CONTENIDO LITERAL

("Remake", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

Connie Willis se está labrando un prestigio sólido en el género gracias a dos razones: dispone del talento necesario para ofrecer siempre un nivel medio de calidad suficiente y tiene una capacidad camaleónica para adaptarse a diferentes temáticas, alejada del conformismo que caracteriza a muchos otros. Un buen ejemplo de ambas cualidades podemos encontrarlo en este Remake, en realidad dos novelas de extensión breve para los cánones actuales; en tiempos, las novelas que ganaban Hugos, como Estación de tránsito o Estrella doble, eran capaces de contar una historia en esa cantidad de páginas. Y hay que decir que Willis está a la altura de los antecedentes honorables que acabo de citar, especialmente en la otra novela del tomo, Territorio inexplorado, que ofrece la mejor cf de corte clásico que he tenido oportunidad de leer este año.
Se trata de una historia de exploración planetaria en principio de corte tradicional, puro western galáctico, pero a la que Willis suma con desenfado factores muy contemporáneos: un guía extraterrestre superprotegido por una absurda legislación politically correct; un tontaina de ciudad idiotizado por los medios; una chica de la frontera bastante ligera de cascos, e incluso un protagonista cuya verdadera naturaleza no se descubre hasta avanzada la trama, en un afortunado tour de force que resulta, además, bien justificado dentro del propio argumento.
Si El cromosoma Calcuta puede resultar una lectura algo ardua para un determinado tipo de lector, recomiendo en cambio sin tapujos este Territorio inexplorado, sin duda la gran joya breve de esta temporada, capaz de satisfacer tanto al puro buscador de entretenimiento como al conocedor más exigente. Es, hasta ahora, lo mejor que he leído de Willis.
No es que Remake sea, por su parte, una mala historia, pero ante la eficaz sencillez de la que la precede resulta, en comparación, demasiado recargada. El planteamiento es prometedor: un futuro en el que la industria del cine se ha convertido en un continuo reprocesamiento por ordenador de los viejos éxitos con las estrellas de siempre, y una muchacha que quiere aparecer en una película bailando junto a Fred Astaire. Sin embargo, la novela da poco más que ese argumento, realmente brillante por otro lado, pero al que lo único que se añade es una cantidad excesiva de pirotecnia estilística e imaginería semiciberpunk. Resulta difícil entrar en la historia a través del argot diseñado por Willis, y las continuas referencias a drogas de diseño y sexo futurista terminan por resultar tópicas y fatigosas. Eso sí, la historia de fondo de la muchacha y su silencioso enamorado, embarcado en la imposible misión de borrar todas las referencias a alcohol y tabaco en películas antiguas, mantiene su interés y paga por sí sola el precio de la entrada a este Remake. Mención aparte merece el excelente trabajo de versión en ambas historias de Rafael Marín Trechera, que cada día crece en sus prestaciones como traductor.