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("Mirada de las furias [la]", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

Rollos de "las terribles Bes" (Benford, Bear y Brin) aparte, la colección Nova parece haber repuntado en calidad en los últimos tiempos con títulos de interés. No sólo el mencionado Remake, sino también está La mirada de las furias con la que Javier Negrete por fin da el salto al terreno de la novela con resultados positivos.
No voy a ocultar mi admiración por el trabajo de Javier, que ha sido el primer autor español en llevarse el premio al mejor cuento del año que votan los lectores de esta revista y del que ya he hecho críticas muy favorables en números recientes. Pero es que creo que es un hecho objetivo que Negrete está creciendo para convertirse en un narrador importante, un autor con cosas que contar y que sabe hacerlo con absoluta eficacia, disputando a César Mallorquí la primacía entre los valores aparecidos en los noventa y formando parte del reducidísimo grupo de escritores de cf españoles que resultan "presentables" ante cualquier tipo de público, tanto aficionados con prejuicios contra el producto nacional como lectores generales que nunca se han acercado a la cf.
Sin ser una obra redonda, estamos pues ante la confirmación de un talento. En esta ocasión, Javier vuelve al que parece ser el terreno en el que se mueve mejor, el de la aventura espacial. Eremos, el protagonista, es un androide perfectamente diseñado para matar que es enviado a una lejana colonia espacial para afrontar la misión más difícil de su carrera. A lo largo de su periplo se verá envuelto en diversas aventuras, algunas de ellas divertidamente anticlimáticas (la escena en la que roba a un bebé la papilla para poder comer algo es puro Jack Vance) y otras una genuina dosis de acción que encamina los pasos de Eremos hacia un emocionante desenlace.
Como es costumbre en el autor, no falta tampoco el ingrediente sentimental (escuchándole en persona, nadie diría que Javier muestra en sus escritos un corazoncito tierno) y las continuas referencias a la mitología clásica, que enriquecen positivamente un texto escrito con buen gusto y precisión. Para ser perfecta sólo le faltaría que la evolución del personaje fuera algo menos explícita. Pero esa pequeñez no quita que sea diversión cañera de la buena, adornada además con pequeños motivos de reflexión.