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CONTENIDO LITERAL (Continuación)
("Xenogénesis", artículo de Harlan Ellison. Derechos de autor 1992, Harlan Ellison. Derechos de autor 1997, Gigamesh)
Esto es de Gene Wolfe:
"Lo peor fue cuando me invitaron a ser huésped de honor de la Icon en Iowa City. Rusty Hevelin era el fan invitado de honor, y se nos dijo que diríamos nuestros discursos el viernes por la tarde.
"Luego, el viernes por la noche.
"Luego, el sábado por la mañana.
"Luego, el sábado por la tarde.
"Luego, que el sábado por la noche antes de la representación. En ningún momento se dieron explicaciones de cualquiera de estos aplazamientos.
"Yo llegué a la representación sobre las ocho de la tarde, una vez más emocionado y listo para hablar. Primero Rusty, después yo. Muy bien.
"El segundo de a bordo salió a escena y anunció que los discursos de los invitados de honor serían después de la representación, y yo me marché.
"Unos quince minutos después, Rusty me encontró y me preguntó si iba a hablar después de la representación. Le dije que no; que él lo hiciera, si quería, pero yo no. Explicó que él tenía la intención de negarse, y había querido proponerme antes que actuáramos de acuerdo. Nuestra pequeña reunión terminó con la decisión de abandonar la convención, lo cual hicimos. Por lo que yo sé, fue la primera vez que los invitados de honor aficionado y profesional (todos los invitados de honor que tenía la convención) montaban una acción concertada de trabajo."
Esta fue la convención en que el banquete (el sábado por la tarde antes de la representación) se celebró en los pasillos y en los rellanos, porque el comité no había preparado una sala, mesas y sillas.
He aquí una breve y desagradable historia del elegante L. Sprague de Camp. "En conjunto, los aficionados me han tratado muy bondadosamente. Hubo, sin embargo, una ocasión hace unos pocos años en que un grupo de admiradores de H. P. Lovecraft llegaron a ser tan estrictos sobre los comentarios críticos de mi biografía de HPL que discutieron golpeándome en la cara con un pastel de cereza en una convención.
"En la Convención de Fantasía de Fort Worth, en 1978, llegó a mis oídos que alguien de este grupo emprendería esta misma forma de crítica literaria. Un par de enormes y musculosos aficionados, practicantes de artes marciales, se ofrecieron de guardaespaldas. Cuando terminé mi presentación, un joven, que llevaba un envoltorio de papel marrón de tamaño sospechoso, se acercó. Mis defensores le preguntaron qué quería. Sin una palabra, se volvió y se marchó. De modo que no sabré nunca con seguridad qué había en el paquete; pero puedo soportar mi ignorancia con fortaleza."
De Bob y Ginny Heinlein:
"Estimado Harlan,
"Dado que nos hallamos retirados detrás...
-¡Atentos a esto, amigos!-
"Dado que nos hallamos retirados detrás... de un número telefónico no registrado, una valla de cadenas y una puerta electrificada, nos hemos visto bastante libres de cuentos de miedo. Excepto de uno.
"Una noche yo trabajaba en mi despacho. Hay un ventanuco en la parte superior de la puerta, pero habría que ser un gigante para mirar por él. No puedo ver a nadie más pequeño si miro por ahí.
"Sonó el timbre. Sorprendida, porque yo no había abierto a nadie la puerta de fuera, fui a atender la puerta de casa, y allí había un individuo de mal aspecto. Sus primeras palabras fueron: "Alguien ha matado mi pavo real."
"Me parece que le dije que se marchara, y que si no lo hacía, llamaría a la policía.
"No volvió a trepar por la cerca, pero durante unos día alguien dejó una especie de "escultura" de alambre en el buzón. Cada día, una nueva. Y cartas, etc. Nunca he vuelto a ver a aquel hombre, pero no le he olvidado...
"Hubo interminables visitas hace años cuando vivíamos en Colorado, y muchas aquí hasta que instalamos la puerta. Una vez, Robert recibió una llamada telefónica durante un cóctel que dábamos. Una mujer llamaba desde Kansas, y quería saber si debía ir a la clínica Menninger. Y nos decoraron los árboles con papel higiénico, y más cosas. Incluso nos robaron el bonito letrero de casa."
Ahí va una rápida. Raymond E. Feist cuenta una sobre un aficionado que se plantó en su puerta un poco antes de las dos de la madrugada de un domingo, mientras Ray se veía aquejado por una fiebre de 39 grados, después de una noche sin dormir en la que por fin había comenzado a conciliar el sueño. Así que se abalanza sobre la puerta, con unas pintas de susto, y se encuentra con el pequeño aficionado angelical y sonriente, con una bolsa de papel llena de libros para ser firmados. Quizá una docena de libros. Pero dado que Ray sólo había publicado unos pocos libros por aquel entonces, en el montón había tres de cada obra, probablemente para ser vendidos.
Y el niño exige a Ray que le firme los libros, justo allí, justo entonces. Y Ray dice: "Mira, no quiero ser descortés, pero estoy muy enfermo, con treinta y nueve de fiebre, y me siento muy mal." Y el niño parpadea y no dice nada, pero se queda allí de pie. De modo que Ray dice: "¿Podrías volver en otra ocasión? Esta vez es un poco inoportuno."; y el niño dice: "Tengo que volar a Hawaii." Y Ray sorbe por la nariz, y dice: "Estoy enfermo... ¿no podrías...?", pero el niño sigue manifestando ese comportamiento absolutamente lógico, y sigue queriendo que le firme los libros.
"Eso, y la amenaza de muerte que me dejaron en el contestador", dice Ray, "me convencieron para que quitara mi teléfono de la guía".
Otro importante escritor con el que contacté para este artículo estaba tan nervioso con los problemas que le daban los seguidores, a quienes llamaba "estúpidos reptantes", que se negó en redondo a que usara su nombre. Dijo que asistir a las convenciones le ha alejado tanto de su trabajo que todo lo que quería hacer era apartarse por completo de todo contacto con aficionados de por vida.
