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CONTENIDO LITERAL
("Textos antiguos para una nueva imagen", artículo de Elia Barceló. Derechos de autor 1995, Gigamesh)
Nil Santiáñez-Tió y Quaderns Crema acaban de hacer un gran regalo tanto a los lectores de ciencia ficción como a los interesados por la literatura española en general. Su selección antológica De la Luna a Mecanópolis puede ser disfrutada con provecho desde puntos de vista muy variados por cualquier lector cuya curiosidad vaya un poco más allá de las últimas novedades.
En primer lugar resulta sorprendente, y muy satisfactorio, el hecho de que exista ciencia ficción en España escrita en el cambio de siglo y siguiendo la moda que en Francia había impuesto Verne y en Gran Bretaña Wells; en segundo lugar, que algunos de los autores de estos relatos de ciencia ficción pertenezcan al grupo de los realmente grandes, de los universalmente reconocidos como los mejores escritores de la generación del 98. Así, en la antología, el lector o lectora se encuentra con nombres nuevos -nuevos para quien no sea investigador de los orígenes del género en nuestro país- como Joaquín del Castillo y Mayone, Tirso Aguimana de Veca, Camilo Millán, Nilo María Fabra, José María Fernández Bremón o Enrique Gaspar, junto con otros generalmente conocidos como los de Leopoldo Alas "Clarín", Ángel Ganivet, José Martínez "Azorín", Ramón Pérez de Ayala, Pompeu Gener y Miguel de Unamuno, a los que hay que añadir otro nombre muy conocido pero no relacionado directamente con la literatura: el de Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina en 1906.
A través de sus páginas, mediante un curioso "efecto de boomerang", se nos presenta el futuro como aquellos escritores lo imaginaban, el pasado (es decir, nuestro pasado, su propio presente de aquel entonces, del tiempo en el que escribieron los relatos) y en ocasiones nuestro presente actual, que sirve como término de comparación para validar o falsificar sus extrapolaciones. Al estilo de la ciencia ficción de Verne, nos complacemos en comparar los prodigios que los escritores finiseculares imaginaban para los siglos venideros con los que poseemos actualmente y, con una sonrisa en los labios, nos hacemos conscientes de lo cómoda que se ha vuelto nuestra vida, del lujo que nos rodea, de las libertades que hemos alcanzado. En los relatos de Nilo María Fabra asistimos a prodigios como un viaje a Argentina que dura cuatro días y medio, un tren totalmente climatizado y desde el que se puede escuchar una ópera que se está representando en ese mismo momento en el teatro Apolo de Roma, un reloj con dos esferas (la hora de Madrid, la hora de Buenos Aires) y un salón que de día está iluminado con luz natural pero que de noche se transforma y "potentes faros eléctricos, velados por cristales opacos ligeramente sonrosados, prestaban a todos los objetos un aspecto mágico y sorprendente".
En otro relato suyo, esta vez visto desde el punto de vista de los marcianos, que están bastante más avanzados que los terrestres en todos los aspectos, aparece también la televisión con el nombre de "telefoteidoscopio", como un aparato que combina las prestaciones de nuestro actual televisor y las de un videoteléfono. Resulta curioso que la principal ventaja del televisor, según el marciano, es que "disfrutamos de las diversiones públicas sin encerrarnos en estrechos locales, donde tal vez la incomodidad del cuerpo no compensaría los placeres del espíritu".
Y aunque Fabra se refiere también -sucintamente- a cuestiones de funcionamiento social, en este aspecto el relato más delicioso es el de Camilo Millán, "Una historia de amor en el siglo XXI", porque nos permite, mejor que muchos otros, experimentar ese "efecto de boomerang" del que antes hablaba y ver los tres tiempos a la vez. En este relato, un chico y una chica se ven fugazmente en una estación de transporte -"Descendía ella del globo-exprés del Norte en el momento en que él tomaba el tren eléctrico del Mediodía"- y deciden entablar relaciones -por videoteléfono, se entiende-, pensando en un eventual matrimonio. El tono del relato es de maravilla constante, construido para sorprender e impresionar continuamente al lector: la muchacha tiene veinte años y es doctora en medicina, tiene su locomóvil eléctrico y en sesenta y cinco minutos que tardan en encontrar al chico que le interesa y darle comunicación con él "asistió a cuatro enfermos, concurrió a una consulta y practicó una operación quirúrgica, reintegrándose a la estación de teléfono". Cuando, después de la jornada vuelve a casa, cena con sus padres, "a los que no había visto desde el día anterior" ya que todos trabajan y hacen fuera la comida del mediodía, y hablan sobre el nuevo pretendiente, "que hará ya el número doscientos quince de la lista de los que has tenido", según comentan los padres de buen humor. En la época en que se escribió el texto (1902) el hecho de que una joven hubiera tenido más de dos pretendientes le cerraba casi por completo las expectativas de llegar a casarse. Recordemos por un momento que en Bodas de sangre, por ejemplo, el que la novia haya tenido ya un novio unos años atrás hace que todo el pueblo murmure y que la madre tema por la felicidad y la honra de su hijo al casarse con una chica que ya ha tenido un pretendiente. El lector actual se siente literalmente escindido en dos formas de ver la vida a través de textos como éste, en el que se plantea de modo utópico y con una cierta voluntad de epater le bourgeois el tipo de funcionamiento social que nosotros consideramos irrenunciable.
