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CONTENIDO LITERAL
("Abominables sucesos de la casa Figueroa [los]," comentario de Pedro Jorge Romero. Derechos de autor 1996, Pedro Jorge Romero)
A Julián Díez le sucede exactamente lo mismo que a Rafael Marín: cada uno defiende su poética particular que les indica como debe escribirse una historia, pero por suerte, esa poética rara vez coincide con las obras que producen. Leyendo las opiniones de Julián Díez sobre como debería ser la ciencia ficción española, uno podría con seguridad esperar lo peor. Por suerte, ese no es el caso.
Ambientada en la España de 1853 (aunque el narrador cuenta desde más de cuarenta años en el futuro), Los abominables sucesos de la casa Figueroa nos introduce en una mundo mágico y fantasmal. Horacio, desdeñoso de los románticos, conoce a Rosaura Figueroa. Perdidamente enamorado de la muchacha la corteja. Poco a poco, durante el proceso de enamoramiento, va teniendo sueños de carácter sexual, con Rosaura de protagonista, cada vez más violentos. Finalmente se verá envuelto en sucesos sobrenaturales de los que no escapará ileso.
El autor, en la presentación de la obra en Gadir 95, afirmó que se trataba de una narración obscena y machista. No sé si será machista, pero obscena sí que no lo es. Las escenas de sexo soñadas por Horacio son demasiado esquemáticas y el autor parece convencido de que le basta emplear palabras como "sodomizar" para crear grandes descripciones sexuales. Bien es verdad que el narrador es un habitante del siglo XIX, pero también es cierto que Horacio es lector de Sade y uno esperaría que con tal maestro se esmerase más.
También le fallan algunas escenas hacia el final. Todo lo que sucede en Galicia pide ser contando con mayor calma y las escenas del aquelarre final podrían haber sido un poco más claras. Tenía espacio de sobra para hacerlo (después de todo, el libro apenas supera las cincuenta páginas).
Pero eso, reservas aparte, no evita que estemos antes un cuento (la verdad es que no creo que sobrepase las 15.000 palabras) de calidad. Julián Díez sabe recrear el ambiente en el que nos quiere introducir y las primeras páginas de la historia atrapan al lector, que ya no puede sino seguir leyendo. Incluso se permite introducir algunas claves que sólo son comprensibles en una relectura posterior. Además, aprovechando que Horacio escribe desde el futuro, construye un final lleno de notas irónicas, referidas a nuestro mundo, que no pueden por menos que arrancar la sonrisa del lector. Leer, y escribir, en 1995 lo que alguien a finales del siglo XIX cuenta que sucede y lo interpreta a la luz de unos acontecimientos acaecido en 1853, no puede sino ser postmodernismo. ¿No es esta obra en el fondo una revisitación irónica del pasado?
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