CONTENIDO LITERAL

("Lovelock", comentario de Héctor Ramos. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Card y Kidd también tratan el tema de la inteligencia artificial en el sentido de capacidad creada por el hombre, pero con una óptica más original que reducirla a un soporte informático. Lovelock es un mono capuchino cuyas aptitudes cerebrales han sido modificadas por el hombre para cumplir la importante misión de registrar todos los momentos de la vida de Carol Jeanne Cocciolone, una famosa científica que se embarca con sus dos hijas, su marido y los padres de éste en la primera macronave espacial colonizadora de la historia. La función de Lovelock es reconocida con el nombre de "testigo", y posee incluso una poderosa cobertura legal. Pero lo que precisamente da sustancia a la novela es la apertura de la personalidad de Lovelock a diversos aspectos de un individuo consciente de serlo. No es tan fuerte el anhelo de parecerse a los humanos como en otros ejemplos de la cf sobre el tema; Lovelock presencia no sólo los actos de Carol Jeanne, sino también el comportamiento humano en el interior de una comunidad (tan cuidadosamente diseñada para implantarse en otro planeta como ridícula en sus convicciones internas). Su posición privilegiada le permite hacer comentarios sobre las contradicciones del ser humano, en un tono a menudo despectivo, pero oscurecido por la justificada envidia de ser el único integrante de una raza limitada a las funciones de un aparato electrodoméstico.
Encuentro dos puntos divertidos en Lovelock. El primero tiene una explicación formal. La narración en primera persona no tiene a su cargo otro personaje que nuestro amigo el mono. Dado que no le ha sido otorgada la facultad del habla, pero sí una inteligencia superior a la del ser humano, sus observaciones son las de un espía infiltrado en la sociedad humana por los propios hombres y protegido por sus propias leyes. El disfrute viene de contrastar la libertad con que Lovelock opina de sus amos, lo profundamente que los conoce, y lo ajenos que están ellos de pensar que es un testigo incómodo sólo porque no puede hablar y no le prestan atención dos veces seguidas. El segundo punto se basa en la sorpresa de encontrarnos todo un despliegue de antihéroes que apurarán sus intervenciones para demostrarnos lo imperfectos que son. Y la explicación se encuentra en el color del cristal, que es de color pelo de mono: la vanidad natural de los seres más inteligentes que la media se manifiesta en Lovelock con una impaciente animadversión hacia personas concretas, y como es él quien nos las describe, no vemos más que el esperpento de algunas.
La colaboración entre estos dos autores, según nos hacen saber tanto Miquel Barceló como Orson Scott Card al principio del libro, dista de ser la sumisión comercial de un obrero de las letras a un constructor de novelas en periodo de descanso. La amistad que los unía y el mutuo conocimiento de sus obras certifica la honradez con que se ha distribuido la participación de cada uno. Si bien desconozco el trabajo anterior de Kathryn Kidd por razones evidentes, sí puedo apreciar que el resultado final aporta variaciones de estilo (una mayor eficacia en la resolución de frases) y de actitud (ironía frecuente y desacreditación universal de tópicos). Sin embargo, aun reconociendo la contribución de Kidd, esas novedades no deben atribuirse a ella, sino al resultado de la suma de las partes, como en toda auténtica simbiosis de autores.
Lovelock es una novela con una magnífica evolución interna, la del capuchino protagonista, que relata sus dudas y deseos como persona. La fina observación de la naturaleza humana nos hace sonrojar con comentarios como este:
"Los cristianos dicen cualquier tontería y si sostienen que está en la Biblia, todo el mundo asiente sabiamente y acepta hasta la última palabra. Es porque nadie lee el libro. Creen en él, pero ni lo estudian ni lo leen." (pág. 85)
Y no olvidemos el humor de las críticas de Lovelock, como la dirigida a la semejanza entre Dolores y sus hijos:
"Era impensable que el padre de los niños pudiera haber contribuido a su fealdad. En el proceso reproductor de aquella mujer no se hubiesen atrevido a intervenir los genes de nadie." (pág. 91)
En ocasiones, la fuerte personalidad de Lovelock se tiñe de la cómica egolatría asimoviana. Otras, sin embargo, abriga sentimientos de rebelión contra la especie que lo ha condicionado a obedecer, como única defensa ante la inseguridad sobre su propia iniciativa. Este debate interno es de lo más interesante del libro; ayuda a crear una novela emotivamente indagadora en los impulsos personales, completa, fascinante y entretenida.