CONTENIDO LITERAL

("Hardwired, el hombre máquina", comentario de Juan Manuel Barranquero. Derechos de autor 1995, Gigamesh)

Con la moda del ciberpunk, se han publicado en nuestro país muchas novelas de escasa calidad y dudosa filiación; tales son los casos, por ejemplo, de las continuaciones de la saga de George Alec Effinger sobre el submundo arabizado del Budayén, o Metrófago, de Richard Kadrey, una aventura-pastiche que echa mano del arquetipo sin tapujos, y cuyo mayor valor probablemente consista en que acaba. Como aficionado a este subgénero presuntamente muerto, no puedo sino lamentar que las mejores obras de esta barriobajera tendencia no hayan aparecido aún en castellano, como los libros de Pat Cadigan, la novela corta de Vernor Vinge True Names (una auténtica subversión de la fantasía, sometida a los caprichos de la informática), ni la hermosa y extraña Schismatrix, de Bruce Sterling, que, si bien no puede englobarse claramente dentro del ciberpunk, tiene al menos tanto derecho a ser llamada así como El chico artificial, del mismo autor, que se publicó en nuestra lengua con esa etiqueta.
Otro de los escritores ciberpunk que faltaban por estrenarse en nuestro país era Walter Jon Williams, que, además de novelas más tradicionales y varias estupendas colecciones de relatos, es autor de Hardwired (título que vendría a significar, más o menos, "con el sistema nervioso aumentado gracias a implantes cibernéticos", con lo cual agradecemos que se haya dejado el conciso nombre del original) y de su digamos continuación, The voice of the Whirlwind.
Dentro del cyberpunk, Hardwired es una novela atípica. Los protagonistas están amargados, pero sólo a medias; la heroína es letal pero no atractiva ("caballuna" sería quizá un adjetivo más adecuado), y en un par o tres de momentos la novela transpira una atmósfera entre romántica y tranquila que nos hace pensar que en el fondo, muy en el fondo, quizá los personajes sean gente normal y corriente que quiere llevar una vida normal y corriente, cosa de agradecer cuando uno ha sufrido ya a demasiados héroes suicidas y enfermos terminales de síndrome de autodestrucción.
Pero donde digo atípica no quiero decir original, al menos original, ya me entienden, así en cursiva. Williams, con toda seguridad, no ha tratado de escribir la mejor novela de cf de los 80; su objetivo ha sido mucho más modesto, y precisamente por eso lo alcanza de lleno: ha intentado hacer una novela divertida, trepidante, quizá un poco folletinesca (el "hermanito" de Sarah se ganaría la vida muy bien en Dallas, de no ser porque su coeficiente intelectual cae claramente por debajo de la media de la serie), pero desde luego llena de acción, de personajes valientes y un poco locos, de malos repugnantes de aliento pútrido, tanques a reacción con motores Rolls-Royce que recorren en vuelo rasante los Estados Unidos, y chicas que esconden en su interior alguna que otra sorpresa ¿des?agradable. Junto a eso, tenemos que sufrir cosas tales como un protagonista llamado, oh no, Cowboy; malvados agentes de grandes corporaciones, y, horror último, una inteligencia enlatada y deus ex machina a la medida para solucionar los problemas a distancia. Ya lo he dicho: no es originalidad lo que vende Williams, sino diversión. Y funciona, mire Vd. Por dónde. Cuando el inocente y políticamente puro cowboy, con su rasgueo de guitarras country, abandona el contrabando para embarcarse en una cruzada contra los explotadores llegados de la órbita, el espectador/lector no puede menos que desear que la empresa llegue a buen puerto. Salvemos la Tierra, podría ser el grito de guerra de nuestros rebeldes; y qué carajo importa que la justificación ideológica sea naïf y que uno pueda barruntar la idea de que el capitalismo y la libre empresa están muy bien, siempre que podamos hacérselo "nosotros" a "ellos", y no a la inversa. Aquí se trata de pasarlo bien, ¿recuerdan?
No se puede añadir mucho más sobre Hardwired, salvo quizá que lo más sorprendente, lo mejor de este libro, es su continuación (que no es tal). Mientras Hardwired peca de una excesiva sencillez esquemática, de unos protagonistas con demasiado pocos dobleces (o demasiado pocas preocupaciones en la vida, aunque, eso sí, muy gordas, o mejor será decir profundas), The voice of the Whirlwid es un libro complejo, hermoso, con personajes mucho más trabajados y una visión original sobre el contacto extraterrestre. Esperemos con los dedos cruzados que Hardwired se lleve el éxito que merece (es decir, que venda los pocos miles de ejemplares necesarios) y Martínez Roca se digne publicar la continuación.
Un comentario sobre la traducción: aunque no presente errores (salvo quizá lo de "buscona", que no parece un término muy afortunado, sobre todo porque se aplica a una profesional del asesinato), parte de la frescura del texto se ha perdido. Como pasó en su día con Neuromante/Neuromàntic, que gustó más a los lectores en catalán que a los de la edición castellana, Hardwired parece haber cosechado más entusiasmos entre aquellos que han leído la versión original.