CONTENIDO LITERAL

("Informe sobre la Tierra: fundamentalmente inofensiva", comentario de Albert Solé. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Todo aquel que haya seguido una serie con amor, devoción y disfrute -incluso si se trata de una serie tan sui generis como la de la Guía del autoestopista Galáctico- y haya languidecido esperando la nueva entrega que tanto se hace aguardar y llorar, tiene que conocer el peculiar sentimiento, mezcla de éxtasis y temor sacro, que le embarga cuando la tan anhelada siguiente parte cae en sus manos. Pues la voz de la serie se distingue precisamente por el riesgo que entraña el complicado acto de equilibrio entre el dar una nueva ración de lo conocido que consiga disfrazar su fundamento básico en la repetición recombinante y la ineludible constricción de abrir unas cuantas ventanas más en el palacio del texto. Ay, la quinta entrega de la saga de Adams tropieza pesadamente en el primer punto, y luego se derrumba con un considerable estrépito desde el precario andamio al que se había encaramado para tratar de añadir una cristalera de vidriecitos multicolores al cada vez menos reformable condominio de la Guía. Las líneas argumentales se enredan en un ovillo donde Arthur Dent tiene problemas más o menos simultáneos con la nueva aniquilación multi-dimensional que amenaza a su mundo, ya aniquilado en el pasado; una hija por sorpresa a la que no entiende y que no le entiende (probablemente porque tanto él como ella ignoran que el destino de los padres es no entender jamás a sus hijos y viceversa, al menos dentro del confín del discurso textual); y con su continuo desasosiego existencial, lo cual es eminentemente comprensible si se tiene en cuenta que su tranquilidad depende no sólo de todo lo mencionado hasta ahora sino también de ejercitar en paz el arte de hacer bocadillos y del improbable éxito que Ford Prefect pueda alcanzar en su cruzada solitaria para impedir que la editorial que publica la Guía quede convertida en un apéndice más de un Ur-conglomerado. Los chistes están ahí, cierto (y algunos de ellos son brillantes, como el que una nave espacial pueda ser propulsada mediante malas noticias. Ah, ya sabemos, sí, ¿qué puede viajar más deprisa que una mala noticia?), pero su función y su resultado es meramente el de hipidos insustanciales en un libro que intenta hablarnos con la voz de un oráculo anciano, sarcástico y experimentado cuando en realidad, pobre, sólo consigue endilgarnos el parloteo catatónico de un loro que ha aprendido a hablar viendo cintas de No te rías, que es peor.