CONTENIDO LITERAL

("Aguardando el año pasado", comentario de Joan Carles Planells. Derechos de autor 1990, Joan Carles Planells)

Ahora que el malogrado Philip Dick está en muy buena parte ya al alcance del público castellano (quedan pocas obras inéditas y menos de las verdaderamente importantes), cabría preguntarse por qué muchos de los lectores y aficionados a la SF siguen rechazando sistemáticamente sus novelas. ¿Es un problema de lectores o de género? Nunca he encontrado un aficionado a la novela policíaca que rechace a Dashiell Hammett, a Raymond Chandler o a Donald Westlake. A nadie se le ha ocurrido menguar influencia al gran W. R. Burnett (el lector comprenderá que estoy hablando de narrativa policial de calidad, no de entretenimiento a lo Agatha Christie). En la ciencia ficción ocurre lo contrario: se despotrica y se alaba indiscriminadamente a Heinlein, Asimov o Dick, según el punto de vista del lector en cuestión. Quizá el problema esté en que la ciencia ficción no es verdaderamente un género literario sino una literatura propia en sí misma, como he dicho ya en alguna ocasión. Quizá mirándolo de esta manera sea explicable el fuerte rechazo de tantos lectores a la obra dickiana.
Y sin embargo, ahí está. Cada vez más importante e influyendo en tantos y tantos nuevos escritores (y lectores). Y ahora, Júcar nos ofrece en su colección la más importante de sus novelas que permanecían aún inéditas: este Aguardando el año pasado, una novela que, como Ubik, como Los tres estigmas de Palmer Eldritch, se adentra en este desdoblamiento de la realidad, es esa falsa fachada con que fabricamos todos nuestro mundo o universo particular. Como en las mencionadas, como en toda la obra más importante de su autor, se juega con los conceptos del tiempo, la realidad, la ilusión, las drogas, el fracaso. Como en toda su obra mayor, nada tiene solución, no se llega a un final feliz. En realidad, ni se llega a un final siquiera. ¿Acaso la vida tiene finales? Si la vida no tiene nunca un final (ni feliz ni desdichado), ¿por qué debe tenerlo la ficción? Y menos aún la ficción de este diseccionador de realidades falsas, aparentes y engañosas que fue el fallecido autor. Escritor compulsivo, elocuente, sarcástico, triste y juguetón a un tiempo, todas sus obras (importantes y no importantes) reflejan algo de su personalidad, su visión de las cosas. A Dick le importaba menos conservar la hilazón argumental que introducir elementos discordantes en medio de la acción, seguir una narración lineal que torcerla repetidamente mediante giros inesperados (ejemplo: la muerte del protagonista a mitad de la novela El mundo contra reloj). Porque, insisto, en el fondo sus novelas no son más que un espejo de la realidad que vivimos. Y cuando estamos leyendo ficción, ¿nos gusta que nos enfrenten a la realidad? Quizá por eso Dick no guste a tantos. Porque habla de las cosas que atañen demasiado de cerca a cada uno de nosotros: la vida, la muerte, el fracaso, la simulación de la realidad, lo humano e inhumano que puede haber en todos y cada uno de nosotros. Porque, en realidad, las novelas de Philip K. Dick no se leen: se viven. Y muchos prefieren estar muertos.