|
CONTENIDO LITERAL
("Serendipity", artículo de Miquel Barceló. Derechos de autor 1955, Miquel Barceló)
Una de las razones más claras para que una narración de ciencia ficción resulte increíble y del todo malograda es el recurso que algunos autores noveles hacen de la figura del "científico". Para mi desgracia he tenido que leer demasiadas veces historias en las que el autor parece asignar un papel casi divino y omnipotente a unos supuestos "científicos". En realidad se trata de personajes rotundamente falsos y que sólo están presentes para actuar como el más vulgar arquetipo de un tipo humano realmente inexistente. Un tipo humano con poderes de demiurgo moderno y, según la ingenuidad de esos autores, fuente última de fiabilidad y confianza de un grupo de humanos ridículamente satisfechos de que esos supuestos "científicos" les resuelvan la vida.
Siempre que un personaje aparece en una narración sin que el autor haya prestado atención a su psicología, la narración se resiente de una falsedad intrínseca que la desmerece de forma inevitable. Pero cuando se trata de ese "científico" que todo lo explica y todo lo sabe el defecto suele molestarme mucho más de lo que, tal vez, debería.
Es fácil decir que conocer el mundo real de esos "científicos" me ha llevado a imaginar, con mucha mayor facilidad, mis héroes en otras profesiones. Algunas novelas como el ya tan traído y llevado Cronopaisaje de Gregory Benford ayudan a difundir un cierto sentido de realidad en torno a los personajes que se dedican al ámbito de la ciencia y la tecnología. Pero forman parte de lo que podríamos llamar una selecta minoría.
Conviene reconocer que esa mistificación del "científico" es muy habitual en nuestra sociedad y no sólo en los malos autores de ciencia ficción. Recientes encuestas en torno a la consideración que el gran público siente por diversas profesiones, muestran siempre a los "científicos", "catedráticos" e "ingenieros" en los primerísimos lugares de apreciación, incluso bastante por encima de "médicos", "jueces" y otras profesiones.
Otro gallo nos cantara si se conociera con mayor fidelidad la actividad real de aquellos que tienen por principal dedicación encontrar nuevos conocimientos o artefactos o, en el peor (y más habitual) de los casos, difundir el conocimiento de lo que ya se sabe.
Cuando los científicos quieren ser honestos reconocen que muchas veces algunos de sus mejores descubrimientos se han hecho "sin querer", o cuando menos sin perseguir precisamente aquello que se encuentra. El inglés ha acuñado un término específico (e intraducible) para etiquetar esos hallazgos científicos encontrados de forma involuntaria: serendipity, que el diccionario Oxford define como "la facultad de realizar por casualidad descubrimientos afortunados e inesperados".
Muchos se sorprenderían al saber cómo algunos de esos frutos de la esforzada actividad "científica" proceden en realidad de la serendipity. La lista es larga y se condimenta con algunas de las más sugerentes anécdotas (la mayoría apócrifas y tal vez inciertas) de la ciencia moderna. Analgésicos como la aspirina, inventos como el velcro, el nylon o los hornos microondas, la misma penicilina, los rayos X o incluso algo tan peligroso como la dinamita parecen haberse hallado por casualidad. O mejor dicho cuando se buscaba otra cosa. Porque si bien es cierto que la serendipity es un fenómeno bastante habitual en la ciencia, difícilmente se encuentra algo cuando ni siquiera se está buscando o se tiene la capacidad para darse cuenta de que algo inesperado ha sucedido y se tiene también la voluntad de estudiarlo cual corresponde.
Un ejemplo paradigmático es ese artefacto que está en muchas cocinas en forma de "horno de microondas". La leyenda quiere que un ingeniero que practicaba con emisiones de microondas llevara una tableta de chocolate en el bolsillo y descubriera la inevitable mancha que el chocolate derretido por las microondas dejara en su pantalón.
Más serio y menos legendario es el caso de la famosa aspirina, el ácido acetilsalicílico. Cuando, allá por 1870, el fenol era un buen antiséptico utilizado por vía tópica en cirugía, parecía interesante poder administrarlo por vía interna y no tópica. Cuando se descubrió que el ácido salicílico, una vez introducido en el cuerpo humano, producía fenol se empezó a administrar con la mejor buena voluntad con la intención de prevenir infecciones. En realidad las infecciones ni se enteraron, pero a los que tomaban el ácido salicílico les bajaba la fiebre. Las propiedades antipiréticas era claras, pese a los terribles vómitos que producía la ingesta del ácido salicílico. Tras esas primeras experiencias fruto de la casualidad, Hoffman, un químico de la Bayer, obtuvo el ácido acetilsalicílico a partir de una modificación del ácido salicílico. Además de ser antipirético, sus propiedades analgésicas han hecho mundialmente famosa a esa aspirina fruto de la serendipity.
En cualquier caso, la serendipity, entre otras muchas, es una buena razón para relativizar esa admiración popular por la ciencia y sus practicantes, posiblemente nacida de la jerga infumable que suelen usar los menos capaces en el vano intento de esconder su verdadera ignorancia. Nunca olvido que los médicos de, pongamos, el siglo XVI, hablaban en latín para simular que disponían de conocimentos especializados, aun cuando es evidente que su real saber sobre el funcionamiento del cuerpo humano estaba en realidad bajo mínimos.
Como es lógico, conviene relativizar no sólo la ciencia, sino cualquier otra actividad humana, realizada al fin y al cabo por esos seres tan imperfectos que hemos llegado a ser tras muchos siglos de esfuerzo para viajar de la nada a la más absoluta miseria como decía el bueno de Marx, don Groucho.
Pero nadie debería llamarse a engaño: aunque la serendipity pueda ser fundamental en algunos descubrimientos, nadie encuentra nada si no está, al menos, buscando algo. Porque ese es el verdadero valor de la actividad del "científico": buscar en la confianza de que el trabajo pueda quedar recompensado con el hallazgo (en realidad sólo reservado a una pequeñísima fracción de los que etiquetan su actividad con referencia a la ciencia...). Aunque, en realidad, el hallazgo final pueda no tener nada que ver con aquello que se estaba buscando.
Hay una broma habitual entre científicos (al menos entre los que son lo bastante inteligentes como para reírse un poco de su actividad...). Se trata de comparar al bueno de Cristóbal Colón con los científicos. Y está bien construida: Colón, como muchos científicos, iba en busca de una cosa (las Indias) cuando encontró otra (América). Pero, eso sí, el caso de Colón es más grave que el de algunos científicos ya que el bueno de don Cristóbal fue incapaz en toda su vida de darse cuenta cabal de lo que en realidad había descubierto. Los científicos suelen ser capaces de darse cuenta... Aunque, de nuevo, Colón se hermana con los científicos en esa común voluntad de exigir que su filantrópico actividad "descubridora" sea financiada por el Estado (o por la buena de Isabel en el caso del navegante).
Lo que, en cierta forma, viene a decimos que no tan solo hay serendipity en la ciencia y que incluso en la navegación es posible hallarla. Como, con toda seguridad, es posible hallarla en gran parte de las múltiples facetas de la vida. Mal iría si así no fuera.
|