No me extenderé sobre eso. Es verdad que hay algunos escritores que contestaron mi petición diciendo que ellos tendían a permanecer lejos de los aficionados, lejos de las convenciones, y por ello no tenían ninguna anécdota horrible que contarme. Hubo una media docena -Marvin Kaye, Algis Budrys, Dean Ing, John Varley, Jack Williamson, David Bischoff- que dijeron que no tenían sino relaciones agradables con los aficionados a través de muchos años felices de colaboración, y que lo sentían pero no tenían nada que comunicar. Aquellas cartas, no obstante, se escribieron en junio de 1984, y cuatro de ellos me reconocieron que en realidad sí habían sufrido varias experiencias tortuosas -las cuales describían en detalle y enfadados-, y que simplemente no querían causar ningún problema.
¿Pero qué hay de Joanna Russ? Si ha habido una escritora más apasionada y franca sobre lo que le preocupa en el arte y en la sociedad, que ha estado más solícita para reflejar esos intereses en su obra, no sé qué otra podría ser. A diferencia de muchos de los escritores que llamé, que eran "prudentes" sobre decir cualquier cosa por temor a que uno de ustedes, pequeños queridos psicópatas, pudiera buscar venganza, Joanna fue cándida; y escribió:
"Sí. Lo peor de verdad.
"Bueno, aparte de los tipos que envían manuscritos de novelas con instrucciones para que les diga "dónde mandarlo" (me llegaron tres la semana pasada) sin tener que pagar sellos...
"Supongo que lo peor sucedió hace varios años en Boulder, cuando me llegó una carta de lo que parecía ser una estudiante de instituto, pidiéndome que respondiera tres páginas de preguntas sobre mi "filosofía de vida", pues su profesor les había mandado hacer un artículo de investigación sobre un escritor vivo. También me pidió un ejemplar de todo lo que yo había escrito.
"Le respondí amablemente, explicando con todo el tacto que pude, que ningún escritor vivo tenía tiempo de responder tres páginas de preguntas sobre nada, y que yo apenas tenía suficientes ejemplares de mi obra para mí misma. Le sugerí que se comprara ella misma algunos libros, porque yo también tenía que pagarlos, y que le preguntara al profesor cómo se investiga en bibliotecas, pues sospeché que era lo que su profesor quería. Le deseé buena suerte en su carrera, y acabé la carta.
"Varias semanas después recibí una carta de su hermana mayor, quien me amenazaba con ponerme en evidencia en Ms. y en otras revistas, pues mi cruel respuesta había arruinado la vida y la carrera de su hermana. Su hermanita (decía ella) había querido ser... escritora, pero después de que yo la tratara tan dura y ferozmente, su hermanita sólo se echaba en la cama y lloraba todo el día. Yo había destrozado su vida por completo. (Esto no me lo invento.)
"O puede que sea el grupo remueve-conciencias que me rechazó porque yo hablaba demasiado claramente.
"O los tipos que me pidieron una foto firmada (me costaba nueve dólares) sin pagar y también sin sellos.
"Lo más curioso fue un tío que me escribió desde Walla Walla diciendo que había leído El hombre hembra y que amaba mi forma de pensar. También amaba mi foto de la contraportada y me aseguraba que tenía "un espíritu divertido que quería cartearse conmigo sobre mi filosofía de vida" (¿qué narices significará esa frase?). Cuando le escribí que no tenía tiempo para hombres guapos de uno ochenta con espíritus divertidos, ni para nadie, recibí una segunda carta que hablaba de mis encantos físicos y una especie de visión del libro, que (entre nosotros) creo que no leyó.
"Y las mujeres que me escribieron quejándose de lo que yo había permitido hacer (¡¿yo?!) con las portadas de mis libros, y que se negaban a creer que yo no tuviera nada que ver con ello...
"O los amigos y colegas que dicen: "¿Por qué no te dedicas a vivir de lo que escribes?", y se resisten a creer que nunca he recibido un adelanto de más de 3.500 dólares por una novela, excepto una vez...
"Mi cuento de miedo preferido, después del asunto de las hermanas, fue en un café para mujeres con lecturas a micrófono abierto en que leí un sábado por la noche. Dos solemnes e impresionadas jóvenes estaban charlando al final, y oí a una decir (de mí): "Es tan creativa". Una amiga me encontró golpeándome la cabeza contra una pared de pura rabia. Después de un maldito cuarto de siglo de esclavizarme a esta obsesión personal, después de trabajar, trabajar y trabajar sin fin, que te digan que sí, que eres tan "creativa". Y un jamón.
"Buena suerte con tu discurso. Tiene que ser digno de leerse."
Sí que es digno de leerse, Joanna.
Pero si piensas que tienes problemas de verdad, ¿qué me dices de cándidos lectores que te culpan de lo que los editores ponen en las portadas de tus libros? ¿Y cuando fingen ser cándidos, sólo para darte pena? ¿Que a dónde voy a parar? Bueno, he aquí un ejemplo clásico, afortunadamente reciente, de lo maliciosos que pueden llegar a ser los aficionados.
En la sección de correo de la Isaac Asimov's Science Fiction Magazine de diciembre de 1989, aparece un comunicado de un tal Paul Osborn de Bremerton, Washington. (Por lo menos, la carta está firmada por alguien llamado Paul Osborn, y el matasellos -me contaron- era de Bremerton, Washington. Pero no todo es como parece ser en el mundo de los aficionados fanáticos de la ciencia ficción, como veremos en breve.)
Después de hablar de otros asuntos del número anterior, con fecha de portada de marzo de 1989, el citado Osborn escribe lo siguiente:
"Me gustó mucho el relato de Ellison, pero ¿por qué está clasificado como cuento largo si es más breve que dos de los cuentos cortos del número?"
Es una pregunta perfectamente razonable, y como respondería cualquiera que esté familiarizado con la navaja de Occam: "Probablemente fue un desliz del editor, una errata de la producción que nadie percibió." Que fue exactamente lo que pasó.
