CONTENIDO LITERAL

("Visiones 1995", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Una ambientación modélica y una construcción impecable son bienes escasos entre la producción española media, como pone de manifiesto un repaso rápido a las publicaciones aparecidas en la pasada HispaCón. Los cuentos nacionales siguen lastrados por dos tipos de problemas: las ínfulas excesivas o la total falta de ambiciones. Un buen ejemplo de ello es la antología Visiones 1995, que supone además un paso adelante en la total pérdida de personalidad de estas recopilaciones. Cuando fueron creadas (lo sé bien, yo fui el primer recopilador), el objetivo de las Visiones, pagadas por la Asociación Española de Ciencia Ficción, era de servir de trampolín para jóvenes autores que no habían aparecido en casi ningún sitio antes. Ese espíritu se conservó, en buena medida, en las ediciones de 1993 y 1994, y servía de esa forma para que un organismo público realizara una labor en beneficio del género.
Esta nueva edición, a cargo de Pedro Jorge Romero, supone la desvirtuación total del concepto. Hay cuentos de veteranos como Aguilera y Redal, Torres Quesada o Negrete. No se ha esperado al material que fuera llegando, sino que a alguno de estos autores ya conocidos se les ha perseguido para conseguir sus obras y darle así un cierto toque comercial.
Y lo más descorazonador es que la antología flojea, precisamente, por esos presuntos puntos fuertes. El cuento de Torres, por ejemplo, es una excrecencia infecta (menos finamente: una mierda pinchada en un palo), y no precisamente por ser machista, sino por ser tonto. Aprecio en lo que valen algunas de las obras de Ángel, pero veo con tristeza como su entusiasmo prolífico, que debería ser cuidado como un bien precioso muy escaso, no es controlado de forma suficiente. Mientras a Ángel se le sigan riendo gracias como ésta, nunca producirá con la calma necesaria para afinar su estilo y lograr obras de auténtico relieve, algo para lo que ha demostrado estar capacitado cuando no pierde el tiempo en cuentecitos que jamás deberían salir del círculo reducido de los chistes de amiguetes.
"En el país de Oneiros", de Javier Negrete, es también decepcionante. En cuanto al relato de Aguilera y Redal, "Maleficio", no flojea precisamente de ideas pero anda bastante canino de una labor mínima de edición. Un ejemplo de los muchos que pueblan la historia: "La lanzadera se posó en una extensión llana y cubierta de gravilla, enfáticamente llamada campo de aterrizaje". ¿Por qué es enfático denominar "campo de aterrizaje" a un lugar donde se aterriza? Lo único enfático es la frase es el uso inadecuado del término enfático. La narración está llena de ese tipo de obviedades, que hubieran podido ser ahorradas fácilmente si el editor hubiera dejado por unos momentos su entusiasmo ciego para llevar a cabo una simple labor de corrección y comentario con los autores.
Lo mejor de la antología llega de la mano de escritores emergentes, como Manuel Díaz Román y Carlos Fernández Castrosín, y especialmente con Juan Carlos Planells, del que no suelen valorarse lo suficiente sus historias.