del crimen y La clave del crimen, los dos episodios de El crimen del rápido 373.
La acción se sitúa en un futuro cercano, en un país supuestamente imaginario pero que coincide claramente con España y no se pueden entender como novelas de ciencia ficción en absoluto, lo que las convierte en la excepción de la Biblioteca.
Entre Las pistas del crimen y La clave del crimen Ignotus hizo una tercera edición de los Viajes planetarios, repitiendo las cubiertas pero cortándoles la parte inferior para suprimir "Librería y Editorial Rivadeneyra", con lo que suprimió también la firma del portadista.
El ritmo de producción del autor se fue ralentizando un tanto pero aún publicó una última trilogía, números XV, XVI y XVII de su famosa Biblioteca. Le dio el título comercial de Segundo viaje planetario, pero ya no escribió una obra científica, sino un auténtico culebrón. Empieza con unas perturbaciones en las comunicaciones que aquel anciano sabio catalán, Jaume Ripoll, que acompañó a la Capitana a Venus, y que no puede borrar de su conciencia el haber formado parte del Consejo que decidió abandonar a mistress Sara allí, hurtándole la condena a sus legítimos jueces, acierta a interpretar que son señales intencionadas y proceden de Venus. De ahí el título de La profecía de Don Jaume, a la que se llama "predicción astrotelegráfica".
¿Pero no había fallecido Sara? Al final de El mundo-sombra Ignotus la declara muerta, junto con Aol, en el palacio del podestá de Lasga, a manos del loco Nul. Pero, como resucitaría más tarde Mallorquí a Lupita, sirvienta y luego esposa de "El Coyote", Elola declara que Sara estaba sólo aparentemente muerta y que revivió, consiguiendo enviar un "estelograma" a la Tierra.
Estamos en el año 2004, diecisiete después de que regresara a la Tierra el que ahora se llama frecuentemente aviestelar y de otros modos, como también María Pepa pasa a ser Maripepa. El orbimotor está varado en las gradas del astillero de Paramillo, donde había sido construido, por un acuerdo internacional que veta su salida del planeta. Ignotus se entretiene demasiado en criticar a los políticos, comentar cómo los Consejeros se reúnen para cobrar suculentas dietas y cosas por el estilo.
Pero el verdadero culebrón comienza con el enamoramiento del hijo de Sara, Carlos, y la hija de Maripepa, Luisa, ambos supuestamente hijos también del portugués Don Álvaro. Estamos en El hijo de Sara, a quien la Capitana se había traído de Venus cuando tenía un mes de edad y lo había cuidado amorosamente desde entonces. Carlos conoce su historia, pero no que Luisa es su hermanastra, pues, aunque hija de Álvaro y Maripepa, no vive con ellos porque la raptaron en Méjico, a los seis meses de edad, una nodriza infiel y un monedero falso, que murieron en un accidente de automóvil sin poder pedir el rescate, y la recogió un peruano, Guzmán. Se averigua su identidad, a lo que contribuye el típico lunar que la niña tenía. ¡Menuda preocupación la de Maripepa ante el imposible amor de los dos hermanastros!
Nuevamente al mando del autoplanetoide, vuela a Venus para rescatar a la madre de Carlos y, en El secreto de Sara, se averigua a su vez que éste no es hijo de Álvaro, sino de un individuo que había violado a su madre en ocasión de haber sufrido ésta un desmayo. Las dos antiguas enemigas, la española y la yanqui, se reconcilian plenamente y los dos críos se casan a los dos días de que el aviestelar regresase a la Tierra, en una ceremonia en la que también es bautizada Sara.
A pesar de estar impresa con letra menos apretada de lo habitual, la novela se quedó muy corta, por lo que el autor le añadió un epílogo, "El retorno", en el que con todo desvelado se entretiene con una nova que surge en este viaje de retorno, volviendo al "rollo" científico con más entusiasmo que nunca.
Las cubiertas siguen siendo de Pedrero; particularmente prefiero las de Máx Ramos (excepción hecha de la De los Andes al cielo), pero unas y otras encuentran a veces ese sense of wonder de las portadas del antiguo Amazing, por poner un ejemplo.
Por lo que respecta a la sociedad del futuro hay un aspecto en el que Ignotus no se muestra tan conservador; me refiero al papel de la mujer, que es en todo igual al hombre, incluso toma la iniciativa cuando de cortejar a la pareja deseada se trata.
Uno de sus mejores inventos es el novimundo, ese vehículo espacial esférico, de 600 metros de diámetro, que se mueve por la energía atómica que le proporciona un mineral llamado "cinetorio". Pero pocas invenciones más; como es lógico, habiendo conocido la radio, pronostica la televisión, y hasta un proyecto "fotocopizador" que transmite imágenes en tres dimensiones. Y todo tratado con poca visión de futuro. Pongo un ejemplo: es capaz de suponer que la técnica de las comunicaciones va a cambiar y, así, hace que el pregonero sea sustituido por "parlófonos" municipales, mas no imagina, en cambio, que la naturaleza misma de la comunicación entre los regidores de un Ayuntamiento y sus administrados. De todos modos, tiene un claro valor, Elola.
En 1929 aún se publicó una segunda edición de La desterrada de la Tierra y, a partir de ahí, no he podido saber nada de la vida del coronel Ignotus. Lo he intentado en la Biblioteca Nacional, donde sólo quedan ya cuatro de las diecisiete novelas de la BNC, y en la del Estado Mayor del Ejército (una sala antigua, muy bien conservada, de gran belleza y en la que es una gozada simplemente sentarse), donde se conservan los títulos publicados por Elola antes de que se retirase, pero ni uno de los de después.
Tampoco he conseguido una fotografía suya ni contactar con ninguno de sus descendientes, si los hubo. Sáinz de Robles, en el libro mencionado, da como año de su fallecimiento, entre interrogaciones, el de 1935. No tengo una fecha mejor que proponer.
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