El relato en cuestión, "The few, the proud", es de tan sólo 3.600 palabras. Tiene siete páginas y un tercio. Está claro que no es cuento largo. (Las medidas universalmente aceptadas para la longitud de ficción son las siguientes: cuento corto, menos de 7.500 palabras; cuento largo, de 7.500 a 17.500; novela corta, de 17.500 a 40.000; novela, de 40.000 en adelante.) Mi colaboración previa en la Iasfm, en el número de mediados de diciembre del año anterior, sí que era un cuento largo: "The function of dream sleep", de 9.900 palabras. Así que pudo deberse a que alguno de los ayudantes editoriales los mezclara en la memoria. Qué más da.
Lo que importa es que, incluso para la mente más lenta posible, esto es un error humano que tuvo lugar antes de la publicación; y es una transposición tan insignificante (puesto que sólo figura en la lista de contenidos) que no supone ni una mota de polvo en el curso de la historia de la literatura.
Y si el mencionado Osborn se hubiese parado ahí, después de haber hecho una pregunta razonable, habría sido el tipo de carta esperable de un lector racional. Pero no. Aquí reproduzco lo que seguía, en el mismo párrafo:
"Supongo que un cínico diría que el Sr. Ellison, "El menda con Dios sabe cuántos premios Hugo y Nebula (¡¡¡pero siempre listo para MÁS, MÁS ,MÁS!!!)", está tratando de jugar una mala pasada a Duh Hicks desde Duh West llamando cuento largo a un cuento corto. Puesto que se publican menos cuentos largos en un año que cuentos cortos (en 1988 Asimov's publicó treinta cuentos largos frente a cincuenta y tres cortos), esta estratagema dota a "The few, the proud" de una ventaja. Como ya dije, esta es la respuesta de un cínico, y yo he abandonado el cinismo por Cuaresma. Pero por la época en que se publique el índice anual (y con él, la papeleta de votación para el Premio de los Lectores; otra oportunidad para ¡¡¡MÁS, MÁS, MÁS!!! premios) la Cuaresma habrá acabado. Lo estoy esperando con ansiedad."
Dios sabe que no hay escasez de paranoia en el mundo; pero incluso en las Teorías sobre una Conspiración Universal tamaña bobada ignorante es risible. Como si yo, en Los Ángeles, me las arreglara nadie sabe cómo para engañar al editor -que me pagó por palabras y que sabía muy bien lo larga que era la historia-, al director editorial, a los ayudantes de edición y al jefe de contratación, todos ellos a muchas millas, en Nueva York, y que me permitieran sobornarles para que clasificaran erróneamente un cuento corto como cuento largo con el demencial propósito de darle al relato una oportunidad de ganar un premio, cuyas candidaturas son confeccionadas por partes con las que no me relaciono, ¡y que cuentan las palabras, demonios!
¿Y cómo me las arreglé para hacer eso?
¿Tengo secretos inconfesables que pueden usarse para chantajear a esas personas? ¿Pagué enormes sumas de dinero para asegurarme una opción fija a ganar premios, que son prácticamente inútiles para mí después de treinta y cinco años en la profesión de escritor? ¿Hay alguien en su sano juicio que pudiera dar crédito a nada de lo que sugiere el citado Sr. Osborn como algo distinto a locura?
Hasta el lector más tonto, que desconozca los aspectos más esotéricos de la publicación de revistas, se daría cuenta de que esto es un sencillo error de producción de los más normales y de los más inapreciables. Y se despacharía el farfullar del citado Sr. Osborn como las rumiaduras de alguien que es intencionadamente majadero.
Pero observemos lo que de hecho escribió.
Siendo yo residente en Duh West, la referencia paralógica a Hicks desde Duh West no tiene ningún sentido.
Pero consideren la sugerencia que figura aquí y allá en los retorcidos presupuestos de lo que asegura el citado Sr. Osborn: Ellison ha ganado todos esos premios, pero es avaricioso, nunca tiene suficientes premios. Además, esos premios no fueron ganados por la calidad de la obra, fueron arreglados de alguna forma, forzados, manipulados, todos los del pasado desde el primero de 1965, y el resto durante los siguientes veinticinco años. Mediante métodos increíblemente inteligentes, Ellison se las ha arreglado para pasar por encima de los cientos y cientos de personas responsables de entregar los Premios Hugo, Nebula, Edgar, Bram Stoker, P.E.N. del Gremio de Escritores, Británicos de Fantasía y Mundiales de Fantasía que este antitalento maquiavélico ha acumulado.
Sin mencionar su habilidad para hipnotizar a los lectores de, por ejemplo, Locus, que han votado la obra de Ellison durante años, a millares.
Cuando apareció la carta en Asimov's, la revista debería haberme permitido tener la cortesía de responder en la misma página al sueño febril del citado Sr. Osborn. Pero ni siquiera la directora editorial, Sheila Williams, se tomó la carta muy en serio. Estaba claro que el autor de semejante delirio estaba tan falto de madurez y de razones, que no tenía mucho sentido replicar. Sin embargo, la Srta. Williams escribió una contestación:
"Cuando aparezca la papeleta de votación del Cuarto Premio Anual de los Lectores, se les pedirá a los lectores que observen los relatos con cuidado para clasificarlos en la categoría bajo la cual están colocados en el índice".
Lo cual se acerca al tema.
No se apunta a las verdaderas intenciones del Sr. Osborn (ya citado).
Porque si tan sólo se tratara de un lector excesivamente puntilloso que fuera tan estúpido de señalar una errata tan obvia como ésta hasta para un neófito, ¿entonces a qué viene esa chorrada del ¡¡¡Más, más, más!!! (y cada vez que aparece la frase, pone tres signos de exclamación el tío)? Nos vimos obligados a despachar todo el asunto como una bobada ignorante; y yo también lo habría hecho, pero es que años de tratar con esta clase de mentalidad hace que mi antena vibre.
Así que conseguí la dirección del corresponsal por el Asimov's (no había habido instrucciones por parte del remitente para que sus señas se mantuvieran en secreto), y llamé a información en Bremerton, Washington. Y no sólo no hay ningún Paul Osborn en la dirección de la carta, sino que no hay ningún "Paul Osborn" en todo Bremerton. Y una simple consulta de los archivos públicos de Bremerton me dice que las personas que viven en la dirección que el citado Sr. Osborn dio como suya, no parecen responder al nombre de Osborn.
