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COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN
(Comentario de Ignacio Romeo publicado en el volumen Tránsito boletín informativo 7, ediciones Tránsito, colección Boletín informativo, número 7, edición de 1988. Derechos de autor 1988, Ignacio Romeo)
No es fácil enjuiciar correctamente esta novela, intentando hacer justicia a lo bueno (que lo hay) y a lo malo (que no falta), que contiene. Lo peor es que las cosas ocurren tanto en Arteuno como entre los GRHT (Grupo de Resistencia de los Hombres Tristes) o en el Campo de Batalla, de una manera absolutamente falta de justificación. Es muy arriesgado describir con cierto detalle una sociedad distinta de tal modo que se suponga que debe de ser funcional. Desde luego no es algo nuevo el dividir una sociedad en dos o más partes aisladas unas de otras. En La máquina del tiempo de Wells, se encuentra la división entre los Eloi y los Morlocks. Pero aquí ambas partes tienen funciones definidas: los Eloi sirven de alimento a los Morlocks, y los Morlocks facilitan los medios para una existencia edénica... hasta que llega el hachazo
Pero en el libro de Martín la cosa no es igual. Los habitantes de Arteuno llevan una vida de adolescentes oligofrénicos sin justificación alguna. Los Feudales han creado Arteuno como fuente de obras de arte y distracciones para ratos de ocio. Ello está, desde luego, en contra a como, a lo largo de la historia, surgieron ciudades ricas en obras de arte, pero, en fin... La cosa parece que se salió de madre, pero, ¿cómo? Los habitantes de la ciudad ignoran lo que ocurre fuera ¿por qué? Sus dirigentes se forjan en el Campo de Batalla. Extraño concepto, por lo menos. Hay una cosa que yo quisiera indicar, sin la menor intención de ofender a nadie, y si lo hago, pido excusas por anticipado, y es que hay géneros literarios muy especializados, como pueden ser el género policíaco, el western y, desde luego la SF, que usan técnicas y sobre todo un punto de vista igualmente especiales. El escritor que pase de un género a otro puede encontrar serios obstáculos, o lo que es más grave, no darse cuenta de ello. Las narraciones de Isaac Asimov de tipo detectivesco son, hablando claro, una pena, y las incursiones de Doris Lessing en la SF incitan a huir a las montañas.
Y un error que se comete fácilmente en la SF, al menos en la española y tal vez en la francesa, es abrumar al lector con un torrente de cosas innecesarias. Por ejemplo, comparemos los neologismos del libro que nos ocupa con, por ejemplo, los de La naranja mecánica. En ésta hay muchos, sobre todo de origen ruso, pero hay una explicación para ello. En el libro de Martín los neologismos ocurren porque sí, sin ninguna razón. Un atisbo de ello está en la soberana estupidez de las páginas 26 y 27.
Y por último, un defecto que también se puede apreciar en mucha de la SF española (pero no exclusivamente en ella), que es cosa de principiantes pero también de veteranos en declive (como Heinlein): es la moralina expresa o implícita que es capaz de estropear algún relato por otra parte bastante bueno. ¡Ved cómo la maldad produce frutos horribles! ¡Mirad la virtud recompensada! ¡Qué malos son los hombres! ¡Qué buenos son los hombres! Cuando un libro se llena de Mensaje ocurre como con alguno que no debo mencionar (no es éste): ¡No pude acabarlo!