Esta voluntad de sorprender y escandalizar hasta cierto punto al lector es un componente importante de parte de la literatura de fin de siglo: no podemos olvidar que los movimientos de revolte franceses estaban aún muy cercanos y que Francia era en esta época el país que más directamente influía en los movimientos literarios españoles. En todos los relatos de esta antología en los que puede apreciarse una influencia extranjera, ésta es siempre francesa, no anglosajona como podría parecernos natural tratándose de ciencia ficción. En el relato de "Clarín", una exquisita narración alegórico-satírica sobre el fin de la humanidad, lo primero que tenemos es la justificación de la decidida y casi unánime vocación de suicidio del ser humano: "Este cansancio último lo había descubierto un poeta lírico del género de los desesperados que, no sabiendo qué inventar, inventó eso (...) el tal poeta era francés, como no podía ser menos". A continuación se hace una sátira despiadada de los malos traductores, de los malos poetas y de los científicos sin escrúpulos para pasar a satirizar prácticamente a todas las clases sociales, organizaciones e instituciones de todo el planeta Tierra. Hacia el final del relato, "Clarín" interviene directamente como narrador de la farsa y aprovecha para burlarse de los jóvenes naturalistas (la moda literaria de la época), que no soportan "que aparezca en la novela, o cuento, o lo que sea, la personalidad del escritor".
En la misma tónica satírica, esta vez en clave teatral, tenemos la contribución de Pérez de Ayala, que en "La revolución sentimental" plantea un mundo futuro altamente tecnificado y uniformizado por un sistema comunista que ha logrado borrar el sentimiento de casi todos los seres humanos. Unos cuantos hombres y mujeres se reúnen en el Sentimental Club con el propósito de hacer la revolución sentimental que sacará a los humanos del igualitarismo a ultranza y les devolverá su dimensión individual y emocional. El relato tiene evidentes paralelos con las grandes utopías del siglo XX, como Un mundo feliz, 1984 o Nosotros, aunque es muy anterior a las tres, y su exotismo está trabajado a base de nombres griegos clásicos y una admirable preocupación por la lengua que usan los personajes: "No podrá extrañar al oyente que la lengua hablada por estos personajes tiene tanto de español como de jerga galicana", se dice al final de las acotaciones escénicas. Pérez de Ayala, uno de nuestros grandes novelistas, es consciente de la herramienta que utiliza y del juego que pueden dar las palabras, especialmente en una narración que se pretende "patraña", es decir, fábula con propósito de entretenimiento y de la que se puede extraer una enseñanza moral.
En una vena más sombría tenemos los relatos de Azorín, Unamuno y Ganivet, más dulce y melancólico el último dentro del pesimismo general de los cuatro textos (dos de Azorín). La actualidad del pensamiento de Schopenhauer y el rápido desarrollo de los movimientos comunistas a principio de siglo llevaron a ver el futuro como el momento del triunfo de la máquina y la sociedad deshumanizada y, por tanto, dentro de ese pesimismo orientado al futuro, podemos descubrir también un optimismo latente en la consideración de su propio momento histórico, así como una ambigüedad entre el miedo de lo que pueda traer el porvenir y el deseo de progreso.
En oposición a las tintas oscuras de estos relatos, no por ello menos atrayentes, tenemos, como ya hemos mencionado, otros que se leen con una sonrisa e incluso en algunos casos son francamente humorísticos, como es el caso de Pompeu Gener con "El Theological palace. Fantasía futurista", situado en un Nueva York del futuro en el que se ha conseguido establecer comunicación directa con el otro mundo y los varios cielos de las diferentes religiones, o el cuento de José Fernández Bremón, "M. Dansant, médico aerópata", la historia de un tunante que monta una clínica para ricos donde todas las enfermedades se curan a través de la exposición a distintos aires y vientos. Se trata de una clásica historia de aventuras de fin de siglo, llena de situaciones "atrevidas" llevadas por personajes planos como sellos y movidos por el autor con hilos perfectamente visibles, que sin embargo resulta divertida, tal vez por ingenua.