¿Así que quién es este escritor de cartas, que barbotea insultos de forma gratuita? Por la carta, es un lector habitual de ciencia ficción... lo que llamamos un aficionado. Y se considera a sí mismo (o a sí misma) endiabladamente inteligente, tanto que puede entrar en campo ajeno y untar otra pequeña capa de feas suposiciones sobre una rebanada ya llena de mito y tontería. ¿Qué clase de mentalidad es tan vil de espíritu?
¿Cuántos otros escritores han tenido que sufrir esta clase de odiosa afrenta postal a través de los años? ¿Y cuántas horas de trabajo se han perdido tratando de enmendar las piojosas impresiones que deja esa gente? Suficientes horas para escribir suficientes libros para llenar una maleta grande. Libros que nadie leerá nunca.
¿Qué impuesto se cobran? Aquí tengo una pequeña parte de una carta de cuatro páginas a un espacio en respuesta a mi petición original. Es de David Gerrold:
"Verás, Harlan, el caso es que cometí un error. Pensaba que los aficionados eran importantes. Si nunca hubiese sido presentado en el fándom, me habría evitado cinco años de errores. De hecho, tomo mi relación con los elementos más hostiles de la comunidad de aficionados como parcialmente responsable de un desplome de cinco años en mi obra".
David continúa relatando anécdota tras anécdota: una mujer descompuesta que convenció a un grupo de aficionados en una convención de que iba a tener un hijo de David; un aficionado que le envió una tarjeta de felicitación que llevaba escrito "Feliz Navidad para todos. Menos para ti."; un aficionado que le solicitó ayudas económicas para otro aficionado que había sido robado... que ni siquiera existía; y acaba la carta como sigue:
"Es curioso, pero hubo una época en que pensaba que el núcleo del fándom estaba formado básicamente por gente buena; los únicos peligrosos eran los fronterizos... Ya no estoy dispuesto a creerlo. Ya no estoy dispuesto a ser tan accesible al fándom como solía. Hacer eso supondría encadenar al escritor que llevo dentro a la clase de tormentas de mierda que produjeron aquel desplome... Desde que he abandonado a los aficionados, he llegado a ser el escritor que quería ser".
Esta atención no deseada no sólo recae en los escritores. Pregunten a cualquiera de una docena de artistas cuyos nombres han aparecido en las papeletas de los Hugo en los últimos diez años si se explican los robos de sus pinturas de las salas de exposición de arte, por muy cuidadosa y estrechamente que vigile la seguridad; pregúntenles lo vacíos que se sienten cuando un aficionado gordo contempla de cerca el precio de salida de una pintura y se vuelve al artista para graznarle: "¿Quién diablos se cree que es, Frank Frazetta?"; pregúntenles si se les hundió el corazón al recuperar las obras que no se vendieron en la convención y ver que una de las acuarelas tenía una raja, y cómo se sintieron al ver que había huellas de dedos en los apuntes en blanco y negro.
Pero no le pregunten a Tim Kirk por las convenciones, porque su cara se convertirá en una máscara de tristeza. No ha estado en una convención en más de nueve años y, si tiene suerte, no tendrá que asistir a ninguna otra. Está más que desilusionado. Se siente desolado por lo que ve en el fándom actualmente. No empleará la palabra patético, prefiere ridículo. Pero sabe que sean las cimas que sean las que él haya escalado en sus logros artísticos, o las que le queden por escalar, ha sido a pesar de los aficionados y su "apoyo". Porque todo lo que le han pedido siempre es que dibuje precisos e inofensivos ejercicios de cinco dedos. (Junto a los miles, hechos para fanzines, que no le pagaron un centavo.) Tim no regaña a los aficionados, ni los desanima, ni los ataca. Él no dice en público lo que estoy diciendo aquí. Sabe muy bien, como tantos otros artistas y escritores -que parecen temer a esta caterva de aficionados vampiros- que no debe remover la olla.
Pero si le pillan por la noche, cuando es distinto a su forma de ser tranquila, encantadora, dejará claro que lo peor que le hicieron los aficionados fue negarle el desafío de ser un artista tan completo como quería él. Quizás no sea culpa de ellos -les gusta lo que les gusta, y quieren cada vez más de eso, sin cambio, sin desarrollo, sin experimentación-, pero si es verdad que si el artista tiene una responsabilidad sobre su habilidad, no parece descabellado esperar que el público, que también exige la atención del artista, muestre algún tipo de responsabilidad hacia éste.
De Gregory Benford:
"El incidente más extraño que recuerdo es el del tipo que me envió la acostumbrada idea para una novela, con el trato de siempre: lo escribes y repartimos a medias. Cuando la devolví, sin haberla leído, replicó con una advertencia: no que no usara la idea yo mismo en ficción, ¡sino que más valía que no me viera publicar investigaciones sobre esa idea en literatura científica!
"Él pensaba honradamente que su concepto era algo grande, y que yo, el científico siniestro, me arrojaría a engordar mis escuálida lista de publicaciones con un mítico artículo sobre el maravilloso lo que sea.
"Pues bueno."
Pues bueno, sí, es verdad. El profundo suspiro, el resignado movimiento de cabeza, y la nauseabunda certeza de que las variedades de estas locuras individuales son incontables. Si no nos impresionan con el compendio de horrores ya explicado, hacen cosas como ésta...
De Spider Robinson:
"Un completo desconocido telefonea desde "un lugar de California" a las dos de la madrugada. Dice que ha estado pensando seriamente en suicidarse, y quiere saber si existe realmente un Callahan's Place, y si es así "cómo puedo llegar allí, tengo que saberlo, esta misma noche." Cinco minutos después de que la conversación terminara, claro que me di cuenta de cómo debería haber reaccionado: haberle dicho que sí, que el sitio existe; haberle dado un conjunto de indicaciones falsas hacia alguna parte de Long Island, y haber esperado que en su viaje a través del continente descubriera algo que le levantara el ánimo. Pero yo no soy ningún controlador de crisis telefónicas ni un consejero de suicidas. Lo que yo hice en aquel momento crítico fue lo que hubiera hecho cualquiera. Que cada uno construye su propio Callahan's Place dondequiera que va, que siempre hay oscuridad antes del alba, que dentro de un año mirarás hacia atrás y te reirás, que por qué no me cuentas algo de lo que te preocupa y tal vez podamos encontrar una solución juntos...