(Comentario de Ignacio Romeo publicado en el volumen Nexus 2, ediciones Nexus, colección Revista, número 2, edición de 1987. Derechos de autor 1987, Ignacio Romeo)
No es fácil enjuiciar correctamente esta novela, intentando hacer justicia a lo bueno (que lo hay) y a lo malo (que no falta), que contiene. Lo peor es que las cosas ocurren tanto en Arteuno como entre los GRHT (Grupo de Resistencia de los Hombres Tristes) o en el Campo de Batalla, de una manera absolutamente falta de justificación. Es muy arriesgado describir con cierto detalle una sociedad distinta de tal modo que se suponga que debe de ser funcional. Desde luego no es algo nuevo el dividir una sociedad en dos o más partes aisladas unas de otras. En La máquina del tiempo de Wells, se encuentra la división entre los Eloi y los Morlocks. Pero aquí ambas partes tienen funciones definidas: los Eloi sirven de alimento a los Morlocks, y los Morlocks facilitan los medios para una existencia edénica... hasta que llega el hachazo
Pero en el libro de Martín la cosa no es igual. Los habitantes de Arteuno llevan una vida de adolescentes oligofrénicos sin justificación alguna. Los Feudales han creado Arteuno como fuente de obras de arte y distracciones para ratos de ocio. Ello está, desde luego, en contra a como, a lo largo de la historia, surgieron ciudades ricas en obras de arte, pero, en fin... La cosa parece que se salió de madre, pero, ¿cómo? Los habitantes de la ciudad ignoran lo que ocurre fuera ¿por qué? Sus dirigentes se forjan en el Campo de Batalla. Extraño concepto, por lo menos. Hay una cosa que yo quisiera indicar, sin la menor intención de ofender a nadie, y si lo hago, pido excusas por anticipado, y es que hay géneros literarios muy especializados, como pueden ser el género policíaco, el western y, desde luego la SF, que usan técnicas y sobre todo un punto de vista igualmente especiales. El escritor que pase de un género a otro puede encontrar serios obstáculos, o lo que es más grave, no darse cuenta de ello. Las narraciones de Isaac Asimov de tipo detectivesco son, hablando claro, una pena, y las incursiones de Doris Lessing en la SF incitan a huir a las montañas.
Y un error que se comete fácilmente en la SF, al menos en la española y tal vez en la francesa, es abrumar al lector con un torrente de cosas innecesarias. Por ejemplo, comparemos los neologismos del libro que nos ocupa con, por ejemplo, los de La naranja mecánica. En ésta hay muchos, sobre todo de origen ruso, pero hay una explicación para ello. En el libro de Martín los neologismos ocurren porque sí, sin ninguna razón. Un atisbo de ello está en la soberana estupidez de las páginas 26 y 27.
Y por último, un defecto que también se puede apreciar en mucha de la SF española (pero no exclusivamente en ella), que es cosa de principiantes pero también de veteranos en declive (como Heinlein): es la moralina expresa o implícita que es capaz de estropear algún relato por otra parte bastante bueno. ¡Ved cómo la maldad produce frutos horribles! ¡Mirad la virtud recompensada! ¡Qué malos son los hombres! ¡Qué buenos son los hombres! Cuando un libro se llena de Mensaje ocurre como con alguno que no debo mencionar (no es éste): ¡No pude acabarlo!
(Comentario de Juan José Parera publicado en el volumen Máser boletín informativo 5, ediciones Juan José Parera, colección Boletín informativo, número 5, edición de 1987. Derechos de autor 1987, Juan José Parera)
Tal y como el director de la colección, Domingo Santos, que ya vuelve a aparecer por todos lados, puso de manifiesto, los españoles iban a aparecer cada vez más en la colección de bolsillo de Ultramar. ¿Es que la política editorial adecuada es la de reunir reediciones de los clásicos que puedan mantener la serie y añadirle los españoles que por sí solos no lo harían? Parece ser que sí. Las novedades salen en otras colecciones y series de la misma casa, con poca frecuencia por cierto. Esto que ocurre no es malo, o, al menos, es menos malo que el que no saliese ningún españolito. Lo que nos tememos es que no sólo de reediciones anglosajonas se mantenga. Puede ser, incluso, que se reediten novelas de los hispanos que más fortuna tuvieron en su día.
En todo caso, los varios intentos anteriores, tienen su colofón en el libro objeto de este comentario. Uno que ya había conocido a Martín a través de las abundantes novelas de serie negra o policíacas, le ha extrañado bastante verle en una obra fantacientífica. Ahora bien, voy a arriesgarme a efectuar una hipótesis: Martin no escribe mal. De momento ya es bastante. Es más, tiene algunas obras verdaderamente ilustres. Una de ellas es con la que ganó el premio Círculo del Crimen en 1980: Prótesis. Menciono la novela entre otras cosas porque alguna de las ideas de allí se vierten nuevamente, de forma velada, como sin quererlo en la que nos sirve de comentario. Pero al lado de esto, tiene otras muchos que no dejan de ser la idea del momento alargada, estirada y mantenido por tablas y no con dedicación. Manteniendo ese ritmo Martín no puede continuar. Muchas obras mediocres no dejan buen sabor de boca. Pero hay que comer. Por tanto hay que escribir. Ahora bien, la compartimentación de la mayoría de los lectores hace que los autores no se conozcan fuera de su círculo. Así, una novela que quizá sería del montón en una serie Negra, se convierte en algo apetecible fuera de ella.
