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CONTENIDO LITERAL
("Myst. El libro de Atrus", comentario de Héctor Ramos. Derechos de autor 1997, Gigamesh)
En 1994, los hermanos Rand y Robyn Miller idearon un juego de ordenador sobre un mundo de fantasía que acaparó la atención del público y la crítica en los Estados Unidos. Los Miller fundaron su propia compañía, la Cyan, y Myst comenzó a atraer a legiones de seguidores que lo convirtieron en un CdRom de culto.
Para escribir los libros de Myst, los Miller se asociaron con David Windgrove, el creador de la serie de Chung Kuo, quien ya ganó los premios Hugo y Locus junto con Brian W. Aldiss por A trillion year spree: The history of science fiction, obra que espera pacientemente a que algún editor español se fije en ella. El volumen que aquí se comenta es la primera entrega de la serie, El libro de Atrus.
El niño Atrus vive con su abuela Anna en una amplia grieta de la ladera de un volcán, en pleno desierto. Un día, Gehn, su padre, vuelve para llevarle con él y enseñarle muestras de la existencia de la civilización Dni, de la que ambos son los últimos representantes. Atrus ha soñado toda su vida con ver esa grandeza, y viaja con Gehn al interior de su mundo, donde se encuentra con descubrimientos asombrosos.
En su proceso de aprendizaje, Atrus conocerá el gran hallazgo de la historia: la posibilidad de viajar a otros mundos mediante los libros, pero de forma nada metafórica, sino física. Con esa capacidad, tanto él como su padre serán considerados como algo parecido a dioses.
Parecerá incoherente, pero la ciencia está continuamente presente en esta obra de fantasía. Desde pequeñito, Atrus destaca por su capacidad de aplicar la observación a los hechos de la naturaleza, con el fin de dominarla. Posteriormente, será su padre el que también muestre esa cualidad. Como venimos observando en los libros objeto de estos comentarios, la fantasía no tiene por qué estar reñida con la razón.
La preciosista presentación de la edición española queda en entredicho al compararla con la exuberante y evocadora edición norteamericana. Pero ya se sabe que es difícil alcanzarles.
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