"Él colgó de repente.
"Mi firme convencimiento es que o murió o lo intentó, muy en serio, durante los siguientes quince minutos. Nunca lo sabré. Ni siquiera sé su nombre de pila. Mi vida sufrió cambios en las semanas siguientes. Lo que obtuve de aquello fue ira. Porque en una ocasión entretuve a aquel tipo durante una hora muerta, y él me lo devolvió arrojando todo su karma, demasiado pesado para él, a mi regazo, al tiempo que se aseguraba de que yo no tuviera dónde ponerlo."
Qué sorpresa, Spider. Ése es el procedimiento de actuación estándar para esa clase de vampiro emocional. Ojalá tuviera un cuarto de dólar por cada "suicida" que me ha llamado... y siempre a una hora inconveniente. Y nunca te dicen quiénes son, sólo quieren quejarse y gemir por su desafortunado estado existencial. Las primeras cien veces que me pasó, me inundó la compasión humana y el sentido de la responsabilidad, e intenté convencerles.
Puede que ayudara, o puede que no. ¿Quién lo va a saber nunca? A causa de que esos parásitos de la madrugada no tienen nunca la decencia normal de hacerte saber, después, que fuiste de alguna ayuda. Ellos van y se posan, dejan su cagada, te hacen sentirte mal y cortan. En la actualidad tengo una disposición muy distinta hacia esos intrusos de mi intimidad.
Pero eso era sólo el comienzo de la carta de Spider. Tenía una segunda historia sobre otro lunático que apareció de repente. Fue cuando éste ofreció ese encantador (y absolutamente emblemático) diseño de la Mentalidad de Aficionado en plena floración, el buen aficionado mostrándose a sí mismo in excelsis:
"Jeanne y yo estamos en una convención; algunos aficionados anuncian que nos llevan a cenar. Estupendo, estamos sin pasta y hambrientos. Así que conducimos, conducimos y conducimos. Una hora, y Jeanne, mujer tan moderada como no hay otra, amenaza con sublevarse si no llegamos pronto. Debería haberme supuesto algo, por la manera en que el conductor soltaba risitas. Una hora y cuarto después de que pensáramos en comer, la caravana de tres coches de aficionados se detiene frente a un bareto de carretera llamado, como habrás supuesto, Callahan's. La comida era horrible, los precios de espanto, el servicio de pena, y cuando vino la cuenta nos enteramos por primera vez de que nadie había pensado en pagar nuestra cena. Porque, ya sabes, todos somos aficionados, ¿no?
"Pues no pagamos nuestra cena... ¡no podíamos! Estábamos sin un duro y viviendo de la caridad editorial el fin de semana. Pero fue un momento desagradable, complicado por el enojoso conocimiento de que lo habían hecho para demostrarnos su cariño..."
Y él continúa contando más historias molestas, para terminar su carta con esto:
"Espero que todo esto te sirva de ayuda. Francamente, no tengo muchas esperanzas de que nada pueda civilizar a esas criaturas". La lista de autores y artistas que han sido estafados con cheques sin fondos por sus servicios en convenciones organizadas por aficionados es tan interminable como la lista de escritores y artistas a los que los aficionados han gorroneado comidas, alojamiento y préstamos. Acontecimientos semejantes pueden ocurrir en congresos apañados por aficionados empachados de arrogancia en las escuelas a las que fueron (que lo montaron todo simplemente para poder conocer a "su autor preferido"), o en hoteles de grandes ciudades, o en los congresos de Star Trek o reuniones dedicadas al cómic, las películas de televisión o la ciencia ficción. Escritores destacados como Sturgeon, Herbert, Asimov, Clarke, Niven, Simak, Bova, Moorcock y Sheckley (por nombrar simplemente algunos pocos cuyas impagables experiencias me vienen rápidamente a la mente) se han encontrado a sí mismos atrapados una u otra vez en algún compromiso o convención para hablar en lo que no era nada más que una demencial ilusión de auto-realización en la cabeza llena de basura de un aficionado adolescente, se han encontrado con que habían perdido auténticos actos o viajes porque pensaron que estaban comprometidos con actividades que nunca se materializaban, se han encontrado a sí mismos en una u otra ocasión cargando con el papel que les ha asignado un aficionado de cara amable.
Joe Haldeman escribió:
"Un problema que suelo tener es que escribo ciencia ficción dura pero no soy científico, y de vez en cuando la cago. Hay legiones de tíos raros ahí fuera que leen con una calculadora en su tenebrosa garra... Ha habido un par de locos potencialmente peligrosos. Recibí una nota garabateada después de salir La guerra interminable, felicitándome por "dárselo a los judíos". Todo lo que puedo imaginarme es que una de las primeras personas que mueren en el libro se llama Rabi, un nombre musulmán. Pero aquel tipo probablemente ve la cara de Hitler en los cereales de su desayuno... En una extraña ocasión un aficionado alcoholizado me siguió al anochecer por toda una convención, tratando de que yo jugara al póker. Al final cedí, y tres o cuatro de nosotros subimos a su habitación, donde nos sacó patatas fritas y cartas. Entonces le demostré que sólo tenía dos dólares en mi bolsillo. Él montó en cólera, y llegó a blandir una navaja. Se la quité muy fácilmente... pero fue una de esas experiencias que son más terroríficas cuando las pasas que cuando las cuentas.
"Mira, Charles Manson era un aficionado a la ciencia ficción. No me preocupan tanto las cartas descabelladas ni el aficionado ocasional que te escupe en público. Me preocupa el tipo callado con el pelo hasta el culo de largo y con una pistola en el bolsillo. Afróntalo, Harlan; nos exponemos en suficientes escenarios y, tarde o temprano, ese tipo va a estar entre el público. Esperemos que no pueda afinar la puntería".
