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CONTENIDO LITERAL
("Rito de cortejo", comentario de Héctor Ramos. Derechos de autor 1997, Gigamesh)
Y acabamos esta accidental trilogía de la muerte con el libro que trata el tema de la manera más especulativa culturalmente hablando, que es la forma más apegada a la ciencia ficción antropológica -baste hacer mención de El nombre de mundo es bosque, de U. K. LeGuin, o una parte de Recuerdo todos mis pecados, de J. Haldeman-: Rito de cortejo, de Donald Kingsbury, finalista del premio Hugo de 1982.
En un planeta estéril, las diferentes divisiones de los humanos en tribus pueblan una tierra que no les da lo suficiente para alimentarse. La pugna por el alimento se convierte en un deseo de dominación sobre los demás. Los cadáveres se utilizan como comida, en complejos rituales a los que asiste toda la sociedad. La tribu del quinteto protagonista, los Kaiel, pugna por unificar toda Geta bajo su mandato, empezando por gobernar adecuadamente el distrito que se les ha encomendado. En medio de este ambiente de confrontación, una mujer, Oelita, predica una ideología de amor y respeto a las demás vidas, lo que le valdrá las reticencias de sectores amplios de Geta. Al mismo tiempo, se prepara una acción por parte de una tribu enemiga, los Mnankrei, para dominar a los Stgal.
La compleja sociedad descrita en Rito de cortejo es lo más apetecible del libro. Los rituales de desafío, el juego-realidad del kol, el grado de kalothi -o puntos vitales de un individuo, que dan una idea de su poder o del tiempo que le queda de vida-, los usos de los cadáveres en una sociedad que los desea para fortalecerse: son detalles de auténtica maestría en la construcción novelística. Pero tanta carga de sabiduría entorpece la marcha de la novela. Hay largos momentos en que el lector pierde cuenta de la relación entre lugares, personajes y objetivos. Las confrontaciones entre rivales llevan mucho tiempo sin ser reales, limitándose a complejas maquinaciones más propias de la literatura política que de libros de ficción. Si bien la información está dosificada para que parezca nueva, el armazón cultural no es bastante para sostener la trama hasta el final.
Un dato curioso: la elaboración ha sido tan cuidada, que casi la mejor parte del libro son las maravillosas introducciones a los capítulos, de los que se pueden sacar perlas como ésta: "Si un hombre dice ramera y otro escucha ladera, ¿de qué les sirve? Por más elocuente que sea, el habla no es comunicación. [y sigue]" (pág. 57).
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