CONTENIDO LITERAL

("Premio UPC 1995", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

El desarrollo de la producción de ciencia ficción en España en los últimos años cabe considerarse como satisfactorio. Mientras la edición ha sufrido una decadencia evidente, los autores españoles se han hecho fuertes, gracias a Miquel Barceló en B y Miraguano, y un pequeño grupo publica prácticamente todo lo que escribe. Un positivo primer paso.
¿Cuál debería ser el siguiente? Obviamente, dar el salto de difusión que les permitiera, al menos a unos pocos, dedicarse profesionalmente a la creación, con un volumen de ventas suficente para compensar un esfuerzo laboral que les llevara a distraer tiempo de sus otras actividades. Y ahí es donde viene el problema: la mayor parte de los autores españoles no cuentan con el armamento necesario para dar ese paso. Muchos de ellos tienen bien afilados los estiletes propios del creador de género (las famosas ideas, pongamos por ejemplo, así como el dominio del entramado de la cf), pero fallan en lo básico: el oficio, la capacidad de dar un acabado profesional a lo que escriben.
Por ello, precisamente, es por lo que considero recomendable seguir la obra de César Mallorquí. Estamos ante un escritor, que se gana la vida como tal y que, por aficiones, de vez en cuando se acerca al género. César sabe que nunca podrá en dedicarse exclusiva a la cf, y posiblemente tampoco estaría interesado en ello. Pero cuando entra en lo fantástico dota a sus obras de un fuerte sello personal, de un regusto claramente diferenciable del resto de la producción del género en España. Y todo ello sin dejar de presentar obras de una indiscutible prestancia narrativa.
Por añadidura, César es lo suficientemente inteligente como para saber que el camino de la cf en España es el de la temática autóctona, porque al igual que la literatura general que vende no utiliza protagonistas que se llamen John y vivan en Wisconsin, la cf española que podría tener una verdadera resonancia fuera del mundillo debería estar sólidamente fundamentada en nuestro entorno. Con El coleccionista de sellos, la novela corta con la que al fin ganó la UPC, César demuestra que es posible dar un giro fantástico al tan manido tema de la guerra civil, y que es creíble incorporar en ese entorno conocido, si se es hábil, elementos de pura fantasía.
Se trata de una ucronía de acabado pulido, a la altura de sus mejores relatos, con la que César vuelve a conseguir una historia de cf sobre emociones, sobre amor y compromiso político, sobre personas de cada día que se ven afectadas por condiciones irreales; en este caso, unos sellos que son capaces de hacer viajar en el tiempo a las cartas que son enviadas. Naturalmente, la historia no es grande por esa idea, no del todo convincente, sino por los dilemas morales que transmite: sobre todo, la disyuntiva planteada al protagonista entre un posible bien general y un bien particular, en este caso la salvación de su amor. Sin querer desvelar nada, sólo puedo agradecer a que optara por tomar la solución que ningún escritor de cf al uso hubiera tomado, pero que todos, puestos en el mismo caso, adoptaríamos.
El volumen se completa con una buena novela corta y una mala. De ésta, incluida por aquello de que la UPC manda y es el relato ganador de entre los alumnos, baste decir que es rotundamente ilegible, salvo para hacer un listado de patochadas y torpezas narrativas. De la segunda puede hacerse un comentario mucho más extenso.

Se trata de Lux Eterna, de Javier Negrete, un autor que en los últimos tiempos también ha publicado otra novela corta, Nox Perpetua, presentada igualmente a la UPC aunque con menor fortuna. Estas dos novelas cortas, junto a las ya publicadas La luna quieta y Estado crepuscular, son sin duda la gran aportación del premio UPC a la pequeña historia de la cf española en los últimos años. No porque sean superiores a las de César, sino porque éste podría haber desarrollado su carrera de todas formas, mientras que Negrete parece haber encontrado en ese concurso un impulso decisivo (hasta ahora, apenas ha publicado fuera del certamen) y, sobre todo, porque le ha dado a este autor unos parámetros de extensión y técnica dentro de los cuales ha alcanzado una sobresaliente destreza.
Tal vez lo más curioso es que las cuatro obras citadas no tienen absolutamente nada que ver más que lo dicho. Tras la reflexión de La luna quieta y el despiporre de Estado crepuscular, Javier apuesta ahora por la aventura más tradicional en Nox perpetua y por el space opera con ritmo en Lux eterna. Esta segunda presenta una cosmología bastante innovadora, de interés, y un amor imposible condicionado por el entorno, en un remedo del mito de Orfeo y Eurídice llevado a cabo con pulso y buen gusto. Sin ser nada del otro jueves argumentalmente hablando, se lee con interés.
Recomendable por igual es Nox perpetua, el relato de una expedición polar que los condicionantes del concurso de la UPC convirtieron en una obra de cf cuando se trata de una historia de pura aventura. Como de costumbre en Negrete, el aliento romántico está presente en toda la historia y le da un aroma grato, suave y convincente. Aunque los personajes resulten escasamente originales, la firmeza del ritmo narrativo y la capacidad de evocación descriptiva son suficiente atractivo. Negrete se consolida con esta obra como un firme aspirante a logros mayores, que pueden llegar con la novela que tiene en cartera Miquel Barceló para su publicación el próximo año en Ediciones B.