Y es que Ahogos y palpitaciones nos cuenta una historia de misterio en la que, en un mundo supuestamente postatómico, la reconstrucción de la sociedad se ha hecho en base a pequeñas ciudades autosuficientes pero controladas. Y en ellas la clase dirigente aplica una estricta dictadura que obliga al personal a pasárselo bien.
La idea de una dictadura en la que obligatoriamente tienes que divertirte es buena y factible. Las dictaduras consisten y se mantienen por la anulación de los individuos. Es indiferente el medio mientras se consiga el fin. Pero siempre hay inadaptados. A estos los recluta una sociedad secreta de oposición que en realidad está controlada por los dirigentes. Estos tienen el sistema para despedirse de los luchadores a través de otras organizaciones aparentemente no controladas pero que lo están igualmente. La cabeza visible de la ciudad, ellos lo saben, no son realmente libres. También son férreamente controlados por dictadores mayores.
Un conjunto de atentados, entrenamiento de guerrilla y filosofía sacada casi directamente de un manual de sargento es uno de los hilos conductores y lo que da cariz a todo el texto. Pero hay más. El lenguaje que se practica por los protagonistas dispone de una serie de definiciones descriptivas que no existen como tales entre nosotros. Sin embargo, se reconocen muy fácilmente sus transcripciones a nuestro vocabulario e, incluso, se adivina el por qué o el cómo de la transformación. Esta sí que es una verdadera innovación en el texto ante la que hay que quitarse el gorro por el tratamiento correcto, casi perfecto, que se le ha dado.
En conjunto, Martín hace una novela legible, amena, que mantiene el ritmo con pequeños altibajos y que llega al final con la altivez de una buena obra. El conjunto, el ambiente, intenta ser futurista. Y lo es realmente. Pero eso no es suficiente para hacer una novela de ciencia ficción, aunque sí un buen comienzo. Ya demostró el autor con el guión de El caballero del dragón, película de Fernando Colomo, que sabe hacer ciencia ficción porque sabe crear ambiente. Seguramente la próxima novela de este autor en nuestro género tendrá mucho más carácter que ésta y, si es así, ésta no sería nada más que un aperitivo. Sabroso, sin embargo. Y como todos los aperitivos nos abre las ganas de comer.
(Comentario de José Esteban O'Shea publicado en el volumen Cuasar 13, ediciones Cuasar, colección Revista, número 13, edición de 1987. Derechos de autor 1987, José Esteban O'Shea)
"Lo que necesito es escribir para ayudarme a recordar, no hacer arte." (p. 20)
"Pero cuando me pongo a escribir no sé qué poner." (p. 21)
"Estoy seguro de que si yo ahora contara el final de la historia, ya no sabría qué contar después y se me olvidaría completamente cuál fue el principio." (p. 22)
"No sé, en realidad, por que escribo, /.../" (p.47).
Un título que se las trae. "Tres despojos humanos llegan al Feudo. Como personas, no despiertan el interés de nadie. Sí, en cambio, como portadores de un largo y extraño manuscrito", dice en la contratapa.
Este manuscrito es traducido por una computadora, A partir de ahí nos internamos en un mundo que es un derroche de sexo, orgasmos y más orgasmos, cuerpos descuartizados (un cráneo por aquí, una pierna por allá y un río de sangre que baja y se pierde...). Todo en una odiosa mezcla de 1984, relato policial Conan el bárbaro. Además, está plagado de incoherencias, como, por ejemplo, el manuscrito que, a pesar de estar roído por las ratas, aparece con el texto completo en el libro.
La aventura es la del lector, que debe sufrir las consecuencias de un escritor que de repente se le ocurre escribir CF. Martín, agobiado por esta experiencia deleznable, parece darse cuenta y dice en determinado momento: "Supongo que aquí debería dejar de escribir" (p. 164), y uno suspira aliviado: ¡por fin!
Pero no dura mucho. Unas páginas más adelante: Ah, me olvidaba. Aún falta algo por relatar". (p. 167). Y sigue, y sigue, y sigue...
Las palabras del título están omnipresentes; tanto que uno llega a sentir... ahogos y palpitaciones.
Hay frases como: "Y. a todo esto, llegando al final de mi escrito, todavía no he podido averiguar dónde parálisis está el sentido del humor" (p. 165), que parecen fruto de una mala traducción, pero André Martín es español.
Terminé. Bueh. Ahora surge la pregunta, aquella que viene a sumarse a los incontables enigmas de nuestro universo desdichado: ¿qué es esto que no es literatura, ni relato, ni libro, ni nada?
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