Estuvo en uno de mis públicos, Joe. Disparó bastante bien. Recuérdame que te cuente esa historia alguna vez.
Ésa es una de las historias que yo sí puedo contar. Hay muchas otras anécdotas y horrores que se me ha pedido que no cuente. Hay cuentos que me han relatado "a micrófono cerrado", en la más estricta confidencialidad, en voz baja y en secreto, historias cuyos narradores no podían parar de explicar las terribles noticias, pero que, cuando acababan su conmovedora historia, repentinamente se daban cuenta de que la verían impresa. Y me pedían que sus nombres no aparecieran. Son historias que yo no puedo verificar... de fuentes que insisten en permanecer anónimas...
Como el famosísimo y viejo escritor, un nombre estrella de la edad de oro, que albergó a un aficionado, que sólo le pidió al aficionado que hiciera de canguro mientras él y su mujer tuvieron que salir, y que no descubrió, hasta semanas después de que el aficionado se hubiera ido, que su "invitado" había sodomizado a su nieta de once años.
Como el autor de fantasía que había escrito una novela de contenido fuertemente sexual que recibió un escupitajo en una convención.
Como la anciana escritora que se vio obligada a cambiar de apartamento para escapar de las atenciones de tres aficionados que no dejaban de llamarla, escribirle y venir a su casa sin avisar.
Y más, y más, y más. Pero esto se convierte sólo en una pila de redundancias. ¿Hasta cuándo? Hasta el extremo de reforzar la realidad de lo que sufren los escritores con muchos de sus "amables seguidores" tan sólidamente que ni siquiera el más pequeño agujero de racionalización -como aquella incoherencia de que "bueno, Ellison es un blanco tan claro, se merece lo que le pasa"- les permita a los defensores culpabilizados sentir cólera y rabia ante este ensayo.
Después de que leyera este material en la 37ª Westercon en Portland, recibí muchas cartas de profesionales y de aficionados, asustados por la magnitud del problema.
A ver qué les parece esta, de Simon Hawke:
"No hace muchos años, mi agente estaba tratando de vender algo mío a una editora que permanecerá anónima. (Y no divulgaré su nombre, no me lo pidas.) Ten en cuenta que es una editora que no conozco ni ha hablado conmigo, pero que sabe que Simon Hawke solía escribir con otro nombre. (Ahora soy una persona distinta de muchas formas. Más viejo, más sabio, más tranquilo y más filosófico sobre los sinsabores de la vida.) Esta editora echó un vistazo a la propuesta, con mi nombre en ella, y -lo sé de un buen informador que estaba presente en la oficina- la rechazó sin molestarse siquiera en leerla. Parece ser que ella se hallaba en una ocasión en un tren, camino de una convención en Boston, y recordaba a un grupo de aficionadas, sentadas al otro lado del vagón. Hablaban lo bastante alto para que pudiera oírlas, y comentaron mis "excesos sexuales", como si fueran un grupo de colegialas comparando apuntes, de una forma tan detallada y gráfica que ella se enfadó, tanto que lo recordaba años después e influyó en su opinión sobre mí. Yo no era de su gusto para hacer negocios. Y la razón por la que sé esto es que ella lo mencionó en la oficina, donde lo oyó mi conocido.
"Ahora, arriesgándome a parecer demasiado recatado, diré que si bien es verdad que, en el pasado, me he ido a la cama alguna vez con alguien a quien conocí en una convención, no soy Warren Beatty, ni el marqués de Sade, ni tampoco John Holmes. En pocas palabras, soy un amante medio en mis mejores ratos, me gusta pensar que soy considerado, sentimental y generoso, pero hay que tener una imaginación retorcida para creer que soy un atleta sexual. Para no precisar demasiado diré que no sé quiénes eran aquellas mujeres, y que si bien es posible que haya conocido a alguna o a más de una de ellas, incluso quizás haber conocido en la intimidad a alguna, aunque me sobresalta pensarlo, no hice nada fuera de lo común que provocara ningún comentario. Seguro que nada que molestara a nadie. Y sin embargo, aunque este incidente no comienza a aproximarse a la clase de sucesos desagradables de los que hablas, socavó mi reputación a los ojos de aquella editora y me costó una venta.
"Como mucha gente, yo solía pensar que tú atraías ese tipo de cosas, sin quererlo, debido a tu aspecto espectacular y a tu comportamiento agresivo, cercano y personal. Estaba equivocado, como demuestras tan evidentemente citando a aquellos que respondieron en serio. Me había dejado ver poco, sin ir a convenciones ni hablar con editores, dejando que mi agente manejara todos mis asuntos, desesperado por mandar a paseo, de una vez por todas, la clase de chismorreo que había estado pendiendo sobre mi cabeza como una espada de Damocles".
Mildred Downey Broxon escribió:
"Aquel fue un discurso provocador en la Westercon, y fue el único tema de conversación muchas horas después, al menos para el grupo agitado y aliviado en que me encontraba.
"Tu inclusión de testimonios de otros sufridores añadió verosimilitud. Después de todo, se podía decir que tu espectacularidad y tu personalidad positiva te convierten en un blanco natural; pero las pruebas de otras víctimas muy distintas fue decisiva."
Ella dijo algo todavía más interesante, y pasaré a eso en un momento; pero la autentificación de lo que he transcrito aquí, mediante el testimonio del editor, es comparable a la exposición en público de las cartas en aquel banquete de Invitado de Honor. En la presente ocasión yo no quería que los citados señores Osborn del fándom dispusieran de un disparo gratis para invalidar el mensaje, embarrando el agua, desviando el foco de atención... mediante las calumnias dirigidas al mensajero. Incluso si me pillan en todos los rumores y chismorreos de cosas desagradables que ponen ante mi puerta, incluso si me comporto igual de bestia que lo que sugiere la factoría de aficionados, ¿cómo explican sus defensores todo el resto de esta letanía?