El mismo autor nos ofrece otro relato, "Un crimen científico", en el que también se mezclan las aventuras con un cierto ambiente gótico (o al menos se pretende que así lo sea) con castillo mal afamado, terror de los lugareños y animales tuertos. El tema del transplante de ojos no es nuevo en la literatura española (ya en el Conde Lucanor aparecen dos médicos que se sacan y se reimplantan los ojos para probar su destreza), pero es de suponer que hubiera pasado suficiente tiempo como para que el público lector apreciara la novedad, especialmente porque el relato está concebido como mezcla de historia científica, policiaca y de terror.
Los dos primeros textos, los más antiguos, son en la base una serie de aventuras donde prima el exotismo y la imaginación visual del lector se ve requerida para pintar cuadros fantásticos sobre la vida en otros planetas. Ambos están en la tradición de los viajes a lugares lejanos más que en la auténtica ciencia ficción, pero no dejan de resultar curiosos a un lector interesado también por la historia del género.
Y en una antología de ciencia ficción no podían faltar los que hoy consideraríamos como hard, los que se esfuerzan por cimentar la base científica de lo que van a narrar o los que basan la narración precisamente en la curiosidad científica de algún fenómeno. Enrique Gaspar nos ofrece en "El anacronópete" una historia (de la que la antología incluye fragmentos) donde se lleva a cabo un viaje por el tiempo utilizando medios científicos que nos son explicados a lo largo de varios capítulos. El texto es altamente descriptivo, minucioso y plagado de diálogos informativos, muy al estilo de Verne, en los que el ignorante pregunta y el sabio responde para general admiración.
El otro texto hard es el escrito por Ramón y Cajal, que ha resultado para mí una sorpresa como literato pues, aunque su estilo es una perfecta muestra de esa retórica decimonónica abarrotada de estereotipos y clichés lingüísticos, no se hace muy pesado de leer en cuanto se pone a contribución de la historia la imaginación visual a la que el texto apela: un joven biólogo, sumido en el clásico spleen de la época -uno de los muchos temas sociales contra los que el relato se dirige- recibe de un ser espiritual (el genio de la ciencia) la capacidad de ver el mundo como a través de un potente microscopio. Por fortuna, el regalo está limitado a un año y en ese tiempo el joven científico se da cuenta de que los sentidos de los que estamos dotados son, aunque limitados, los correctos para vivir en este mundo. La transformación que se lleva a cabo en el protagonista hasta el final de la historia no sólo es de orden científico sino también social y moral; su deseo de adaptación al mundo como es le permite al final ganar la oposición a la cátedra y casarse con la mujer que quiere.
El final feliz, a pesar de todos los tintes satíricos, melancólicos o francamente pesimistas que forman la paleta presentada en esta obra, es prácticamente obligado; el tono humorístico desenfadado es frecuente y el lector se ve conducido a no tomarse en serio casi ninguno de los relatos -menos los que se presentan dentro de los esquemas alegóricos reconocibles por el público- y a adquirir la impresión de que se trata en la base de un simple "divertimento". Destacable resulta también el tratamiento de los personajes femeninos que va desde la abierta misoginia, de tan larga tradición en la literatura española, a un tímido intento de escandalizar al lector con figuras femeninas capaces de luchar por el hombre al que aman, de volar en globo y de disparar revólveres contra sus rivales. Es también llamativo el importante papel que tiene la religión como fondo de la mayoría de los relatos: la duda existencial es perceptible en la mayoría de ellos, pero la resolución suele darse a favor de un Dios de infinita bondad y sabiduría que ha concedido a sus criaturas la inteligencia que lleva al progreso y la libertad de elección que puede llevar al desastre.
En resumen, una excelente idea y una excelente realización que nos permite acercarnos a las más tempranas producciones de la ciencia ficción en nuestro país, así como a textos desconocidos de famosos autores. Es admirable la labor de búsqueda y selección del antologista que, además, muestra a las claras su dominio de la materia en el interesante artículo introductorio, y muy de agradecer la iniciativa de una editorial al contribuir a la difusión de estos textos de interés tanto para hispanistas como para lectores especializados. Sería de desear que la editorial, ahora que ha dado el primer paso, no escatimara en hacer llegar publicidad a Universidades y otras instituciones culturales para que si el producto no llega a los que más adecuadamente pueden apreciarlo, no sea por desconocimiento de su existencia. Un buen libro para disfrutar personalmente y para compartirlo, regalándolo a cualquier amante de la literatura hispánica.
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