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CONTENIDO LITERAL
("Aventuras de Solomon Kane [las]", comentario de Albert Solé. Derechos de autor 1995, Gigamesh)
Es sabido que ciertos autores son aquello que los anglosajones llaman un "gusto adquirido", concepto algo nebuloso con el que se intenta expresar que hace falta insistir un poquito para que acaben enganchándote, y que no todo el mundo es susceptible de compartir el susodicho placer que proporcionan a quienes se han tomado la molestia o han tenido la casualidad de adquirir tal gusto. Howard es uno de esos casos, o al menos lo es para un servidor: el feliz (o infausto, todo dependerá de la opinión que se tenga) conocimiento tuvo lugar en la ya remota infancia cuando Bruguera, sorpresa, puso a disposición del personal la serie de Conan. A partir de entonces, no me sonroja confesar que Bob "Dos Pistolas" Howard se convirtió en uno de mis gustos adquiridos, y aunque el paso del tiempo me haya deparado lecturas howardianas francamente infectas (y haylas, créanme) y me haya ido haciendo ver que la potencia salvaje de sus argumentos, su forma de escribir no siempre corría pareja con un estilo digno de mención -o, de hecho, simplemente con la existencia de un estilo-, he seguido persiguiendo con encarnizamiento todo lo que de Howard se me ponía a tiro.
En consecuencia, y después del considerable aperitivo que nos proporcionó la revista Cyber fantasy en la primavera del año 1993, me veo obligado a saludar con alborozo y notable placer la aparición del ciclo completo de las aventuras de Solomon Kane, un sombrío puritano inglés al que Howard obligó a recorrer el mundo y enfrentó con vampiros, males oscuros de toda clase y entuertos que pedían a gritos ser desfacidos. El placer hay que agradecérselo a la colección Última Thule de Anaya y a su infatigable paladín, Javier Martín Lalanda, y el empeño es irreprochable: Lalanda ofrece un estudio preliminar para que se entienda un poco más a Kane y a Howard, adjunta todos los relatos del personaje existentes, complementa el libro con mapas y poemas y, encima, se ha tomado la molestia de completar los fragmentos de relatos inacabados debido a la muerte de Howard que incluye la recopilación, consiguiendo que su aportación se lea con fluidez y sin excesivos desentonos con el material original.
El ciclo de Kane es irregular, cierto, y acaba produciendo una indefinible sensación de premiosidad y repetición a medida que se avanza por él, pero contiene algunos de los mejores relatos jamás escritos por Howard (como el altamente numinoso y atmosférico "Calaveras en las estrellas" que, junto con relatos de horror puro y/o lovecraftiano como "Palomos del infierno", "Canaán negro" o "La piedra negra", es de lo mejor que salió jamás de su pluma) y, tal vez porque Kane le era especialmente querido o porque la época de sus aventuras recortaba los peores excesos ideológico/estilísticos en que tendía a caer Howard cuando "se iba de antigüedades", nos ofrece un excelente atisbo del gran escritor del género que nuestro torturado tejano habría podido llegar a ser si la muerte no se lo hubiese llevado a la prematura edad de 30 años. Altamente recomendable, pues, para howardianos en particular y para los amantes de la literatura fantástica/terrorífica clásica en general.
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