Como decía Malzberg, el noventa y cinco por ciento de ustedes de ahí que son honrados, sanos, racionales y educados, aquellos de ustedes que se quedan horrorizados ante estas revelaciones, no sabrán cómo reaccionar, porque no actúan de esa manera y no podrán suponer que otros sí saben actuar así y creen que son estupendos o cualquier cosa menos repugnantes. Pero el cinco por ciento -algunos de los cuales aparecerán sin duda en la sección de cartas de un número posterior, para explicar por qué los escritores se merecen ser tratados como basura, para decir que no estaríamos en ninguna parte si no fuera por su abnegado apoyo hacia nuestras carreras, mediante el gasto de sus apuradas economías, que no tenemos ningún derecho a quejarnos y que deberíamos estar agradecidos servilmente hasta por los mensajes negativos-, ese cinco por ciento continuará comportándose como fieras.
Y tras haber leído el material que acaban de leer (que se ha visto aumentado por contribuciones adicionales de escritores cuyas réplicas me llegaron después de la Westercon, o que fueron solicitadas recientemente para algunas actualizaciones), así acabé mi discurso de Invitado de Honor:
(Dije:) Me he guardado lo mejor para el final. De todo lo que me han hecho -y sólo he rascado la superficie del tema- y de todo lo que les han hecho a otros escritores y artistas, la monstruosidad que se lleva la palma, la anécdota que creo que pondrá el último clavo al ataúd, viene de Alan Dean Foster.
La he dejado para el final, porque ni el detractor más cruel puede hallar una palabra negativa sobre Alan Dean Foster. Es el hombre más honesto y educado que se puede encontrar.
Esta sí que no van a creerla.
"Querido Harlan:
"En respuesta a tu carta del día 5, sólo tengo un incidente que podría encajar con tus propósitos y todavía no lo acabo de asimilar. Volvía a mi habitación de hotel en compañía de uno de los organizadores de la convención, después de leer el discurso de Invitado de Honor de la pasada Okon, cuando alguien chilló: "¿Alan Foster?"; yo me di la vuelta y me arrojaron a la cara un vaso de papel lleno de vómito caliente.
Hoy en día lo que me desconcierta no es el ataque en sí, que llegas a esperar con el tiempo, sino la clase de mente que pudo concebir algo semejante y que además encontró divertido el conservar su propio vómito, con la intención de usarlo para atacar a otra persona. Alguien tuvo que vomitar cuidadosamente en un vaso y llevarlo cuidadosamente consigo durante el tiempo en que me buscaban. Para mí, esto es infinitamente más grave que el propio hecho de lanzarlo."
Amable lector, debería haber visto aquella sala de banquetes mientras yo leía la carta de Alan. La sala estaba abarrotada -si recuerdo correctamente, algo así como mil quinientos o mil seiscientos asistentes en aquella Westercon- y leer esta charla me llevó una hora y media. A medida que pasaba el tiempo, y desfilaba un nombre tras otro, a medida que un incidente desagradable seguía a otro incidente sobre una anécdota, la sala se quedó silenciosa... la risa temblona y nerviosa que había acompañado la narración de las primeras historias ya había cesado. En una mesa una mujer lloraba, con la cabeza cruzada sobre sus brazos, sobre la mesa. En otra mesa un hombre daba golpes al asiento de su silla, una y otra vez, sin darse apenas cuenta de que lo estaba haciendo. Había una mujer en la parte del fondo, pidiendo con gemidos "Pare, pare, por favor pare". Un hombre que estaba apoyado contra la pared tenía los ojos cerrados, y se balanceaba adelante y atrás. Y de todas partes en aquella enorme sala, cuando leí la carta de Alan, salieron sonidos de asombro. Por fin, con lo último, ya no podían negar el mensaje implícito en el discurso. Todo había sido un preámbulo. En aquel momento se encontraban vacíos, horrorizados por completo, con los ojos fijos y pálidos, una gran sala llena de seres humanos honestos que tuvieron que admitir, por fin, que en sus filas había algunos de esos que no pueden ser perdonados.
Yo acababa de cumplir los cincuenta. Hacía poco más de un mes. Uno de los vendedores aficionados había tomado nota de ello, y había sacado un producto para vender, en aquella Westercon en la cual yo era Invitado de
Honor. Así que finalicé mi lectura de este modo:
"¿Y dónde cobra sentido, donde adquiere un significado esta terrible letanía de faltas de educación y exigencias? ¿Cuál es el motivo? Bueno, resulta que es un comportamiento aceptable el que a un comerciante/aficionado que tiene la idea de imprimir camisetas que dicen, de una forma tan inteligente,
50 años cortos de Harlan Ellison
para venderlas en la convención en que el tal Harlan Ellison es el Invitado de Honor, no se le ocurra siquiera que el hombre cuyo nombre está vendiendo por cinco dólares cada pieza pudiera tener derecho a una parte de los beneficios, y ni mucho menos si tiene derecho a que se considere por un momento que la camiseta pueda ser insultante.
Pero nadie piensa en eso, y se venden docenas de esas camisetas, se llevan puestas, pues estoy viendo desde aquí que muchos de ustedes se han embutido precisamente en esa obra de arte; y ustedes se me acercan, y se quedan en frente de este citado "Invitado de Honor" y me piden un autógrafo, o me hacen una pregunta, o un comentario, con ropas que se burlan de mi altura (un hecho natural sobre el que no tengo control, al contrario que su mala educación, que es totalmente de su propia cosecha), y ninguno de ustedes piensa que el individuo de la camiseta podría sentirse herido por un acto tan insensible. Ya sé que debo asumir que ninguno de ustedes lo pensó detenidamente, porque la alternativa que me queda es ver a alguien que arroja vómito caliente.
"Y el individuo del lema de las camisetas sonríe mientras les firma un autógrafo, mostrándose servilmente agradecido por su atención, como corresponde, y el cincuentañero no dice nada.
"Pero igual que George Alec Effinger, Stephen King, Barry Malzberg, David Gerrold, Tim Kirk y muchos, muchos otros que me pidieron que sus nombres no se mencionaran... el cincuentañero bajito se resentirá cada vez más yendo siempre entre esas personas.
