CONTENIDO LITERAL

("Bestias", comentario de Juanma Barranquero. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Y si las andanzas redalaguilerianas transcurren tan lejos en el espacio y en el tiempo como lo puede permitir la imaginación de un autor, John Crowley, con Bestias, nos devuelve una vez más a lo cotidiano.
Crowley es uno de esos autores de amar u odiar; es dudoso que pueda haber término medio. Sus novelas son una pura descripción de emociones, empatía para enterados, y si uno no está dispuesto a dejarse llevar por ese estado de ánimo, será difícil disfrutar de las obras de este escritor.
En Bestias, un libro enigmático, de una sencillez engañosa y atractiva, la especie humana se encuentra con un competidor tan ajeno como similar: los leos, productos de la manipulación genética, híbridos inteligentes de humano y león.
Bestias tiene un argumento, claro está, pero contar la peripecia tiene tanto sentido como intentar describir un olor a una persona sin olfato: jamás lo entenderá. Cada viñeta, cada fragmento, nos acerca y nos alejan de la personalidad básica de los leos, que reflejan, distorsionados, lo más básico de la naturaleza humana, lo que hemos perdido al abandonar la sabana para construir ciudades de hormigón y lo que quizá jamás hayamos tenido: la amoralidad en estado puro, la sencillez del que no concibe ni imagina nada distinto, la racionalidad no mancillada por la curiosidad. Crowley, con prosa cuidada y su buen hacer, logra que el lector sucumba al encanto último de lo exótico, de lo que, siendo tan diferente, se presente a nuestros ojos como íntimamente compatible. Al terminar Bestias, subsiste la idea de que uno desearía conocer a un leo, ser un leo. Es, supongo, como disfrutar un buen olor.
Pero no lo sé: yo no tengo olfato; tampoco soy un leo.