CONTENIDO LITERAL

("Verdadera historia del último rey socialista [la]", comentario de Julián Díez. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Otro libro que, por antecedentes, puede resultar atractivo al lector de toda la vida es La verdadera historia del último rey socialista, del autor de Por qué me comí a mi padre (El fin del pleistoceno), Roy Lewis. El no haber aparecido en una colección del género, sino en Analectas de Anaya y Mario Muchnik, puede motivar que pase inadvertida.
La ucronía, además, siempre ha sido un género fronterizo por aquello de la etiqueta política-ficción, si bien es cierto que varias de las novelas más populares de la historia de la ciencia ficción tratan el concepto de la historia reescrita. Esta fácil tentación del "¿qué hubiera pasado si?" sólo ha sido plasmada con rigor en contadas ocasiones, aunque el éxito de la experiencia bien ha justificado el esfuerzo.
Actualmente, el tema se ha puesto de moda en Estados Unidos para degenerar en las novelitas de guerra de Harry Turtledove, pero los presupuestos con los que trabaja Lewis son de mucho mayor empaque. De hecho, la novela sucumbe finalmente a la ambición con la que su autor la enfoca y a la acumulación de ideas excesivamente arriesgadas, que terminan por convertir una sana parodia en una historia enrevesada.
El punto más de agradecer en la tarea de Lewis es su elección de un hecho no tan obvio como las habituales grandes guerras para dar comienzo a su historia paralela. En esta otra Inglaterra de 1848, los movimientos cartistas terminaron en una revolución relativamente incruenta, paralela a la que se desarrollo por entonces en la realidad en gran parte de Europa. A partir de ahí, la monarquía deja de tener un papel determinante en la vida política y se convierte en un símbolo, tal y como acontece en las democracias occidentales; solo que esta vez se trata de un símbolo no del orden del sistema parlamentario, sino del orden del estado socialista.
La novela es la narración en primera persona de Jorge Akbar I, ese último rey socialista de Inglaterra, de la forma en la que promueve desde dentro una nueva revolución con la que terminar con el estado de cosas en las que ha degenerado ese tipo de gobierno. La novela, escrita con afabilidad coloquial, carga con el lastre de ser ideológicamente conservadora. Eso, quede bien claro, no tiene por qué significar una descalificación literaria, pero hace el argumento poco creíble para quienes, como yo, no sentimos en modo alguno que sea incompatible la tecnología con un modelo político igualitarista-colectivista, por mucho que sostener ahora ese tipo de posturas filomarxistas sea nadar contra la corriente general.
La verdadera historia del último rey socialista no puede ser leída como una especulación alternativa seria, puesto que el autor lleva al extremo sus presupuestos con el fin de ofrecer conclusiones morales. El balance, en cualquier caso, se inclina hacia lo positivo: los personajes resultan entrañables y el trabajo de fondo realizado por el autor, que no se ha quedado en lo anecdótico evidente, es de agradecer. De todas formas, El fin del pleistoceno era francamente más divertido.