"Porque ellos no son así de amables. Y no se necesita soportar la mala educación de esos que fingen ser todos de la misma familia de soñadores nobles, no cuando hay tantos completos extraños en el mundo que se comportarán como bestias sin motivo.
"Hijos de nuestros sueños, muchos de ustedes lo han dicho. "Oh, cómo me impresionó lo que usted escribió; oh, como cambió usted mi vida; oh, cuánto significó para mí esta o aquella historia cuando estaba solo y desesperado". Los hijos de nuestros sueños.
"Xenogénesis.
"Los hijos no se parecen al padre.
"Y muchos de ustedes se preguntan por qué algunos de esos padres literarios están a favor del concepto de que el control de la natalidad se haga retroactivo."
Aquello fue el final, o por lo menos debería haberlo sido. Pero la realidad continúa desafiando nuestras mejores fantasías para el título de "La Historia Más Increíble".
En las semanas que siguieron al discurso, como dije, recibí un montón de correo acerca de la presentación. Todo era parecido a lo que sigue, un fragmento de una carta de un joven llamado Anthony Pryor, que por entonces vivía en Portland:
"Su discurso del banquete me impresionó gratamente. Yo sabía que algunos aficionados locos de vez en cuando hacían cosas desagradables a los autores; pero esto... ¡impensable!... Y para demostrarle que su enfado, y las palabras con las que lo supo expresar no cayeron en oídos sordos, quiero que sepa que yo, al igual que muchos amigos con los que he hablado, nos esforzaremos especialmente -si somos conscientes de ello y tenemos los medios para actuar- para evitar que ocurran las cosas que usted describió en su discurso. Quizá nunca tengamos la oportunidad. Los psicópatas seguirán con sus vituperios, lastimando e indignando a los autores a pesar de nuestros débiles intentos de pararlos, pero si podemos impedir que ocurra una sola vez, habrá merecido la pena."
Lo cual haría suponer que si se presenta un caso de forma tan intensa, y se lee con convicción y apasionamiento, llegará a lo más hondo del oyente más sencillo. Muy bien. Y los cerdos podrán volar.
Aquí tienen un extracto literal del informe de progresos de la 37ª Westercon que circuló en aquel acto. Tiene fecha del lunes, 2 de julio. Se distribuyó por toda la convención la mañana después de mi lectura.
"Control de rumores: Aproximadamente a las 4:15 de la madrugada se activaron varias alarmas contra incendios en el hotel y hubo que evacuar temporalmente algunos pisos. Por lo que hemos podido saber, esto fue lo que ocurrió:
"Un detector de humo fue arrancado del techo en el pasillo del piso 12. Esto hizo que una alarma se activara.
"Se pulsó una alarma de incendios en el piso 10.
"La activación de las alarmas de incendios provoca el funcionamiento automático de determinados mecanismos de seguridad del hotel. Se cerraron las puertas anti-incendios. Se encendió un sistema de ventilación de emergencia.
"Un motor de fuelle se atascó. El salón F comenzó a llenarse de humo que provenía de una correa de ventilador en llamas del motor atascado.
"Aunque había humo, parecía no haber fuego.
"Desconocemos quién rompió el detector de humo o quién le dio a la alarma.
"Todas las fiestas se clausuraron. Agradecemos la calma y la cooperación de todo el mundo.
"Actualización 7:30 a.m.: En una reunión con la dirección del Marriott se hizo hincapié en la importancia de las falsas alarmas. La posibilidad de daños o de muerte es grande en cualquier evacuación de urgencia.
"Debido a las falsas alarmas de la pasada noche, no podremos permitir ninguna fiesta en las habitaciones esta noche. Si podemos identificar a el/los individuo/s responsable/s de la alarma, tal vez (repetimos: tal vez) podamos renegociar con el hotel.
"Si no podemos celebrar fiestas en las habitaciones, daremos una gran fiesta en el Salón E. Esto significa que sólo se permitirán bebidas alcohólicas del hotel en ese lugar.
"La Suite de la Hospitalidad estará abierta en la Suite Presidencial hasta las 6 p.m., sin que se sirva alcohol. A las 6 p.m. la Hospitalidad se trasladará al piso de la Sala de Baile para dar cabida (textual) a todos los bailes y fiestas del lunes por la mañana. Esto va en consonancia con el acuerdo sobre "No más fiestas" que negociamos con el hotel.
"El Comité Organizador de la Convención lamenta profundamente esta importante contrariedad. Estas gamberradas nos ponen en peligro a todos.
Y en la carta que recibí de ella la semana posterior a la convención,
Mildred Downey Broxon continuaba diciendo:
"Corre el rumor de que pensabas que el idiota que conectó la alarma de incendios pudiera haber actuado por la influencia de tu discurso. Me inclino a ponerlo en duda. Esa persona seguramente ni oyó tu discurso, y si lo oyó, no entendió lo que dijiste. Es muy probable que alguno de estos seres infrahumanos fuera el culpable.
"Sin embargo, el que el incidente siguiera tan de cerca a tu discurso tal vez provocó que tomaran nota aquellos que consideraran exageradas tus palabras. No hay nada como que te levanten a las 4 de la madrugada para hacerte pensar. Y piensas mucho y disgustado."
Y así, sin el arte; la naturaleza imita a la naturaleza.
Podría haber habido más, mucho más, en este artículo. Tengo a mano una larga serie de quejas de Joe Straczynski sobre el nuevo tema de los abusos de los aficionados... de los sistemas de boletines informáticos; y una última respuesta de Jean M. Auel que describe una petición de dinero "de cualquier cantidad entre 20 y 8.000 dólares" hecha por un seguidor; y un sorprendente incidente que le ocurrió a Joe L. Hensley...
Pero ya se habrán hecho una idea.
Y aquellos de ustedes que están en el noventa y cinco por ciento normal, educado... Bueno, puede que este paquete concentrado de basura les alerte contra el otro cinco por ciento que pululan entre nosotros. Los citados Paul Osborns del mundo. Esos que se acercan arrastrando los pies a la fiesta de los nobles soñadores con ese vasito de papel escondido tras la espalda.
Vómito caliente. Xenogénesis. Que tengan un buen día.
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